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13 de junio de 2012

Aclaraciones sobre CdC y planes inmediatos


Ashley Benham, Little goat, 2010


Hay épocas para todo; épocas de revelaciones épicas, y épocas de revelaciones más caseras, pero no menos importantes. Esta una de esas épocas - o, sencillamente, un puñado de semanas - en las que las cosas no terminan de asentarse, en el que las ideas deben captarse al vuelo y cocinarse rápido, porque a penas hay tiempo de preparar algo más elaborado. Escribo desde el espacio que dejan unos horarios laborales que se han dilatado considerablemente, ese espacio que resta para otras ocupaciones igualmente necesarias, que se pelean como niños para captar la atención y ser atendidas.  Me gusta detenerme un momento y pensar que esto también es parte del camino que elegí. Eso me hace recordar, también, que una serie de cambios se anuncian sutilmente en el aire, y que algo en el fondo empieza a removerse para darles la bienvenida, mucho antes de que sean evidentes. Cada cambio es un brote que se abre paso, una vida nueva, desconocida, que toma fuerza y se extiende desde lo que hemos sido hasta el momento.

Camino de cabras es mi cabaña de bruja: Aún cuando trate de equilibrar las cosas, el mundo no deja de ser un reflejo de mi persona, por ahí están mis filias y fobias; los recuerdos, las propuestas al futuro y también momentos aparentemente anodinos como éste. Es también un lugar de trabajo y, a pesar de que la puerta permanezca abierta, también una especie de refugio... Un viejo lugar que cambia de nombre y forma para acompañarme a través de los años.
Hace tiempo alguien criticó una de mis publicaciones diciendo algo así como "no me gusta la gente que cree que sabe lo que los demás tienen que hacer". Me hizo mucha gracia porque ciertamente abuso de expresiones como "debemos", y eso no está bien, sin embargo el motivo detrás del atrevimiento es que a menudo las publicaciones son el resultado de una discusión más o menos larga y cruenta conmigo misma hasta llegar a una resolución.  La verdad es que me cuesta horrores decirle a nadie lo que debe hacer, incluso en las situaciones en las que es lo que se espera de mí.

Sobre los temas aquí tratados asoman constantemente las orejillas peludas de mis monstruos favoritos, resuenan los ecos de las batallas libradas contra los viejos yoes, o dubitan los asuntos que no he terminado de resolver aquí dentro. Porque no sé demasiadas cosas, y algunas de las que creía saber no han superado los embates de la realidad, y me han llevado de nuevo a la casilla de salida. Las cosas que más o menos he aprendido, debo repetírmelas, porque no me sirve de nada la comprensión, sino la tengo presente. Y a veces me veo obligada a volver una y otra vez sobre un mismo tema, porque no acabo de aprender la lección, o porque necesito profundizar en ella.

Cada vez que recuerdo algo en el blog, me lo estoy recordando a mí misma, a menudo porque me hace falta. No tengo motivos para esconderme, pero más que nada sucede que prefiero confrontar que tratar de seducir. No es que yo escriba sólo para mí misma, yo aquí escribo un poco como quien lanza botellas con mensaje al mar, esperando que lleguen a alguna costa desconocida y que devuelvan un mensaje igualmente personal. 
Si viajo a la raíz encuentro que los puntos aquí defendidos son fruto de elecciones personales, no verdades últimas, ni siquiera verdades primeras. Creo en lo que hago y digo porque en el momento en el que lo hago y lo digo me parece la mejor opción, discuto mucho conmigo y si no directamente con otros, sí con sus ideas, y a veces -muchas, de la mano del tiempo y la experiencia- hay serios cambios de opinión. Sólo de vez en cuando hay algo que se desliza a través de mis dedos como una combinación de letras particularmente acertada. 

Dicho lo cual, ante la presente falta de tiempo para hacer todo lo que me gustaría hacer, en las próximas semanas voy a centrarme en el Cuaderno de campo para brujas que se publica en Ouróboros ABC. El propósito es proponer unas bases para estructurar la práctica diaria - y de ahí que se le de prioridad, para que aquellos que se sumen al experimento puedan empezar-, luego se irán incluyendo diferentes ejercicios que pueden resultar útiles para enfrentar diferentes situaciones para desarrollar habilidades. Dicho de otro modo: la temática práctica , y enfoque más neutro del que la que escribe sea capaz, van a estar concentrados allí.

Por otro lado, en Ouróboros, voy a estar rescatando algunos artículos que en su día se publicaron en Perro Aullador, aunque hay un PDF disponible, creo importante que los artículos puedan ser indexados independientemente por los buscadores y la información sea más fácil de localizar. Las traducciones nuevas que vayan saliendo también se publicarán allá.

Camino de Cabras, queda - al menos por el momento- para cosas más personales, los artículos de simbolismo, naturaleza, literatura, artes plásticas, asuntos de andar por casa y, por otro lado, algunos escritos que reflejan mi opinión sobre ciertos temas con los que me voy encontrando en este camino.

3 de junio de 2012

Las sombras del maestro



En las últimas semanas me ha sorprendido comprobar cómo se trataba de desacreditar el legado de algunos autores empleando para este fin algunos de sus datos biográficos. Se me ocurren pocas cosas más incongruentes que escribir un tratado de educación y tener cinco hijos abandonados en un hospicio, y no veo que nadie ponga en duda la contribución de Jean Jacques Rosseau en el devenir de la cultura occidental. Y no es que alguien tratara de difamarlo difundiendo la información, si no que él mismo escribió sin demasiado rubor el dato en sus Confesiones, entre otros detalles que al lector del s.XXI bien pueden parecer imperdonables.

El cometido del maestro o del referente, más que enseñar nada, consiste en dar pistas y propiciar experiencias para que uno pueda aprovecharlas en su aprendizaje. Entre otras cosas, ningún maestro de este -u otro- mundo puede darnos la atención que el aprendizaje requiere, la voluntad de permanecer, de ver y escuchar aún cuando el conocimiento que llega a nosotros para destrozar las creencias, ilusiones y esperanzas que apretábamos contra nuestro pecho, ni puede darnos la humildad necesaria para reconocer nuestros errores, corregirlos y seguir aprendiendo de ellos, en lugar de disimularlos o correr a enterrarlos como si nada hubiera pasado... Sin embargo, la idea de que el aprendizaje sea responsabilidad del discípulo no parece demasiado extendida, tal vez porque -tal como oí reprochar a algún docente universitario- tenemos grabada en nuestra mente la idea del profesor dictando la lección en una clase de primaria. 

En el caso de las diferentes vías de conocimiento  mágico y/o espiritual, parece que se espera que el maestro, el referente, o simplemente el buen conocedor de la materia sea poco menos que un modelo de perfección.  Nunca falta el observador ansioso por descubrir el hilo suelto que permita, tirando un poco de él, desacreditar al "falso maestro". Lo cual no estaría del todo mal si no fuera porque, incluso en caso de que no existan cargos, siempre se pueden inventar. Demasiado a menudo la intención de descubrir a los "falsos maestros" pasa de ser un sincero gesto por el bien común, a convertirse en una serie de guerras absurdas sostenidas por intereses particulares.

No es mi intención defender a ningún autor en específico - estoy convencida de que ninguno lo necesita-, sino señalar cómo el referente, ya sea alguien a quien se ha otorgado la autoridad de ser un maestro o un autor destacado, recibe con demasiada frecuencia las proyecciones tanto positivas como negativas de sus acólitos, discípulos o público que, a su vez, renuncia a su verdadera labor, que debería ser el aprendizaje.

Como alumnos de preescolar, a veces tenemos en la mente un maestro bondadoso, el hermano mayor que nos ayuda, nos guía, nos explica y nos salva del mundo que se extiende alrededor y dentro de nosotros y que a penas empezamos a descubrir. Sus seguidores lo admiran y lo adoran, pero en cuanto muestra una debilidad humana o algo que escapa del papel que se le ha dado a interpretar, su propio círculo se le echará encima, bien para desacreditarlo y pelear por ocupar el lugar del caído en la jerarquía interna, bien para maquillar esa grieta tan molesta en la aparente perfección del hierático modelo.

Lo que me llama la atención de este fenómeno es la incapacidad del discípulo de aceptar las cosas (y las personas) tal como son, su intento de forjarlas a encajar sus propios patrones mentales aceptables y aceptados... No sólo porque obviamente no es demasiada buena señal entre los que se consideran a sí mismos "buscadores de la verdad", sino porque hace pensar en la idea que los aprendices tienen de sí mismos. 

El maestro o el autor, no están ahí para encarnar nuestras fantasías acerca de la bondad, la sabiduría, el poder o la perfección. Aparecen en nuestras vidas como un elemento más que nos permite crecer, no sólo en el sentido de adquirir y aplicar nuevos conocimientos, sino también en el de madurar y hacernos responsables de nuestras vidas y el rumbo que decidimos darles.   

No me refiero sólo al hecho de que, en determinados momentos del entrenamiento, el maestro pueda asumir un rol más severo, haciendo pasar al discípulo por pruebas más o menos duras, diciéndole verdades que resultan dolorosas, o alejándolo de su lado con el fin que empiece a volar por su cuenta. Sino a que, de hecho, existen autores y maestros que a pesar de ser excelentes referentes en algunos aspectos, resultan pésimos ejemplos en otros: personajes histriónicos, refinados hipócritas, grandes embaucadores,  tramposos y gentes de ética dudosa, etc... a través de los cuales, sin embargo, nos llegan multitud de lecciones que debemos tomar en esta vida. 

Sus defectos no les dan ni les quita méritos, pero de vez en cuando, si descubrimos que tal o cual autor en un momento determinado no está a la altura de sus propias palabras, nuestra parte más mezquina sonríe,  y nos asegura que si el referente no es capaz de mantener el aura de perfección, nosotros - sin hacer nada- ya podemos considerarnos mejores que él y otorgarnos la autoridad suficiente para desacreditarlo en cualquier ámbito. 

Ésta es una de las peores excusas que conozco para no ponerse a trabajar, porque sea lo que sea que busquemos en un maestro, o en un autor de referencia, es en nosotros mismos donde debemos cultivarlo. De poco valdría encontrar el maestro perfecto, si no tenemos la aspiración de acercarnos en la medida de lo posible a su modelo. Y si ya tenemos el modelo tan claro en nuestra mente, es más sensato tratar de  hacerlo real en nosotros -incluso sin saber hasta donde podremos llegar-, que buscar encarnaciones de nuestros ideales o, como dice el refrán, ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. 

El camino raramente se desarrolla en una recta perfecta, requiere de tramos accidentados y agrestes tanto como de vías civilizadas; necesita de sus atajos, rodeos y encrucijadas. A menudo pasamos dos o tres veces por el mismo lugar, o la misma vivencia, y en cada ocasión nuestra experiencia es distinta dado que  asumimos un papel distinto. Sólo más tarde comprendemos que todas esas experiencias constituyen una unidad que hemos fragmentado por nuestra identificación. A medida que pasa el tiempo y acumulamos vivencias, vestimos distintas pieles (que en algún momento fueron de otros) y aumenta nuestra compresión.

Cuando, al hablar de un autor, cito alguna nota de su biografía, no lo hago para sumar o restarle méritos, sino para tener presente que se trata de una persona de carne y hueso, como yo, como el resto de lectores.  Para recordar que, independientemente del momento en el que estemos, con nuestros eventuales errores, con todas esas cosas que no nos gustan de nosotros mismos, así tal como somos en este momento, podemos tener nuestros aciertos e, incluso, servir de algo a otros.

Por otro lado, no tenemos que estar de acuerdo con los postulados de las personas de las que hemos podido aprender algo, y aunque algunas de ellas llegan a sernos muy queridas, otras pueden caernos francamente mal. Algunas nos sirven de ejemplo para lo que queremos llegar a ser o hacer, otras para entender aquello en lo que no queremos convertirnos. Aquí la cuestión es el aprendizaje, y si de entrada desacreditamos a alguien por un rumor - confirmado o no- de algo que era o es, que hace o que hizo, y no nos parece bien, sencillamente estamos dejando escapar la lección que tiene o dejó para nosotros.

Las sombras del maestro son nuestras propias sombras, del mismo modo que su luz es un reflejo de la que yace en nuestro interior. La imagen que creamos del maestro está tejida con nuestras propias aspiraciones y temores, por ello, cuando tenemos la disposición adecuada el maestro puede aparecerse en cualquier cosa y hablarnos a través de cualquier persona. Sin embargo,  no es con él  con quien debemos trabajar, sino con nosotros mismos, porque no hay otra vida en la que nos sea lícito trabajar que no sea la propia.