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28 de enero de 2012

Las brujas de Zugarramurdi (Documental RNE)


Francisco de Goya, El Aquelarre, 1823

Hace unas semanas escuché el documental Las brujas de Zugarramurdi de Julia Murga, realizado para Radio Nacional de España. Se trata de un material de gran valor divulgativo, no sólo porque que cuenta con la participación de académicos especialistas en la materia como Gustav Henningsen, sino porque ayuda a combatir los tópicos existentes acerca de una Inquisición que fue moderna (no medieval), secular (independiente del poder religioso), y que se cobró más víctimas en los países protestantes que en el mundo católico. 
El documental  esclarece los precedentes, el desarrollo y las consecuencias, más allá de las condenas de los acusados, de los procesos de Logroño contra las supuestas brujas de Zugarramurdi. Independientemente de lo identificados que nos podamos sentir con la imagen de la bruja, invita a pensar sobre el peligro de las obsesiones colectivas, tanto entre los acusadores como entre los acusados, subraya la necesidad de distinguir entre los fenómenos de la brujería tradicional y la brujomanía.



Datos del documental: Las brujas de Zugarramurdi , por Julia Murga. Producido por Radio Nacional de España (RNE) para la serie "Documentos", dirigida por Juan Carlos Soriano.  Primera emisión: 25 de septiembre de 2011.  Realización y montaje: Maika Aguilera, Amparo Hernández y Mercedes de Prado. Narradora: Modesta Cruz. Con las voces de Javier Lostalé, Juan Suarez y Gustavo Adolfo Bautista.Con la intervención de: Iñaki Reguera , Gustav Henningsen, Ángel Gari,  Julio Caro Baroja y José Miguel de Barandiarán. RNE permite la descarga gratuita de este programa.


Con el fin de esclarecer la estructura y  facilitar la búsqueda a aquellos que estén interesados en el tema sigue un resumen del contenido, que no incluye las dramatizaciones, lecturas de fragmentos, etc. presentes en el documental.


Resumen de contenido: 
La  brujería no se vincula con el diablo satánico hasta la edad media, por influencia del cristianismo. Sin embargo, durante siglos la jerarquía eclesial sostuvo que las personas no podían trasladarse por el espacio, o provocar desastres naturales y epidemias: según el Canon Episcopi de 906, defender lo contrario era herejía. 
La demonización de la brujería inicia cuando se da a ésta una interpretación teológica, rebasado el medievo: en 1484 el papa Inocencio VII promulga la bula Sumnis Desiderantes Affectibus, en la que se reconoce la existencia de seres diabólicos. Poco después aparece el Malleus Maleficarum (Martillo de brujas) tratado que se convirtió en manual de persecución y caza de brujas según el cual bastaba con la acusación de un individuo para iniciar la causa, y son válidas las declaraciones de niños, torturados y enemigos del acusado. Esto va a producir una ola de persecuciones en toda Europa, a partir del s.XV, y especialmente entre los siglo XVI y XVII, conocida como “brujomanía”.
En 1478, antes de la bula de Inocencio VII, Sixto IV, su antecesor, había permitido a  los Reyes Católicos la creación de la Inquisición Española. A diferencia de la Inquisición medieval (activa desde el siglo XII en Europa para combatir la herejía, dependiente de la iglesia), la Inquisición moderna española depende exclusivamente del estado y no de la iglesia. El personal al servicio de la Inquisición cobra de la hacienda pública, y su principal foco de atención estuvo en la persecución de musulmanes y judíos.



Según Ángel Gari, los inquisidores hacían valoraciones e informes de los casos que, antes de emitir sentencia, remitían a la Suprema. La Suprema fue el órgano central de la Inquisición, más alejado de los hechos, lo que tenía por resultado una cierta moderación a la hora de castigar magia y brujería.  Según Henningsen, queda un resto de escepticismo en el mundo católico, por eso en 1526, en España, se exige que todos los procesos de brujos condenados a la hoguera tienen que enviarse primero al Consejo, donde siempre se modifica la sentencia hacia algo menos horrible. A pesar de ello, los encausados preferían ser juzgados por los tribunales de la iglesia, dado que las sentencias de la justicia civil eran mucho más duras. 
También destaca otra característica peculiar de la brujería en la península ibérica,  Henningsen señala “Hay brujas en el norte, pero hay brujas en el sur". Los miembros del Consejo de la Inquisición se dan cuenta de este hecho, y escriben a los de Navarra para advertirles que no pueden atribuir todos los desastres a los brujos, dado que en el sur también hay desastres pero no brujas.
A principios del s. XVII Francia vive una ola de persecución a la brujería, en la que participó Pierre de Lancre, un juez intransigente y carente de crítica. Los inquisidores que intervinieron en la zona de Navarra, llevando consigo un  un cuestionario calcado de los procesos de brujería europeos, y con los procedimientos sonsacaban no lo que había de verdad en las declaraciones de los acusados, sino lo que querían los jueces. Empeñados en encontrar lo que aparecía en aquellos modelos, encontraron toda la brujería de la que se hablaba en Europa.
A finales de 1608  María de Ximildegui, natural de Zugarramurdi, regresa desde Francia con su familia. Tras asegurar que había visto a varios vecinos de Zugarramurdi en reuniones de brujos, inician las delaciones en esta y otras aldeas próximas. Al menos una decena de personas hicieron confesión pública de haber participado en el aquelarre. Entre ellas destaca la de María de Yurreteguia, quien confiesa haber sido llevada al aquelarre desde muy niña, y que, habiéndose confesado, la “reina del aquelarre”, en forma de yegua, y otras brujas y brujos en formas de animales, la fueron a buscar a su casa para volverla a llevar al aquelarre.
Su exculpación se produjo ante el párroco del pueblo, y todos los vecinos se reconciliaron. Pero el abad de Urdax, más instruido que el párroco de Zugarramurdi, da cuenta  de la situación a la Inquisición de Logroño. Desde ésta envían a los inquisidores Alonso Becerra Holguín  y Juan del Valle Alvarado para recoger testimonio de todo lo que se ha dicho, y de los denunciados en confesión pública. Estos inquisidores no tienen experiencia y están convencidos de la realidad de los hechos y la presencia del diablo.
Se producen las primeras detenciones y cuatro mujeres ingresan en 1609 a las cárceles de la Inquisición, en Logroño. Poco después el resto de los inculpados -quienes creían que serían perdonados- viajaron voluntariamente a la sede del Tribunal, pero finalmente todos fueron presos. Llama la atención la coincidencia en las declaraciones, aunque no se sabe si los encausados estuvieron en contacto entre sí.


Por las investigaciones de Caro Baroja y Gustav Henningsen de los archivos,  se sabe que los interrogatorios eran siempre similares, todo giraba entorno a un cuestionario de 14 preguntas básicas, algunas de las cuales eran copia literal de procesos de dos siglos atrás. Las declaraciones se extienden  por meses, y algunos de los acusados acaban confesando no sólo ser brujos, sino haber realizado cuantos actos se les atribuían como tales, incluyendo la autoría del asesinato de niños: Aquelarres, danzas, misas negras, acatamiento al demonio, orgías sexuales, incesto, unturas y ponzoñas, vuelos por el aire, exhumación de cadáveres, antropofagia, presencia de animales diabólicos, iniciación en la brujería, la participación de niños y jóvenes, la existencia de dinastías de brujos…

Además del uso de alucinógenos que se pueden ligar a sensaciones de vuelo o separación del cuerpo, como la bufotenina, segregada por el sapo, aparece el envenenamiento, para el cuál  se empleaba el rejalgar (sulfuro de arsénico).
En las Cuevas de Zugarramurdi se llevaban a cabo las reuniones de brujas, conocidas desde entonces como aquelarres (palabra que significaría “prado del macho cabrío”). Según Henningsen son los inquisidores los primeros en vincular esta palabra a lo conventículos de brujas.
La cueva tiene tres entradas, en un piso más elevado se encuentra la “Cueva de aquelarre”, hay un prado y a su orilla se ve una especie de muro natural, en el que hay una ventana que recibe popularmente el nombre de “la cátedra del macho cabrío”,  porque supuestamente desde allí el diablo daba sus sermones y consejos a las brujas reunidas en la planicie que está al pie.  Por allí pasa también el llamado “río del Infierno”, en sus alrededores los miembros menores de la supuesta secta pastoreaban hatos de sapos vestidos a fin de que exudaran su veneno.
Los inquisidores remiten informes detallados a la Suprema de Madrid, desde donde se mantiene una actitud escéptica y se pide a los inquisidores que visiten en persona a la zona. En 1609 Alonso de Salazar  y Frías se suma a Valle y Becerra, renuentes a cumplir con la exigencia de la Suprema. 
Sólo Juan del Valle Alvarado realizó una visita previa al norte de Navarra, dónde el abad del monasterio en el que se hospedó le informó de las persecuciones de brujas que se llevaban a cabo en Francia. También estableció contacto con Pierre de Lancre.  El viaje se realizó por el norte de Navarra y Guipúzcoa, el objetivo era que con la llegada de la comitiva, en todas las iglesias se leyese un edicto de fe consistente en la elaboración de un catálogo con todos los posibles delitos de herejía, instando a los parroquianos a la confesión y a la denuncia. Esto dio lugar a situaciones poco justificables, hubo acusaciones entre vecinos por resentimientos personales.
Una semana después se convocaba de nuevo a los feligreses y se proclamaba el anatema donde se contaba cómo se llevaría a cabo la excomunión y las terribles consecuencias que esto acarreaba. Se empieza a predicar contra las brujas. Posteriormente, los acusados de brujería son apresados sin indicarles quién los denuncia  ni de qué son acusados. 
Cuando el obispo de Pamplona, al investigar y preguntar a mucha gente en Zugarramurdi acerca de cuándo había empezado la proliferación de las brujas, la respuesta que encontró fue que ésta se había dado a partir de la visita de Alvarado, puesto que antes los vecinos desconocían incluso el significado de la palabra “aquelarre”.  
Valle Alvarado deja a su paso una serie de comisarios designados para investigar para la Inquisición en toda la zona, cuyos reportes estudiará junto con Becerra. Entre la documentación conservada se encuentran testificaciones contra 280 brujos. Antes de diciembre de 1609 ingresaron en la cárcel 21 nuevos acusados.
La diferencia de idioma – muchos de los acusados no hablaban castellano, expresándose sólo en euskera-, añade una dificultad al estudio de los casos. Era necesaria la contratación de intérpretes, que a su vez modificaban o filtraban las declaraciones de los encausados. Se procesó a 31 personas por brujería,  de las cuales 19 aceptaron la acusación y 12 se consideraron inocentes, pero debido a los estragos causados por dos epidemias, sólo 18 de los reos llegaron con vida a escuchar la sentencia.
El auto de fe, al que concurrió una gran cantidad de público, se inició el 6 de noviembre de 1610 con una procesión en la que participaban autoridades civiles y grupos eclesiásticos, además de las autoridades del Santo Oficio. El impresor de Logroño Juan de Mongascón consiguió autorización para imprimir la relación de procesos y sentencias del Auto de fe, celebrado los días 7 y 8 de noviembre.



En el auto comparecieron 53 acusados por diferentes delitos, vestidos como correspondía a la pena que habían de sufrir, por ejemplo, portando látigos al cuello si iban a ser azotados, otros llevaban sambenitos y corozas (grandes conos de papel engrudado) con pinturas alusivas a su delito y a su castigo.  Los procesados por brujería y condenados a pena capital fueron un total de 11: 6 vivos y 5 ya fallecidos, condenados “en efigie” ( 5 estatuas vestidas con sambenitos, acompañadas por 5 ataúdes con los huesos de aquellos a quienes las estatuas representaban); sus vestimenta llevaba pintadas llamas y cabezas de diablo.
La Inquisición, que en realidad no sentenciaba a muerte, envió a los acusados a la justicia civil para que fuesen condenados conforme a sus leyes. Por lo que fueron escoltados por soldados hasta las piras, aunque no se sabe si fueron quemados vivos o muertos, al lado de los ataúdes de los reos fallecidos.
Los autos de fe eran una puesta en escena de la justicia de la época, con objetivo de dar ejemplo. 30.000 personas propagaron lo acontecido en el proceso de Zugarramurdi. Fue un acto de propaganda en el que los inquisidores creyeron haber demostrado que el aquelarre era una realidad. A raíz de esto empieza a generarse un pánico colectivo en la zona, se envían predicadores cuya presencia, en lugar de calmar a la población, suscita la aparición de más y más adeptos: según los estudios realizados por Henningsen, en marzo de 1611 ya se contabilizan, entre confesos y sospechosos, cerca de 2000  brujos en Navarra, Guipúzcoa, Ávila y Logroño, la gran mayoría eran niños.



A la vez, sin embargo, crecían los escépticos, entre los que destacan el inquisidor Alonso de Salazar y Frías, los obispos de Pamplona y Calahorra y el humanista Pedro de Valencia, historiógrafo real, quienes critican los métodos de confesión y denuncia. El Inquisidor General  Cardenal Arzobispo Bernardo de Sandoval y Rojas adopta varias medidas, entre ellas un edicto de gracia al que se podían acoger los arrepentidos y un edicto de silencio prohibiendo hablar del tema, mientras tanto Salazar y Frías lleva a cabo una exhaustiva investigación sobre el terreno. Después de 8 meses, envía al Inquisidor General un informe de más de 11.000 páginas a partir de la confesión de 5.000 personas que se habían presentado al Santo Oficio, y su conclusión es que no hubo brujas, ni embrujadas, hasta que se empezó a hablar y a escribir de ellas. Debido a los retrasos que provocan sus colegas Valle y Becerra no reciben respuesta del Consejo hasta dos años después.
A partir de este momento, con el informe de Salazar y Frías, así como uno posterior de Pedro de Valencia, en 1614 la Suprema promulga unas nuevas instrucciones para abordar las acusaciones y los delitos de brujería, donde aunque se sigue con los procesos de brujería, se eliminan las quemas de brujas, un siglo antes que en el resto del continente. Las causas contra las brujas perduraron hasta finales del s.XVIII, durante el reinado de Isabel II, en  1834, la Inquisición Española quedó definitivamente abolida. Pero el tema no empezará a investigarse hasta finales del s. XX. 


Más información en :
Arroyo Martín, Francisco. Brujería en la España del siglo XVII. El proceso de Zagarramurdi.2009

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pinta muy interesante :) Lo dejo en marcadores para más tarde.
¡Muchas gracias por compartirlo!

Daniel

Vaelia dijo...

Un placer :)

Anónimo dijo...

muy, muy interesante. Soy de Guatemala y me encanta la historia europea. Gracias por compartir !!