Páginas

17 de enero de 2012

El difícil arte de vivir las preguntas


Richard Hearns,The Red Shed Door, 2011

Del mismo modo que el buscador arquetípico, de vez en cuando los brujos nos vemos en la necesidad de sortear no sólo los peligros reales del camino, sino también de las trampas de lo supuestamente previsible y el temible tópico. Una de las ideas que raramente se cuestionan en nuestro entorno - pero también en otros contextos, mucho más amplios- es la siempre aplaudida necesidad - en ocasiones auténtica compulsión - por "saber".

A raíz de una conversación casual, veía el otro día un programa sobre la hipótesis presentada por Erich von Däniken a principios de los '70, según la cuál que criaturas extraterrestres habrían visitado en la antigüedad nuestro planeta e interactuado con los humanos propiciando un espectacular desarrollo tecnológico, algunas de las muestras del cuál  aún no podemos explicarnos científicamente. Entre los elementos en los que se apoyan los defensores de estas ideas son, además de determinados restos arqueológicos, las descripciones de apariciones de entidades sobrenaturales que pueden encontrarse en los antiguos textos sagrados, como la Biblia, o la literatura Védica. 

Los controvertidos planteamientos de Däniken han tenido una gran influencia en la cultura popular haciendo que en que muchas personas miraran al cielo con otros ojos y e incluso acercando un nuevo sector de público a la arqueología.  Sin embargo, creo que lo más importante de esta historia es que, para muchas de estas personas, el hecho de entrar en contacto con esta hipótesis supuso descubrir la existencia de grandes misterios, que ni siquiera sospechaban que podían estar ahí. 
Nadie puede plantearse cómo los antiguos pudieron construir determinadas maravillas megalíticas si no sabe que éstas existen, o no se ha dado cuenta de que hay algo tan difícil de explicar en ellas. Däniken vió germinar y crecer su teoría entre las grietas del conocimiento oficial, y muchos tratan desde el mismo de buscar explicaciones para salir del paso y evitar darle la razón a toda costa. Antes que rebatirlos, personalmente me resulta curioso que parezca más plausible la idea de una humanidad asistida en el pasado por inteligencias extraterrestres, que la de una humanidad presente que haya perdido facultades con el devenir de los años. Pero algo más  llama mi atención.

Auque en ocasiones se exagera un poco al respecto, el hecho es que existen realmente muchas cosas que no nos podemos explicar. Sin embargo, da la impresión de que tal como esa puerta a los Grandes Misterios se abre, alguien se apresura rápidamente a empujarla de un golpe con una respuesta precipitada, si es que no la tiene preparada de antemano como una especie de medida de seguridad. No importa demasiado si esa respuesta es una simplificación cientificista -que no científica-, o si lleva el nombre de una supuesta raza alienígena o de un antiguo Dios o Diosa, si zanja el tema con  ángeles, demonios o genios: Aquí, en este punto, se acaba el Misterio, y se vuelve a la creencia, como a la vieja caverna de la que habló Platón. 

Mucho de lo que se dice y escribe sobre los Misterios es similar a una de esas caricaturas en las que un humano tembloroso intenta apaciguar a un león hablándole como si fuera un gatito. El Misterio es molesto porque viene a recordarnos que no sabemos demasiado, y lo que sabemos puede esfumarse de un momento a otro. El Misterio puede ser terrorífico porque nos hace comprender que, de hecho, no entendemos casi nada, y que en esto estamos tan solos...  nos sobreviene un extraño vértigo, y queremos pensar rápidamente en otra cosa. Por ejemplo una respuesta repentina que nos ayude a cerrar esa maldita puerta a la que acabamos de asomarnos. 

En una ocasión, en clase de primaria, nuestra profesora  dio a cada alumno una pequeña caja, y nos pidió que, sin abrirla, tratáramos de deducir qué objeto contenía. Durante un buen rato, estuvimos calculando su peso, sus posibles medidas, tratando de deducir qué era agitando las cajas y escuchando a qué sonaba aquello. Lo anotamos todo en un papel, y luego compartimos impresiones con nuestros compañeros, hasta llegar a un consenso, anunciando una hipótesis final. Todos estábamos seguros de que, al finalizar la clase, nuestras cajas se abrirían y podríamos comprobar si habíamos "acertado" la respuesta, pero las cajas fueron retiradas sin que pudiéramos comprobar nada. 
Se nos dijo, sin embargo, que así es como la ciencia funciona: te acercas en la medida de lo posible con las herramientas que tienes al alcance, pero no siempre puedes comprobar si la respuesta que planteas, aún cuando sea formalmente correcta, es la que corresponde a lo que allí se encierra.

Si tuviera un grupo de brujos en formación a mi cargo, no dudaría de hacer este experimento con ellos, porque creo que si tenemos algo en común las brujas y los científicos es que para ser realmente buenos en el camino que elegimos, tenemos que aprender a vivir y a dormir con esa "maldita" puerta al menos entreabierta, sin esgrimir en nuestra defensa un puñado de creencias, aún cuando lo que sospechemos que pueda encontrarse al otro lado nos desagrade, o incluso nos dé miedo. Al fin y al cabo siempre será  mejor vivir enfrentando un miedo auténtico que remita a lo profundo de nuestra existencia, que dejarnos rodear por un sinfín de temores mezquinos, nacidos de una humanidad estancada en la zona de confort.

Volviendo ahora a esa la necesidad acuciante del saber, podemos entenderla como un llamado, como el mecanismo que hace que salgamos a buscar esas respuestas tan codiciadas. El hambre de conocimiento puede ser un verdadero mal, no por el hecho de hacernos salir en su búsqueda, sino porque si nos permitimos estar demasiado hambrientos corremos el riesgo de  empezar a perder el sentido común y abalanzarnos sobre lo primero que pase por delante y que nos parezca comestible. Puede que se trate en realidad de algo venenoso, o que incluso siendo alimento de calidad nuestros cuerpos no estén preparados para digerirlo y, por lo tanto, nos haga daño. Puede dejarnos fuera de juego por una temporada, o por siempre, y  aunque creo que a todos nos ha pasado alguna vez y hemos sobrevivido, deberíamos aprender algo de la experiencia. 
También puede suceder que, estando demasiado "hambrientos", alguien venga a ofrecernos sus respuestas como quien marea a un perro a su antojo haciendo pasar un pedazo de carne frente a sus ojos. Si el truco de la zanahoria y el asno empieza a funcionar también con nosotros, está claro que en vez de acercarnos al conocimiento nos estamos alejando cada vez más de él. 

El conocimiento no es sólo saber, no se trata de acumular datos ni siquiera de ordenarlos y enlazarlos en un discurso primoroso, ni tampoco de aprender un puñado de trucos y maneras impresionantes para sacar ventaja de los demás. Conocimiento es, en cierto modo, algo así como lo que nos capacita para movernos libremente entre todo aquello que se nos pone delante. Sospecho que se obtiene al estar dispuestos, al menos, a prestar atención a esto de estar vivo.

Mientras pensaba en esto me acordé nuevamente de Rilke, y parte de la respuesta que, a principios del pasado siglo, daba al joven  Kappus cuando éste le interrogaba acerca de si debía dedicarse a la escritura, fragmento que yo aconsejaría a cualquiera que esté iniciando el camino, pero también a muchos de los que llevan un rato en él :
Por ser usted tan joven, estimado señor, y por hallarse tan lejos aún de todo comienzo, yo querría rogarle, como mejor sepa hacerlo, que tenga paciencia frente a todo cuanto en su corazón no esté todavía resuelto. Y procure encariñarse con las preguntas mismas, como si fuesen habitaciones cerradas o libros escritos en un idioma muy extraño. No busque de momento las respuestas que necesita. No le pueden ser dadas, porque usted no sabría vivirlas aún -y se trata precisamente de vivirlo todo. Viva usted ahora sus preguntas. Tal vez, sin advertirlo siquiera, llegue así a internarse poco a poco en la respuesta anhelada y, en algún día lejano, se encuentre con que ya la está viviendo también. Quizás lleve usted en sí la facultad de crear y de plasmar, que es un modo de vivir privilegiadamente feliz y puro. Edúquese a sí mismo para esto, pero acoja cuanto venga luego, con suma confianza. Y siempre que ello proceda de su propia voluntad o de algún hondo menester, écheselo a cuestas sin renegar de nada.
Cartas a un joven poeta,  Rainer María Rilke.

Quiero pensar que en gran medida los caminos del paganismo actual conservan al menos la posibilidad de esta conexión íntima, personal e intransferible con los Misterios que, tal como las respuestas que anhelamos, más que ser desvelados, deberían ser vividos tal como son, con toda su fuerza, cuando llegue el momento en el que estemos preparados para ello, es decir, en que podamos aguantar la sacudida que van a suponer. 

Obviamente, todos tenemos nuestras creencias, del mismo modo que tenemos nuestra versión personal de la realidad, simplemente... se trata de tener una mínima conciencia de su relatividad. Ciertamente, en ocasiones el Misterio puede ser incómodo e incluso terrorífico, pero no es difícil acostumbrarse a su presencia en nuestras vidas, que llega a ser un pozo que nos trae el agua de las raíces.

Aprendemos que podemos resolver bastantes cosas aún cuándo no tengamos toda la información al respecto, y en lugar de actuar ciegamente como si creyéramos saber todo lo que se puede saber, actuamos con la prudencia de quien sabe que tal vez algo se le escapa, pero igual debe moverse. La noción del Misterio nos enseña también a no precipitarnos en nuestros juicios y conclusiones, a desarrollar la paciencia necesaria y conservar la claridad mental, a pesar de las punzadas de nuestra curiosidad.  E incluso, como la conciencia de la propia muerte, nos ayuda a situarnos en el momento presente y darle el valor que en justicia merece. 

Pero tal vez su mayor enseñanza es que uno puede asomarse a un abismo infinito, y enfrentarlo sólo, simplemente mirándose al espejo; y creo sinceramente que ningún brujo debería conformarse con menos.

3 comentarios:

Braithreachas Draiochta Na Dun Ailline dijo...

Muy buen articulo, que comparto en su totalidad.

Unkhipin dijo...

Me gusto, en especial los últimos dos párrafos.

Me has dejado pensando en la importancia de los misterios, no por lo que vienen a enseñarnos si no por lo que nunca nos mostraran, pues de esta forma seguiremos en una eterna búsqueda y me parece lo mejor, cuestionar tu propia realidad nos ayudara siempre encontrar nuevas realidades.

Tienes razón, nos hacen ir por el camino con la debida cautela por el sendero que pisamos, saber que nos falta mucho por comprender y no cerrarnos a verdades únicas que no son más que una venda cómoda.
De igual manera me parece desconcertante el mismo hecho, buscar y saber que no tocaras la verdad, una eterna lucha en la que no ganarás, al final lo valioso es el recorrido de semejante hazaña.

Buen texto ;).

Unkhipin.

Vaelia dijo...

Muchas gracias por los comentarios, podría estar mejor escrito, pero no ser más sincero... esta semana he tenido muy poco tiempo, pero tenía que escribir esto (y con los diez minutos que quedaban, protestar contra la SOPA).
Es como tirar de un hilo que no termina, pero que tampoco deja de sorprendernos; siempre hay un trabajo por hacer - por nosotros o por otros-, pero al mismo tiempo no estamos cansados,insatisfechos o desesperados, porque estamos haciendo lo que elegimos hacer (y deberíamos disfrutarlo).