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26 de noviembre de 2014

De tiempos, pérdidas y matices



Thomas Lloyd, Autumn leaves, 1895

Al fin el frío vuelve a las calles, y aunque no sepamos hasta cuándo va a durar, tendremos la oportunidad de experimentar todas aquellas sensaciones que sólo se dan esta época del año en la que parte de la naturaleza se prepara para el sueño del invierno; los cambios en el color de las hojas que van desprendiéndose, el aire frío que nos acompaña en el silencio de la noche que nos alcanza a media tarde; el olor a madera quemada en las calles y a turba húmeda en los bosques; el anhelo de una bebida caliente mientras leemos, o miramos el techo, con el ronroneo del gato de fondo. El otoño puede ser una época de descanso y recogimiento, de ralentizarse y pensar las cosas, y luego dejar que todos esos pensamientos se vayan por donde llegaron, porque nada es tan importante cuando se está bien en casa.  

Sin embargo, el frío llega tarde y las hojas ya no se tiñen al ritmo que algunos conocimos en la infancia, todo parece acelerado y antes de que la naturaleza de el primer bostezo, las podas se realizan según el calendario impuesto en alguna oficina. Por desgracia, tiende a considerarse a los árboles como objetos de ornamento de quita y pon, fácilmente sustituibles por otros semejantes. La idea se extiende rápidamente al resto de la naturaleza, y llega hasta las personas. La consigna general parece ser  acelerar, crecer, acelerar e incluso, cuando se pueda, pisar las palabras y el espacio de otro... Esto se hace presente en muchos ámbitos de la vida, incluido en el ámbito de lo "espiritual" que, así expresado, es más una etiqueta que otra cosa. Llega un momento que tanta carrera hacia ningún lugar, no consigue más que agotarnos y embotar nuestros sentidos.

Asociamos el otoño con el mítico descenso al Inframundo, un viaje hacia lo profundo en el que todo aquello que no resulta esencial debe desprenderse y quedar atrás para alimentar el crecimiento de lo que realmente importa, un sacrificio de aquello que nos sobra para alimentar lo que necesitamos traer al mundo en este momento de nuestras vidas. En algunas versiones del descenso de la Diosa al Inframundo, ella pierde no sólo sus joyas, sino su piel, hasta verse reducida a un pedazo de carne. Como ocurre en otros relatos míticos, es este último palpitar, a veces sustituido por el sonido de un tambor, el que permite que aquello que se ha visto reducido a la mínima expresión, pueda recuperarse por completo, es lo que permite que la semilla se anime y llegue a germinar. Además de enfrentar a nuestros demonios y renovar fuerzas, una de las lecciones más importantes que podemos aprender en el descenso a nuestros Infiernos particulares, o en nuestro retiro a la cueva, es la reconexión con ese latido, con el ritmo que la naturaleza puso en nuestro ser, como una canción única.

En "Walden, o La Vida en los Bosques", Thoreau invita a reflexionar al respecto: "¿Por qué hemos de tener una prisa tan grande en triunfar, y en empresas tan desesperadas? Si un hombre no marcha a igual paso que sus compañeros, puede que eso se deba a que escuche un tambor diferente. Que camine al ritmo de la música que oye, aunque sea lenta y remota. No importa que madure con la rapidez del manzano o del roble. ¿Cambiará él su primavera en estío? Si todavía no existe la coyuntura de las cosas para las que fuimos creados, ¿con qué realidad las reemplazaríamos? No debemos encallar en una realidad hueca."

Nos entrenan en la compulsividad y la exhibición de tal modo que a penas dejamos de correr tenemos la sensación de estar perdiéndonos algo. Intenta salir de viaje, aunque sea una excursión, a ver si hay alguien que no tome fotos para compartirlas tan pronto como sea posible en alguna red social. Si prohibes a alguien hacer fotos en un evento, es posible que no acudiera nadie; pero si creas un buen escenario, es posible que la genta acuda, incluso sabiendo de antemano de lo pésimo del contenido.
En los últimos años he participado en varias iniciativas de divulgación en las que constantemente se me ha repetido que si hiciéramos esto o aquello, llamaría la atención de más gente. ¿Tan extraño es que simplemente compartas lo que haces con otras personas afines, en vez de buscar algo así como el máximo público posible? Llevo muchos años transitando caminos sin nombre y he cometido muchos errores, pero comparto con el resto del mundo lo único que creo que en realidad tenemos: ese latido que nos hace únicos. Mi latido es lento y, en ocasiones, denso. Uno puede detenerse a escucharlo o pasar de largo, pero insistir (o tratarme de forzar a) que lo cambie por algo más "adecuado" es ya una pérdida de tiempo. En algunos aspectos soy de una Escuela muy vieja, y por lo visto, absolutamente pasada de moda.  

Incluso en una mañana de verano podemos detenernos debajo de un árbol y observar los matices de verde nacidos del juego entre la luz, las hojas, la brisa y los pájaros. No es una cuestión de tiempo, sino del punto hacia el que dirigimos nuestra atención. Cuando vamos demasiado deprisa, cuando nos preocupamos demasiado en conseguir cosas -por no hablar de dar una imagen-, gastamos demasiada energia en asuntos que, en realidad, son poco importantes y mucho menos trascendentes. Nos perdemos aquello que tenemos al alcance, todos los momentos sagrados, todas las grietas a través de las cuales el universo nos llama por nuestro nombre, oportunidades maravillosas de aprender y difrutar y compartir. Perdemos los matices, las gradaciones, la oportunidad de adentrarnos por sendas que tal vez nadie haya pisado nadie, y descubrir huellas de otros que estuvieron antes que nosotros. 

Empecé a escribir este texto hace un par de semanas, antes de saber que vendrían unos días realmente difíciles, que marcarán un antes y un después. Se podría decir que en tan poco tiempo he perdido un mundo, que la vida, una vez más, me ha puesto en un camino distinto al que yo me dirigía con paso casi militar... Pero la verdad es que al mismo tiempo tengo la sensación de que me han sacado de encima un peso que no me pertenecía, y gracias a ello mi rumbo se ha corregido por sí mismo, ha devenido más auténtico. Me alegro sinceramente por aquello que vendrá en lugar de lo que esperaba, algo que se me anuncia como un reencuentro con ese ritmo propio del que hablaba más arriba, un tiempo en el que no me traten de adiestrar para saltar al gusto de otros, ni me sean robados los matices que guardo para compartir con aquellos a quienes no les importe detenerse a apreciarlos.
 

14 de octubre de 2014

Bajo las aguas

Drowning Dream, por Necromantikk, 2008

"¿Qué es un fantasma? Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor quizás, algo muerto que parece por momentos vivo aún..."  
El espinazo del diablo, 2001.

Llevo años escribiendo sobre el descenso al Inframundo, una experiencia que se repite con mayor o menor intensidad a lo largo de nuestra búsqueda, de nuestras vidas, y según el momento adquiere una forma u otra. El Descenso es también el inicio del ciclo Bajo Tierra, implica una despedida de todo lo logrado hasta el momento, el aprendizaje del desapego, abrir las manos y dejar ir tanto lo disfrutado como lo sufrido. Idealmente, sólo lo esencial debería permanecer con nosotros, del mismo modo que la semilla deja atrás la carne del fruto, y se adentra en la tierra para resurgir en un nuevo árbol.
Pero el camino de los humanos dista mucho de ser un sendero ideal, y cada uno de los descensos nos recuerda la necesidad de excavar las capas de pieles caídas sobre las que construimos nuestro presente, a la búsqueda de los tesoros que nos queda pendiente traer a la superficie para su manifestación. Otra cosa es que hagamos más o menos caso, ya que en ese viaje hacia nuestras semillas de futuro, en lo profundo de nuestro interior, nos encontraremos también con todos los muertos que nos habitan, no siempre en paz, con los fantasmas no han logrado disolverse porque les queda una cuenta pendiente que saldar. 

Todos conocemos historias de espectros, y solemos creer que pertenecen al mundo exterior. Pero como en una vieja historia de fantasmas que aguardan en las orillas de un pantano, los remanentes de otros tiempos esperan que pasemos cerca para agarrarnos de los tobillos y exigir lo que necesitan para su redención. A veces el descenso al Inframundo no es un acto voluntario, nos pilla por sorpresa, nos arrastra contra voluntad a nuestras profundidades, que no por propias dominamos o resultan menos oscuras. Pero el tesoro sigue estando allí, esperando también a que superamos las pruebas que impone el ciclo Bajo Tierra.
A lo largo de mi propia búsqueda he aprendido mucho de los mitos y de los cuentos, que en ocasiones pueden funcionar como mapas o más bien como indicadores de qué puede pedir de nosotros el camino en un momento determinado, ya que en esencia son la memoria de muchos recorridos. Otra cosa que he aprendido es que cuando nos tomamos el sendero en serio, no existen los "compartimientos estancos". Si las cosas se hacen de forma completa llega un momento en que cada instante de nuestras vidas implica tener los pies en el sendero escogido, y todo lo que hayamos aprendido y practicado resulte una herramienta dolorosamente útil para superar una prueba que la vida nos presenta, a veces, cuando menos lo esperamos.

Existen muchos relatos acerca de espíritus que sorprenden al viajero distraído para arrastrarlo consigo al fondo de las aguas, a las profundidades donde residen los deseos y los temores más profundos de nuestro ser. Del mismo modo en ocasiones un accidente o incluso un evento trivial puede arrebatarnos de forma súbita esa ilusión de control sobre nuestras vidas a la que estamos tan acostumbrados, y hacer temblar nuestro mundo desde sus cimientos.  

Recientemente,  una conversación normal con un familiar me llevó al terreno de mis sombras de una forma tan fulminante como si se hubiera abierto una trampilla bajo mis pies. Al principio me sentí algo extraña, quise quitarle importancia e intenté no hablar de ello, pero en cuestión de horas mi mente estaba obsesionada al punto que la realidad se transformó eclipsando mi presente y haciéndome revivir la impotencia, el dolor y la rabia de un infierno pasado hace años, de forma tan violenta como si hubiera ocurrido ayer mismo. 
Lloré durante días, enfermé de males que relaciono con aquella época. Guardé todas mis fuerzas para no perder el trabajo, porque a penas podía levantarme de la cama. Fue como vivir una pesadilla de la que no podía despertar: los monstruos del pasado devoraban mi presente, amenazando con derrumbar lo que he construido en este tiempo, sin que yo pudiera hacer nada.

Desde una perspectiva racional, nada de aquello tenía sentido; objetivamente, esa etapa de mi vida está superada y mi presente, con todas sus carencias e incomodidades, es mejor que el futuro que me esperaba de no haber pasado por lo que pasé. Sin embargo, sé que en algún momento aprendí a tragarme el dolor y la ira, por justificados que fueran, para poder seguir adelante. Podemos contenerlos el tiempo necesario para que nadie salga demasiado dañado, a cambio de que luego sean liberados en un lugar "seguro". Pero en su día la necesidad me llevó a empujarlos muy al fondo, y a la hora de liberar conscientemente estas fuerzas, parecía que se habian disuelto, que ya no había nada allí.
... Hasta que algo, casualmente, removió el fondo, y las emociones que llevaban demasiado tiempo sumidas en un sueño artificial despertaron con fúria. No había nada que resolver, no había nada que entender de aquello, ningún sentido ulterior; sólo tocaba dejar ir esas emociones que habían quedado atrapada en el fondo, como un fantasma que ha perdido el camino para pasar al otro lado. Dejarlas pasar sin caer en la tentación de reengancharse. Después de llorar todo lo que había que llorar, la obsesión y el malestar se fueron atenuando por sí mismas, y por fin volví a mi vida tal como ahora es.

Hasta la fecha me ha costado explicar este tipo de experiencias, tal vez por el miedo a ser juzgada en un medio en el que cualquier cosa mala que nos pase es susceptible de etiquetarse como un "daño que alguien ha conseguido hacernos", o como un "castigo que por algo nos hemos ganado". Pero me hago mayor y creo que empieza a ser momento de advertir que este es el tipo de cosas a las que nos puede llevar el trabajo interior, a remover los fondos donde habitan nuestros propios fantasmas, en ocasiones irredentos: El que no los haya encontrado es que o no ha profundizado lo suficiente, o sigue empujándolos hacia el fondo. Y esto es en paralelo con lo que puede suceder fuera. Pero si no hubiera un aprendizaje y unas pruebas que pasar no tendría sentido estar en un camino.
Puede parecer que pasar dos o más semanas desconectada porque tu cabeza está en otro lado y tu cuerpo a penas te responde para mantener un trabajo es un "mal", y yo no negaré que es un mal trago, pero realmente me alegro de que haya sucedido de este modo, en vez de generar una enfermedad bastante más grave dentro de unos años. Del mismo modo, si no hubiera tenido cierta idea de lo que podía estar sucediendo podría haberme reenganchado a viejas emociones y confundido y la pesadilla podría haber sido mucho más larga o interminable; del mismo modo, si no hubiera tenido a las personas adecuadas a mi lado, los daños ocasionados por la situación podrían haber sido realmente preocupantes. Así que definitivamente ha sido un asco el proceso de sacarlo, pero está fuera. Comprobado que algo he aprendido, que los esfuerzos valen la pena y que tengo a mi lado a las personas adecuadas, no debo estar haciendo las cosas tan mal. Significa también que el camino se ha despejado y hay vía libre hacia la próxima parte del tesoro a manifestar ( y a compartir con las mismas personas que han demostrado ser las adecuadas). Y eso es bueno. Aunque implica seguir trabajando, por supuesto.

Para muchos de nosotros no existe tal cosa como un "...De seis a ocho meditaré/visualizaré sobre el Descenso al Inframundo, pondré una vela  y así habré cumplido con la celebración de esta festividad." Algo así puede suceder al principio del camino, algo parecido a mojarse un poco los pies antes de zambullirse en el agua. Esto no significa que todo el mundo esté en condiciones o tenga ganas de convertirse en nadador profesional, pero creo que es fácil de entender la diferencia que existe entre asistir a una exhibición de natación, y ponerse a nadar: nademos mejor o peor, con un estilo u otro, con más o menos resistencia se trata de experiencias distintas a ser un espectador externo. Creo que es importante recordarlo de vez en cuando. Nuestra formación puede facilitarnos mapas, que como decía antes, nos ayudan a entender qué puede pedir el camino de nosotros en un momento dado; pero luego hay que vivir ese camino, con todos sus monstruos, redenciones, compañeros de viaje y tesoros. 

23 de septiembre de 2014

¿Existe la Magia?

Domenico Zampieri, A Virgin with a Unicorn, c 1604–05,
fresco del Palacio Farnese, Roma, según el diseño de Annibale Carracci

Hace algunos días en Un Papá como Darth Vader nos encontramos con la historia de un niño al que en su primer día de escuela su padre le había regalado un anillo asegurando que tenía poderes, pero unas horas más tarde un compañero - hijo, tal vez, de algún ferviente seguidor de Richard Dawkins- había logrado convencerlo de que no existe tal cosa como la magia, porque el anillo no puede hacer aparecer dulces. La tarea que se propusieron los padres fue, simplemente, explicar al pequeño que hay personas que creen en la magia y otras que no, apoyándose en parte en las respuestas que daba la gente a una simple cuestión planteada vía Facebook: "Si creéis que la magia existe y que, este anillo de “Linterna Verde” de la foto tiene poderes mágicos…darle un “like”. Si además compartís la foto…os estaré eternamente agradecido." Hasta el momento la foto ha sido compartida 1567 veces,  ha recibido 4950 likes y 380 comentarios, entre los que se cuentan tanto los de otros padres, amigos y familiares solidarios con la causa de que un niño no pierda la ilusión por esta clase de juegos tan pronto, como las de algunos brujos y brujas que conozco. Y, en muchas ocasiones, las respuestas de unos y otros no eran tan diferentes.

Parece que hay un acuerdo más o menos común en que acabar demasiado pronto con las ilusiones de un niño es quitarle algo muy valioso que le pertenece como un tesoro que, ya de por sí, se considera que tiene fecha de caducidad. Curiosamente, una de las respuestas que leí en varios comentarios fue "la magia sirve para cosas más importantes que hacer aparecer chuches, que se pueden comprar". Me parece una respuesta bastante adecuada para aquellos que nos interrogan acerca de la práctica mágica, porque no faltan adultos tan encaprichados con sus objetivos como un niño pueda estarlo de una bolsa de caramelos; aunque no sea el momento, aunque le vayan a sentar mal, o aunque puedan conseguirlos de manera mucho más práctica con acciones físicas directas en vez de pretenderlos lograr por la vía mágica.

La Magia, en ese sentido amplio que la equipara a la capacidad de maravillarse, es un bien que los adultos necesitan tanto como los niños, pero que en muchas ocasiones no saben como conservar. La Magia no habita en los prodigios, sino en la totalidad de la experiencia; no se desvanece, sino que dejamos de percibirla, al mismo tiempo que perdemos nuestro asombro por la maravilla de lo que somos, de lo que nos rodea, de la simple experiencia de estar vivos aquí y ahora.

Que existen un montón de palancas y cuerdas más o menos metafóricas y algunos métodos más o menos acertados de manipular la realidad en la que vivimos según nuestra voluntad o necesidad, es innegable. Pero por ellos mismos no pueden asegurar que la Magia esté presente, del mismo modo que las máquinas que hace medio milenio podían parecer un auténtico e inexplicable prodigio hoy son parte de esos paisajes industriales ( o de interminables basureros), que nos recuerdan con dolor la naturaleza sacrificada en los pseudoaltares racionalistas. Así mismo, existe la fantasía, que a veces funciona para conectar la Magia, pero que mal empleada sólo nos aleja de más y más de ella.
La Magia que niños y adultos necesitamos aún es la que nos hace ver el mundo, a los demás y a nosotros mismos con amor; la que nos descubre la belleza oculta en lo cotidiano y de vez en cuando incluso logra estremecernos al tomar conciencia por unos segundos de lo inexplicable y lo efímero de nuestras existencias. Esos momentos en los que la posibilidad de cualquier prodigio supranatural no resulta esencialmente más maravillosa que la oportunidad de pasear por un bosque, tomar un café con tu madre en la cocina, mojar los pies en la playa, desayunar tostadas, jugar con tu mascota, circular en bus en una tarde de lluvia o abrazar a tu pareja y decirle que la amas. Esos momentos en los que casi se escapa una lagrimilla y si alguien te pregunta a qué viene sencillamente lo dejas correr, porque a ver quién explica tanta emoción surgida de la nada en un puñado de segundos que tejen recuerdos, deseos, agradecimiento y consideraciones existenciales.

Pero por causas muy diversas, alguna vez en la vida, incluso los que trabajamos con ella, sentimos que perdemos la Magia. Son momentos que no siempre se deben a la dureza de las circunstancias, en los que nos sentimos extraviados y nos falta una dirección en la que marchar o un lugar al que llegar, momentos en los que algo no parece terminar de encajar, o nos sentimos solos porque nuestra propia compañía se hace extraña, porque no acabamos de reconocernos en lo que fuimos, o en lo que vamos a ser. Momentos que duelen, pero tampoco demasiado; que provocan una desazón difícil de explicar y que suelen ser el preludio de un cambio importante, de una nueva etapa. Momentos en los que el fruto que no ha sido recolectado cae al suelo, y alimenta esa tierra negra que es el lecho del mañana, en un tránsito oscuro y regenerador hacia la luz de una nueva primavera. En todo ese proceso también hay también una Magia, tal vez la más difícil de percibir, pero la que nos sostiene al fin y al cabo en nuestros peores momentos, recordándonos que seguimos vivos, pero también que nunca sabemos por cuánto tiempo contaremos con lo que ahora tenemos, ya sea mucho o poco, y más vale aprovecharlo, dejar de querer imponer nuestros planes a toda costa y estar más atentos a las sugerencias del Universo.

Tengo 33 años y aún creo en un montón de cosas que algunos creen imposibles, no sólo la Magia, sino cosas aún "peores" como la honestidad, la coherencia, las ganas de aprender y trabajar, la entrega, la amistad y el amor sinceros. Tengo la tremenda suerte de saber por experiencia que existen, aunque a veces parezcan desterrados de la faz de la tierra, y de no tener ninguno de ellos demasiado lejos. Pero siempre habrá quien dude incluso de la posibilidad de que cosas así existan más allá de los cuentos de hadas o las cabezas soñadoras, personas que verán un muro donde nosotros vemos una puerta, y - más vale tenerlo en cuenta- actuarán en consecuencia, por ejemplo, poniendo negaciones o fantasías (dos caras de la misma moneda) allí donde podría haber realidades maravillosas.
Que la Magia, y otras cosas supuestamente imposibles, existan no significa que sean fáciles de encontrar y reconocer, ni mucho menos que lo sea estar en contacto con ellas...  Una vez mi gato atrapó por reflejo un colibrí que se coló en casa, me miró como preguntando qué hacer con un insecto tan grande y, confundido, sencillamente lo dejó ir. Creo que por lo mismo muchas personas dejan escapar oportunidades maravillosas, proyectan o dejan volar su imaginación lejos de lo tangible, porque de hecho no sabrían qué hacer con la materialización de una posibilidad real entre sus patas, no están preparadas para ello. Y a veces es tan importante recordarnos que la Magia existe como estar conscientes de que hay personas que no quieren, o no pueden creer en ella, y no se puede esperar más al respecto.


14 de septiembre de 2014

Cerremos, si es necesario, las puertas


Christopher Williams, Cerridwen, 1910
Más Vida

Es bueno saber permanecer cuando todo incita
a desistir.
Cerremos, si es necesario, las puertas
y convirtamos la casa en un reducto
donde cada cosa, poco a poco, retome
dimensiones comprensibles y amigas.

Nada nos limita salvo el rechazo
de este espacio. En la incertidumbre granan
voces y más voces y a lo lejos el mar propone
el impulso del viento y la luz de las rutas.

Siempre el poniente convoca fuegos y auroras.

Saber permanecer, he aquí la consigna,
y preservar cadaquién el pequeñísimo
terreno en que proclama, altivo, más vida.

L'àmbit de tots els àmbits (1980)
Hace algunos años cierta violinista comentó en una reunión: "Entre los nuestros no podemos cultivar amistades demasiado comprometidas, porque hay que competir siempre y a toda costa; Pero tampoco podemos enemistarnos con nadie, porque nunca sabemos cuándo lo vamos a necesitar". Estas frases se me quedaron grabadas porque describen muy bien una actitud que logra que me nazca una urgencia terrible por salir de un lugar, o logra disipar cualquier intención o curiosidad que pudiera tener de entrar en él. Es cierto que no soy una persona extrovertida, ni demasiado ducha en las transacciones sociales, sin embargo, los vínculos forjados con mis compañeros de búsqueda - así sea por haber recorrido juntos sólo un tramo del camino -, permanecen a pesar del tiempo y la distancia. Hay muchas personas realmente importantes para mi, por las que siento un respeto, admiración y estima que no habrían podido darse en una relación menos sincera o entregada. Estas relaciones son también pruebas del camino, y frutos de un trabajo  y un aprendizaje sobre nosotros mismos, y sobre los demás.
Desde mi infancia he recorrido caminos de cabras, asomándome a la carretera de vez en cuando y volviendo siempre, tarde o temprano a los senderos menos transitados. Pero el mío es un camino que amo, una búsqueda a la que también me he entregado. Me he entregado a mí, con todo lo que tenía en ese momento, y por cada pago he recibido muchas veces más de lo que hubiera sido sensato pedir. Soy consciente de lo mucho que siempre queda por aprender, para lo que una sola vida o un puñado de ellas no bastarían; sin embargo veo demasiado a menudo personas que se llaman a sí mismos "buscadores", que dan dos pasos y se acomodan a la vera del camino, y van montando su particular tingladillo hasta invadir la carretera, tapando con las telas de sus tiendas ese horizonte que otros siempre seguiremos como enamorados.
Son unos cuantos años y muchos tropiezos en el camino, reconozco las trampas de lejos. Sin embargo, me gusta decir a otros que no les falta capacidad, sino ganas de trabajar; que esa urgencia por tener los frutos en sus cestos antes de estar maduros es una manera pésima de presentarse en los caminos y, a menudo, algo poco honesto para uno mismo y para los demás. No sirvo para advertir a alguien que está comiendo un fruto demasiado verde como para que no le sea indigesto, o que esa artesanía que le ha costado un ojo de la cara es una chapuza, o ese ungüento es un timo... De hecho, creo que algunos buscan precisamente ese timo o esa chapuza para entretenere y no enfrentar cosas mayores; y que de no ser así tal vez una indigestión o una desilusión a tiempo es justo lo que otros necesitan para salvarse de un mal mayor... Pero al mismo tiempo creo que ésa no es la mejor manera de aprender y me doy cuenta de que necesito algo más, algo que va más allá de esto. Puedo pasar por la feria un par de días al año y "socializar", pero mi lugar debe estar en otro sitio. En un sitio donde no haya necesidad de finjir afectos por miedo a perder intereses, para empezar.

Hoy ha sido un día en el que, tras muchas dudas, se han cerrado puertas. Yo las he cerrado, para poder abrir otras, y de paso he aprendido una vieja lección. Por más que no tenga nombre, este Camino que piso y los que considero mis compañeros en él merecen sólo lo mejor que pueda dar. 


23 de agosto de 2014

El dios vencido

Gleaning, Arthur Huges (1832-1915)


"Hubo una vez un joven que, deseando ser investido como rey, pidió al dios del mar una señal de la legitimidad de su poder. Poseidón hizo surgir de las aguas un hermoso toro blanco, que debía ser sacrificado como símbolo de sumisión a las funciones del cargo real. Sin embargo, valorando la belleza del animal el nuevo monarca decidió atesorarlo para sí, y creyendo ingenuamente que la divinidad no se daría cuenta de la sustitución, sacrificó en su lugar al mejor ejemplar de su terrenal ganadería. De esta traición primera nació, como recordatorio de la falta cometida, el Minotauro. La trágica caricatura del poder corrupto, al que año tras año debían sacrificarse las nuevas generaciones. Algo más tarde llegaría el correspondiente libertador, para dar un respiro al curso de esa historia que olvida pronto que el héroe siempre está a un paso del monstruo, y que el mismo traidor que es necesario derrocar, fue en otro momento una fuerza por la que se clamaba a los cielos. Un tirano es como un invierno demasiado largo."
La savia de los almendros. Crónica de la primavera.

Hay algo en los campos cuando, al caer la tarde, salgo a pasear por los caminos de tierra que los rodean. Vemos al trigo crecer verde y tornarse dorado, caer bajo la hoz y convertirse en montones de paja amontonados en los mismos campos en los que  meses atrás germinó la semilla de la que procedía. Es el dios vencido - por sí mismo -, el grano sacrificado convertido en símbolo de todo aquello que muere para que el resto de criaturas se alimenten, que nos recuerda que un día también nosotros entregaremos nuestro último aliento para volver a la tierra. En los márgenes de los campos un viento fresco agita sombras entre las cañas, y en el cielo nubes grises anuncian anticipadamente el tránsito a la época oscura del año. El guardián del umbral espera, aún cuando no se manifieste.

Hay matices en el desarrollo de nuestra práctica mágica/espiritual que no aparecen en los manuales, del mismo modo que ningún tratado genérico hablaría de las relaciones concretas que tenemos con nuestro círculo cercano. En muchas ocasiones sería más conveniente dejar de lado las explicaciones dadas y abrirse a la experiencia directa. Y cuando hablo de las "explicaciones dadas" no me refiero sólo a las que recibimos, sino también a las que por alguna extraña razón nos vemos impelidos a dar.  

Este año me he encontrando explorando el ciclo sobre-tierra y ha sido algo agotador, seguramente por primeriza, y por no tener detrás el entrenamiento más adecuado (y no me refiero a que no tenga el conocimiento necesario, sino a ciertas lagunas de disciplina...). Si estuviera en un tablero de la oca, hace días que habría pisado la casilla de la muerte, para empezar el viaje desde cero. Pero si lo que llega ahora es la cosecha, es lo que tiene sentido e incluso prefiero que sea así, ha habido muchas cosas en este recorrido y quisiera vivirlas plenamente antes de pasar a otro orden de cosas.

En estas fechas muchos paganos celebran la abundancia de la cosecha como resultado de sus esfuerzos, y también como una muestra de generosidad de la naturaleza. Pero de unos años a esta parte prevalece para mí en este momento la noción del sacrificio y de la entrega, más allá de la analogía en el reino natural, en relación con la necesidad de desapego. Es posible que al tener la atención en la parte del ciclo que transcurre Sobre-Tierra estos conceptos resuenen aún con más fuerza. En el momento de la cosecha el grano se sacrifica en su momento óptimo, da lo mejor de sí. Podría seguir vivo, pero entonces simplemente se iría marchitando y acabaría cayendo de todos modos, pero su descomposición sólo alimentaría a la tierra. 

En el ciclo del héroe, el joven acumula méritos hasta convertirse en héroe y en no pocas ocasiones su gesta consiste en desplazar a un antiguo rey que ha olvidado que su función es servir al pueblo, y se aferra al poder, corrompiéndolo. Una vez el héroe deviene rey deberá evitar acabar convirtiéndose en el mismo mal que un día llegó a combatir; y la única manera de hacerlo es recordar a quien sirve, y aprender a dejar ir. Después de entregar todo lo que tiene, como el alma descarnada, puede adentrarse en la segunda parte de la historia, la que discurre por los reinos internos, Bajo Tierra.

Escribió C.G: Jung, a raíz de este punto de inflexión existencial: "El Sol contrae los rayos para alumbrarse a sí mismo, después de haber prodigado su luz por el mundo". Jung, en 1930, se refería con esto a la segunda etapa de la vida adulta. Sin embargo, del mismo modo que aunque consideremos la primavera  análoga a la juventud y el invierno a la vejez, las estaciones se van sucediendo a lo largo de nuestros años, también las diferentes etapas del ciclo se suceden varias veces a lo largo de las vidas de cada individuo. Simplemente, destilamos más o menos aprendizaje de ellas en función de nuestra madurez y atención al fenómeno (que es lo mismo que decir que para muchos pasan tan inadvertidas como las estaciones).

El dios que se vence a sí mismo (que vence su apego y se entrega a la transformación) es recibido por el bosque, por las sombras que se alargaran cada día que pase. El dios de la época oscura del año no es sólo el devorador, sino el sabio que domina aquellos aspectos desconocidos para el que sólo ha desarrollado su ser en las etapas externas del camino, a través del aprendizaje efectuado en el encuentro. La experiencia del rey que ha muerto pasará así a formar parte del aprendizaje acumulado por las generaciones de reyes, alimentará el legado de su función y será la herencia que esperará al próximo joven que comprenda y asuma el destino siempre transitorio del monarca.

Hablaba párrafos arriba de cómo a menudo nos complicamos la vida o nos desgastamos por tratar de dar explicaciones innecesarias. El lenguaje de la parte del ciclo que se desarrolla Sobre Tierra es, antes que cualquier otra cosa, el de la acción. El rey no explica, actúa; no intenta convencer, sino que muestra con el ejemplo la posibilidad que ha escogido encarnar. En el ciclo del héroe el rey es esencialmente un servidor, y el poder que ejerce en un territorio, un préstamo. Del mismo modo, nosotros tenemos un cuerpo y una personalidad que habrán de desintegrarse al final de nuestros días. 

A  escala menor, cada uno de nosotros asume roles o posiciones que en un momento dado, ya sea con violencia o con naturalidad, deberá dejar atrás. Cada vez que nos encontramos con una de estas situaciones conviene preguntarnos a qué servimos (porqué empezamos a caminar, cuál es el objeto de nuestra búsqueda, en qué creemos, cuáles son nuestros ideales...) y actuar en consecuencia, dejando ir y entregándonos  sin reticencias a la transformación.

Puede que, como decía más arriba, la secuencia nos deje la sensación de haber pisado la casilla de la muerte para volver al principio, puede que implique un pequeño o gran sacrificio, pero el camino tiene sus propios métodos para corregir nuestro rumbo en caso de que nos hayamos alejado demasiado de la senda que en justicia nos pertenece recorrer; y al final siempre podemos agradecer la oportunidad de volver a empezar, apreciando mejor cada uno de nuestros pasos.
El Sol contrae sus rayos para alumbrarse a sí mismo, después de haber prodigado su luz por el mundo. - See more at: http://www.geocosmos.es/el-punto-de-inflexion-de-la-vida-1930-c-g-jung/#sthash.Exc8mZv3.dpuf
El Sol contrae sus rayos para alumbrarse a sí mismo, después de haber prodigado su luz por el mundo. - See more at: http://www.geocosmos.es/el-punto-de-inflexion-de-la-vida-1930-c-g-jung/#sthash.Exc8mZv3.dpuf

1 de agosto de 2014

La cosecha, Félix Anesio

Meinrad Craighead, Madre e Hija, ca.1986


La cosecha

Gaudeamus igitur…

¿Por qué no regocijarnos y cantar las mieses
de la cosecha que hemos sido, inexorablemente?

¿Por qué no sentir orgullo; quién lo impide?
¿Por qué víctimas y no hacedores
de nuestras propias vidas soberanas?

Porque a pesar de los pesares—en la Isla—,
nos hicimos más fuertes, estoicos, solidarios;
sobrevivientes hermosos de una gesta impropia.

¡No hay generación que no lamente,
de algún modo, no haber hecho más
de lo que pudo!

Habiendo, pues, echado al fuego la cizaña:
¿Por qué no celebrar la cosecha con un canto?

Félix Anesio, 2012.

31 de julio de 2014

Guardianes del conocimiento

Theodore Kittelsen, La Nix como un caballo blanco, 1909

Todos hemos oído hablar del llamado Guardián del Umbral y nuestra necesidad de enfrentarlo cada vez que, en nuestro propio recorrido existencial, llegamos a un punto sin retorno. El Guardian del Umbral cumple la función de pone a prueba nuestra resolución y compromiso a la hora de seguir la vía escogida, y nos recuerda que habrá una serie de cosas que debemos dejar atrás para seguir adelante. 
Actualmente, los Guardianes de los Umbrales se aburren mucho. Esto suele deberse a que pasos antes de llegar a cualquier umbral personal hay una especie de feria llena de luces de colores y musiquilla donde se asegura al caminante la posibilidad de lucir el título de sacerdote/sacerdotisa, de pertenecer a una tradición con solera, o incluso a un "antiguo linaje" (a menudo tan antiguo que no hay manera de rastrearlo). Una vez llegados a este punto, donde se reparten las etiquetas, no parece necesario dar un sólo paso más. ¿Hace falta algo más? Bueno, depende de la persona.

Cada vez que hago limpieza de la casa acabo encontrándome con un trabajo acerca de la Wicca que presenté hace más de una década, al terminar mis estudios de secundaria. En su día, vertí allí todo lo que sabía acerca del tema, incluidas mis propias conjeturas, y me sirvió para subir la nota global del curso. Pero cada uno de los años que han pasado desde entonces han significado modificaciones, añadidos, matices y correcciones sobre aquel escrito al punto que hoy no hay una sola página que mi consciencia me permitiera dejar intacta. ¿Estaba mal cuando lo escribí? Simplemente, entonces no había más información a mi alcance; a medida que obtuve más información me vi obligada a introducir cambios. Aunque las cosas muchas veces no fueron como yo esperaba, no es tan difícil cuando el compromiso está en el hecho de aprender, de acercarse a la verdad, en lugar de defender una posición concreta y tratar de usar lo que encontramos para defenderla, ignorando lo que no interesa. Si hoy, con lo que he aprendido, insistiera en defender aquel antiguo trabajo, estaría mintiendo a mis lectores/oyentes, pero sobretodo estaría mintiéndome a mí misma  y evitando al Guardian del Umbral. 

Hoy en día el paganismo es una serie de creencias y prácticas que se ha popularizado muchísimo, lo cual tiene sus ventajas y desventajas para los buscadores. Lo que una persona explique en un momento dado puede ser una falsedad, o simplemente puede que haya un tramo de camino que le quede por recorrer; muchas veces es difícil saberlo, porque nadie aprende en carnes ajenas. Por un lado parece haber más información al alcance, por otro, se han multiplicado exponencialmente los elementos distractores que nos alejan de lo que realmente importa a la hora de seguir un camino espiritual.
 La mayoría piensa que la función de los Guardianes del conocimiento es cerrar las puertas a aquellos que no lo merezcan, pero si lo pensamos bien, esta aseveración es un poco estúpida; no estamos hablando de la clase de conocimiento que te vuelva rico o socialmente exitoso de por sí y, por lo tanto, no suele tener ningún interés para los codiciosos, que conocen métodos mucho más efectivos para ello. En uno de los grupos con los que trabajé, se solía decir que "el conocimiento se guarda a sí mismo". 
 
La función de los Guardianes no es cerrar puertas, sino de hecho, mantenerlas abiertas para que el buscador que deja atrás la feria, pueda aún encontrar el Umbral y acceder a su propia y verdadera transformación. Por eso no importa desde qué camino llegues, ante el Umbral las etiquetas, los títulos, las denominaciones, las pertenencias, etc. no sirven absolutamente de nada. Ante el Umbral estamos solos, y una vez lo cruzamos, no somos los mismos. En eso consiste cualquier iniciación digna de ese nombre, en una introducción a un ámbito al que llegamos con todo por aprender, un segundo nacimiento a un mundo que hasta el momento nos era absolutamente desconocido, por mucho que nos hubieran hablado de él.
Por supuesto esta clase de trascendencia no es algo que interese a aquellos que se nutren economica o emocionalmente de la energía que el buscador pone en marcha al partir hacia sus objetivos de conocimiento; cuanto más lo entretengan, más partido sacarán de su necesidad. Por supuesto, algunas lecturas y algunos grupos pueden ayudarnos, pero sólo en algunos aspectos: tarde o temprano estaremos solos y habrá que tomar decisiones y acciones importantes, que nos obligarán a salir de nuestras zonas de comfort y cambiaran nuestra vida. Esto, en sí, puede convertirse en un primer encuentro con el Guardian del Umbral. 

La función del Guardian es recordar que allí hay un sitio por el que cruzar, que hay algo más allá que la realidad consensuada. Una opción alternativa a aquellas que nos han dado y que pretenden dejarnos en manos de la voluntad ajena. Un poco como en el mito de la caverna de Platón, o el Show de Truman; el umbral es esa puerta que se dibuja con tiza en los muros de una prisión, y que resulta que empujando puede abrirse. Es la conciencia de que siempre hay más camino para el que quiera caminar, por más que el colectivo insista que "ya sabemos todo lo que hay que saber" con el fin de mantener su propio orden y preservar sus intereses. 
La apertura de un Umbral, la capacidad de cruzarlo, se demuestra con actitudes y hechos, no con palabras. Por eso, aunque es difícil determinar la autenticidad o falsedad de los conocimientos que una persona puede mostrarnos en un momento dado, es posible prestar atención a otros indicadores, como su manera de tratarnos y tratar a los demás, la coherencia entre lo que dice y lo que hace, las cosas que promueve y aquellas que censura, etc. y sin necesidad de entrar en juicios personales, decidir si es la clase de escuela a la que nos gustaría asistir, o la clase de persona a la que será sano frecuentar.


27 de julio de 2014

El maravilloso poder del "No"


Wenceslas Hollar, El basilisco y la comadreja, s.XVII

A mí me hubiera gustado titular este post "The AMAZING power of NO", así, en inglés, como alguno de esos libros newageros cuyo color de portada salta directo a los ojos al pasar por delante en una librería o área de servicio de gasolinera. Los mismos que constantemente hablan de la importancia de ser positivos, y rara vez nos advierten de las maravillas de saber - o atreverse-  a decir NO.
En realidad este post debería formar parte de una trilogía, pero vamos con calma. El NO parece ser algo tan incómodo para la mayor parte de la población que casi siempre se intenta suavizar con excusas, por más torpes que sean, en vez de atenerse a las razones que lo justifican. A algunas personas el NO les da miedo, un miedo que puede llegar a paralizarles en el momento menos adecuado... A otras les duele más que cualquier herida física y, sin duda, el NO es la vía más rápida que conozco de convertir a un supuesto ser humano un basilisco o, visto de otro modo, de descubrir la verdadera naturaleza de aquellos con quienes nos relacionamos.

Desde luego el "NO" está muy demonizado, especialmente gracias a la Programación Neurolingüística (PNL), y es triste que no se acabe de entender que se trata de algo más que un juego de palabras. Aprender a decir "NO" desde dentro, con actitudes y resoluciones es la manera menos traumática que conozco, por poner un ejemplo, de dejar de fumar, sin nisiquiera tener que emplear la fuerza de voluntad: simplemente teniendo claro que aquello no sólo es innecesario, sino que no nos aporta nada. Y, desde luego, si alguien agrede a un niño por la calle, agradeceremos sin duda que la negativa al acto de violencia por parte de terceros que puedan deter aquello sea inmediata y completa, no que se queden mirando un rato mientras meditan qué grado de violencia sería adecuado tolerar, o visualizando que la agresión se convierte de súbito en una serie de muestras de respeto.

Saber decir NO es tan importante - a veces, incluso más- como perder el miedo a decir que sí, porque también a través de aquello a lo que nos negamos definimos nuestros propios valores y prioridades. Poco tiene que ver con el nivel de extroversión de la persona, o la importancia que de a lo que los demás piensen de ella; hay personas a las que no importa enzarzarse en discusiones violentísimas pero que sin embargo resultan incapaces de mantener la coherencia entre aquello que dicen no aceptar y lo que acaban por dejar entrar a sus vidas, e incluso acaban apoyando de la forma más vehemente, sin pensar en las consecuencias que esto pueda ocasionarles.  Negarnos a algo es una elección nuestra que manifestamos con palabras, hechos y actitudes. 

Sin embargo, debido a que el NO (la negativa, hablada o expresada con acciones) es molesto, muchas veces sólo lo enunciamos cuando una situación o una persona nos están poniendo entre la espada y la pared, y muy a nuestro pesar, porque sabemos lo que vendrá después: Ese "NO" nos convertirá en los malos (o al menos los antipáticos) de la película. En ocasiones, tenemos tanto miedo a ser mal comprendidos/mal vistos que por no decir un NO a tiempo, acabamos causando un mal mayor que aquél que queríamos evitar, a veces incluso dañando a aquellos que confiaban en nosotros.

Soy de natural pacífica e introvertida, escribo en blogs y de vez en cuando colaboro u organizo algún proyecto adicional. He aprendido a dar mis opiniones de manera bastante comedida donde se supone que se pueden dar, siempre puedo documentar en qué están basadas, y de hecho agradezco poderlas contrastar con puntos de vista distintos... No es precisamente la vida de un corsario, y sin embargo hay gente en este mundo que ha albergado odios vodevileros hacia mi persona a causa de ello. Bien, pues cada una de esas historias empieza con un simple NO por mi parte. A juzgar por lo que he visto en mis treinta y dos años de vida, casi estoy segura que algunos míticos imperios debieron tener su origen en algún NO mal encajado... Por compensar, o algo.

A veces es verdad aquello de que "nadie sabe para quien trabaja", pero posiblemente lo único que importa al respecto es qué hace cuando lo descubre. A veces la única opción honorable es decir que NO. Si alguien tiene el descaro de pretender utilizar lo que estamos haciendo de buena fe para sus propios fines, y además estos son contrarios a nuestros principios o a nuestra ética, tenemos todo el derecho de decir que NO, que por ahí NO pasamos. Es necesario entender, para nuestra paz de espíritu, que somos libres y cuando decimos que NO a algo o a alguien estamos expresando nuestros valores, no quitándole nada a nadie (a menos que estemos faltando a un compromiso en el que la otra parte no hubiera fallado, claro).

Pero no hay que engañarse: Incluso el NO más educado y bienintencionado del mundo puede bastar para despertar el basilisco interior de la persona o personas que hasta esa negativa nuestra parecían razonables e incluso dulces y cariñosos. Esto cuando uno es muy joven puede asustar mucho, sin embargo es un miedo que hay que superar si pretendemos desarrollarnos como individuos capaces de pensar por sí mismos y actuar en consecuencia. No significa que una vez decidamos algo no podamos cambiar de opinión, simplemente cuando nuestros principios tiran de nosotros en dirección contraria a la que otros nos piden (o incluso exigen) que avancemos, no es una cuestión de saber o no saber, sino de tener o no el coraje necesario para ser consecuentes con nuestros principios, o simplemente con aquello que queremos que sean nuestras vidas.
Por supuesto cada NO tiene consecuencias, si formas parte del grupo de trabajo equivocado, permanecer en él puede convertirse en un infierno debido a la presión del colectivo, si estás en una red de conocidos pueden empezar las difamaciones, etc. Los niveles de violencia implícita, chantaje y acoso que se pueden desarrollar en el seno de una comunidad autodenominada "espiritual" son simplemente fantásticos: nadie que no lo haya vivido puede imaginarlos por completo y aún viviéndolos son difíciles de aceptar. Pero cuando dejamos de escuchar justificaciones y eufemismos para  empezar a analizar hechos, actitudes y estrategias nos damos cuenta de lo fácil que es convertirse en aquello que en teoría estamos combatiendo (o "intentando sanar").  No nos equivoquemos tampoco, esto sucede por igual en sectas minoritarias que en una oficina completamente anodina... El círculo se va estrechando entorno a la voz disidente: "Sólo tienes que bajar la cabeza y decir que sí y esta tortura terminará". 

Pues NO.

Creo que Alex Rovira es acertadísimo cuando escribe que puedes obligar a que te oigan, a que te aplaudan, a que te besen, a que te cuenten un secreto o a que te sirvan; pero no puedes obligar a que te escuchen, que se emocionen, que te deseen, que confíen en tí o que te amen. Algunas personas seguirán tratándose de imponer y tal vez llegue un momento en el que ya no importe lo bajo que caigan en el proceso... Pero el NO inicial seguirá ahí. Con un poco de suerte, los motivos que nos llevaron a enunciar ese NO se hagan cada vez más evidentes. Por desgracia en algunos casos, sobretodo cuando hemos sido prudentes y discretos, esto no sucede así. Aún en esos casos no hay que olvidar que todo lo que se logra con engaños o malas artes (y no me refiero sólo a la magia oscura) siempre crea un vacío aún mayor que el que se intenta llenar.

Nuestro NO original sigue ahí, intacto, porque las cosas que importan no se pueden forzar.
Y podemos irnos a la cama tranquilos.

3 de julio de 2014

La cima


Vistas desde La Mussara (Tarragona), 2014


Hace algunos meses empecé a explorar el proceso de Ascenso - entendido como el tránsito opuesto al Descenso al Inframundo-. Al no tratarse de una elección consciente, me costaba imaginar a dónde conduciría este camino; como cada inicio estaba lleno de incógnitas y de expectativas que, paso a paso, se van viendo expuestas y superadas por la realidad. De hecho, es precisamente este punto el que a menudo me permite validar la experiencia como algo más allá de un paseo por mi propia fantasía.
Cuando aprendemos a enlazar nuestros recorridos psíquicos con los físicos solemos encontrarnos con esclarecimientos súbitos, con momentos en los que las cosas por fin parecen encajar. Algo parecido me ocurrió una noche de finales de este junio, cuando sin esperarlo me encontré contemplando tierra y cielo desde el asombroso mirador de la Mussara, un enclave cuyo auténtico misterio me temo que no se encuentra en las historias que se cuentan al respecto.

Del mismo modo que hay muchos aprendizajes en el camino del Descenso, debe haber muchas enseñanzas en el Ascenso. En muchas culturas el ascenso es una vía iniciática que transcurre por medio de los logros, ya sean mundanos (materiales o sociales) o ascéticos, y que lleva a la unión o encuentro con el "Padre", y la identificación con este principio en el punto álgido del camino Sobre Tierra.
La literatura al respecto tiene sentido, y algo de eso  iré desgranando en mi vida y - de paso- en los siguientes posts, pero una cosa es cómo las historias, el relato heredado explícita o implícitamente toma forma en nuestro pensamiento, y otra la forma en que se manifiesta cuando pisamos sobre el terreno.

En algún momento de nuestra historia empezamos a percibir rasgos de humanidad en las divinidades, los dioses y diosas se convirtieron en maestros de las artes y conocimientos legados a la civilización. A cambio, encerramos nuestra percepción de lo divino en esa reducida esfera hasta el punto que si un dios convoca la lluvia es para castigar o premiar a los humanos, sus cosechas y su ganado; como si nada importara más en el universo, como tierras, océanos y criaturas que los pueblan no siguieran ahí, sosteniéndonos al fin y al cabo. Algo parecido sucede con ese antropoteísmo exacerbado que nos lleva a trasladar los rasgos de género que culturalmente asignamos a hombres y mujeres a las divinidades, tal cual, sin pensar en dar un paso más allá hacia la naturaleza íntegra de una divinidad. La montaña (altura) es la contraparte de la sima (profundidad), podemos sexualizar estos elementos pero a menudo es innecesario para trabajar con ellos, o incluso puede convertirse en una distracción.

Si tuviera que concentrar en una palabra lo que este tránsito me ha aportado, sería, sin lugar a dudas, "Perspectiva". Por supuesto, hablar de "perspectiva" desde la cima de una montaña suena a obviedad, pero el caso es que, en ocasiones, las cosas no son precisamente complicadas. Algo que se puede ver la noche del 23 de junio desde el barranco en el que termina lo que queda de la Mussara, son los fuegos artificiales de las celebraciones de San Juan en los pueblos y ciudades que se extienden a los pies de la sierra. Tan impresionantes como se ven cuando estamos a orillas de la playa, la altura de la cima recuerda calmadamente lo que en realidad son: fuegos artificiales, efímero entretenimiento humano que no puede competir y palidece ante la solemnidad rocosa de los montes, o el brillo inigualable de las estrellas. Los gigantes no tienen prisa, aún cuando se la erosión los vaya mermando y la misma oscuridad los devore al final; en comparación nuestras vidas aceleradas son a penas un suspiro, y incluso tal vez la humanidad misma lo sea.

Aunque no sería sensato cambiar la escala humana por la de los montes, las estrellas o los dioses en nuestra vida cotidiana, pero encontrarnos súbitamente expulsados de la burbuja en la que a menudo nos encontramos "demasiado atareados" como para dedicarnos a vivir, sí puede ayudar a repensar algunos aspectos de nuestras vidas y corregir las proporciones que con el tiempo y por inercia hemos ido descuidando. Reconocer qué es "naturaleza sustentadora" y qué "fuego artificial" en nuestro entorno, y en nosotros mismos. A veces simplemente rehuímos detenernos y contemplar, porque sabemos que la toma de conciencia nos empujará a hacer grandes cambios y no tenemos demasiado claro cómo afrontarlos. La naturaleza reencontrada nos impulsa a buscar nuestro ritmo interno, que a menudo retorcemos y forzamos por exigencias ajenas o autoimpuestas. Pero el ascenso supone también llegar a un punto desde el cuál orientarnos, la oportunidad de salir por un momento del bosque en el que estamos inmersos,  ver a dónde lleva el camino que seguimos (o los diferentes caminos a los que tenemos acceso) y hacer elecciones meditadas al respecto.

5 de junio de 2014

Toda semilla tiene un tiempo...

Persephone, Kris Waldherr, sf

Las últimas semanas han sido de aquellas en las que cada día te dices "ya queda menos", a pesar de no saber ni "cuánto queda" en realidad, ni en qué condiciones estarás cuando acabe. Uno de esos momentos en los que puedes ver claramente el sol iluminando el valle de enfrente, pero sobre tu cabeza pasan, muy, pero muy lentas las nubes de tormenta. 
En el pasado, me entrenaron para fingir que no existían las malas épocas, lo cual me parece un gran error. Puedo conceder que, a la luz de algunas consideraciones de la fe o la razón, las malas épocas no existan; sin embargo fingir es un ejercicio que siempre hace más mal que bien, y en este caso simplemente indicaría no entender nada. Así que hablo de malas épocas, y todos sabemos de lo que hablo. Estamos prácticamente a las puertas del verano, y esto permanecer en retiro parece dejarnos fuera de lugar: "No es lo que toca...pero es lo que hay". 

Y lo que hay, es lo que debe ser. No porque nos conformemos, sino porque además de los cambios estacionales, cada uno de nosotros posee ritmos y ciclos propios que también es nuestra tarea conocer, compreder y aprender a respetar. Es la parte del conocimiento que el Mundo no nos puede dar, porque reside en nosotros mismos, sólo falta aprender a escuchar. Y así, mientras no hacía nada de lo que quería hacer porque otras obligaciones me lo impedían, como una ficha aparentemente apartada del tablero, resulta que algunas piezas sueltas que tenía en la cabeza se han ido poniendo en su lugar, lo cual será de lo mejor que me lleve - a pesar de todo- de este momento de mi vida. 
Otra cosa que ha sucedido en estas semanas me han llegado respuestas, a preguntas que hice  hace años. Sé que eran buenas preguntas porque no ha importado cuánto tardara en llegar la respuesta, aún después tantos años tenía sentido saber aquello. Como buscadora por naturaleza (acerca de los roles arquetípicos escribiremos otro día), es comprensible que gran parte de mis "siembras" hayan sido preguntas, o simplemente cosas que quiero saber. Otras personas sembrarán el deseo de una pareja, de una habilidad determinada, de una estabilidad material, etc.

Aunque todos tenemos una lista casi interminable de cosas que creemos que deberíamos "tener", si hacemos un análisis más profundo del asunto nos daremos cuenta de que en realidad ya tenemos aquello que es más importante para nosotros. No sólo en en ámbito mágico, sino desde cada aspecto de nuestras vidas, incluido por supuesto el inconsciente, imponemos nuestras prioridades a la hora de hacer las elecciones que trazarán nuestro camino en la vida. A partir de aquí podemos deducir dos cosas, la primera, que siempre será más fácil atraer algo que tenga sentido para nosotros, y la segunda, lo importante que es a nivel práctico trabajar sin máscaras, conscientes de las ideas que albergamos y las emociones que nos mueven. Y esto es, en gran medida a lo que nos referimos a la hora de hablar de los "procesos bajo tierra". Cada semilla tiene su tiempo, que escapa de nuestro control; sólo podemos decidir qué sembramos a cada momento, sin saber nunca cuando o en qué condiciones recibiremos sus frutos.

Decía al principio del post que tratar de fingir es siempre una mala idea, porque tarde o temprano aquello que tenemos por dentro, ya sea bueno o malo, admirable o execrable, acaba saliendo a la luz. Puede que lo haga en forma de reconocimientos externos, o simplemente a través de felicidad; y a la inversa, también puede que no sea denunciado o castigado, pero se manifestará en forma de una vida desgraciada.  Y al escribir estas cosas no me refiero a lo que puede ser un acierto aislado, un golpe de suerte o una equivocación de las que todos hemos comentido alguna vez (nadie es perfecto); sino a sentimientos e ideas largamente acunados, fomentados bien por haber sido cuidados con esmero, o por haberse dejado proliferar por negligencia.  
La paciencia es una de esas virtudes que se me escapan,  pero si en algo me han servido estas semanas de "mala racha" es para darme cuenta de que todo llega, y, si es importante para nosotros, nunca es demasiado tarde para darle la bienvenida. Una y otra vez nos encontramos con los frutos de las emociones, las ideas, los esfuerzos que sembramos en algún momento de nuestra vida, ya sea cercano o lejano. Por lo tanto, si actuamos conforme a nuestros principios, poco habrá que temer del futuro. Lo que tenga que salir a la luz, de nosotros, o de los demás, ya saldrá... No puede ser de otro modo.

15 de mayo de 2014

Atenea, la lechuza y la serpiente.

Atenea brandiendo una serpiente de la égida contra un gigante,
Antiguo templo de Atenea en Acropolis, Acropolis Museum, Barbara McManus, 1980


Acabábamos de visitar la exposición "Mediterraneo, del mito a la razón" en Caixa Forum con PFI, y llevaba días pensando en lo infravalorada que está la cultura, especialmente la académica, en nuestros tiempos. En nuestra ruta, volví a pasar por delante de una estatua de Atenea que tenemos en Barcelona, cerca de Montjuïc. Me di cuenta de que para muchos esa imagen maltrecha, capaz sin embargo de inspirar algún respeto, podría representar el academicismo del viejo mundo y la cultura occidental.

La imagen que nos ha llegado de la Atenea se considera a menudo un arquetipo "incompleto", una casi estéril "hija del padre", cuya contraparte simbólicamente asumida es la monstruosa Medusa, a la que ella misma castigó. Aquí Atena es la razón "fría", calculadora, la razón "de estado"; que si bien desdeña la belicosidad y la violencia visceral de Ares, no tiene remilgos en otorgar  poder al más astuto, lo cual - comprobado está- no es precisamente sinónimo de hacer un mundo más justo o siquiera más habitable. Del otro lado observa Medusa, Górgona con cabellera de serpientes, la capacidad no expresada o el poder censurado, que sólo se desata con ferocidad destructora. 
Parece que la solución moderna al aparente conflicto entre ambos modelos ha sido optar por una exaltación del rol de Medusa (o de cualquier sombra) hiperemocional y fuera de control, cómo si este arquetipo no estuviera, a su vez, tan incompleto y cegado como el de la Atena hiperracional, como si la Górgona monstruosa no fuera, a su vez, hija de la misma herida original. Cuando hablamos de arquetipos, recordemos, podemos referirnos tanto a un individuo como a una cultura o sociedad.

Escribí hace poco acerca de la necesidad, para el buscador, de realizar ambos caminos; el que desciende hacia el Inframundo y el que asciende hacia las Alturas. No basta con descender a la búsqueda de nuestra sombra, hay que ser capaz de incorporar a nuestro mundo lo que hayamos aprendido en este viaje. Esto, a su vez, nos pondrá en camino de una nueva búsqueda sobre tierra y hacia las alturas, pues es dudoso que haya existido una cultura capaz de desdeñar a los cielos.
A menudo los animales asociados a los Dioses y Diosas constituyen una fuente icongráfica de información adicional sobre sus funciones. En el caso de Atenea encontramos dos animales clave, la lechuza y la serpiente; ambos símbolos femeninos y de sabiduría ambos; una del cielo, y la otra de la tierra. Y es este vínculo con la noche y la tierra, con lo oculto e íntimo, el que se ha perdido en la imagen blanca e irreal que creamos para representar la antigüedad clásica (irreal, porque, para empezar, las estatuas mismas estuvieron originalmente policromadas y no precisamente de forma discreta).

Como esas casas llenas de estantes con libros que nadie ha leído ni leerá jamás, la familiaridad con el academicismo es algo que parece mencionarse más a menudo con la finalidad de mejorar las apariencias, que disfrutarse como una auténtica vía de crecimiento personal...  Creo que hubo un tiempo en el que el academicismo representó la esperanza de encontrar soluciones a los problemas que aquejaban al mundo, una voluntad de superación, de crecimiento conjunto de la humanidad. Y aunque los errores cometidos en este camino son practicamente incontables, aún hay herramientas que deberían rescatarse como aportaciones al bien común, y que incluso podrían resultar útiles a la hora de traer nuestras potencialidades pendientes a la luz.

Por poner un ejemplo, durante los primeros años de la licenciatura en historia nos enseñaron los "trucos" del oficio, aquellas trampas - sesgos de información, omisiones, reinterpretaciones,...-, faltas a la verdad que algo más tarde veríamos cometer a más de un profesor en la misma facultad, y de formas aún más descaradas fuera de ella. En un mundo narrado por los medios de comunicación, encargados de ponernos en escena y dictar los papeles que cada uno de nosotros deberá ocupar en ella, esta situación se dispara. Vivimos en una sociedad hábilmente dirigida por expertos en manipulación emocional, y lo único que podemos hacer al respecto es mantenernos sereno, y tratar de acostumbrar la vista a los hilos con los que pretenden irnos conduciendo. En una situación como la descrita, la capacidades como la observación "objetiva", el análisis, la contrargumentación, etc. debería ayudarnos a conservar cosas tan importantes como nuestra libertad personal y favorecer una correcta gestión de nuestras emociones.

Será necesario recuperar, tal vez, la Atena que enseña las artes y los oficios, benefectora de la humanidad que - en algunas versiones- incluso da el fuego a los mortales. Los ojos de la lechuza son penetrantes, y dirigen su atención calma más allá de lo aparente, sin temor a adentrarse en el mundo de las sombras propias o ajenas. La serpiente, a su vez, además de conocer los reinos ocultos y sus tesoros, es símbolo de la conexión con la tierra, con los ciclos de la naturaleza (los procesos de crecimiento, pero también de caducidad, muerte, desprendimiento y renovación) a cuya influencia nosotros mismos estamos sometidos. La lechuza y la serpiente no nos hablan de la técnica o el razonamiento ciegos o estériles, sino de la sabiduría necesaria para completar el ciclo que unifica los tres mundos; los cielos, la tierra y el inframundo, o tres partes de nuestro ser que solemos trabajar por separado. De este modo el análisis, no sólo capaz de detectar las trampas sino también de desactivarlas, se convierte en discernimiento y la búsqueda de conocimiento deviene un acto desinteresado por el bien común, cuya culminación no es otrs que reintegrar los tesoros obtenidos en cada viaje en el mundo medio, y quedar vacíos para volver a empezar.

Los bienes culturales, tangibles o intangibles, incluyendo por supuesto aquellos que proceden del ámbito académico, forman parte de nuestra herencia, guardan la memoria tanto de nuestros contemporáneos como de aquellos que vivieron antes que nosotros, de sus propuestas para entender este mundo, de sus errores y sus aciertos. El modo en como recibimos y tratamos esta herencia es también la manera en la que dialogamos con nuestro pasado, pero también con el mundo que nos rodea. No podemos abordarlos dejando de lado por completo de lado nuestras emociones, pero tampoco podemos hacerlo dejando de lado nuestras capacidades intelectivas para gestionarlas.
Del mismo modo que sucede cuando nos reencontramos con la naturaleza (la propia, o la que nos rodea), no siempre es sencillo abrir los ojos a un mundo que, precisamente por estar a nuestro alcance, no ha obtenido toda la atención que merecía. Así como la naturaleza debe vivirse y comprenderse desde la experiencia, también la cultura (tanto en la vertiende de investigación, cómo en el arte) debe ser en algún momento rescatada del mundo de las apariencias para volverse a descubrir de primera mano y de forma vivencial, implicándonos con ella. Cuando lo hacemos, hallamos la combinación que abre la puerta a una nueva forma de vivir en este mundo y relacionarnos con sus habitantes presentes, pasados o incluso futuros.

4 de mayo de 2014

Notas sobre el Ascenso





...¡El mar, el mar, recomenzado siempre!
¡Oh recompensa, acallar la mente
y contemplar la calma de los dioses! 
¡Qué obra pura consume de destellos
plural diamante de la leve espuma,
y cuánta paz puede concebirse!
Cuando sobre el abismo un sol reposa
labores puras de una eterna causa,
titila el tiempo y es sueño la ciencia... 
Paul Valéry, Cementerio Marino


Hay temporadas en las que el camino no discurre precisamente por donde más nos apetecería ir... Hace unos meses mi paisaje interior mostraba de manera inequívoca un sendero escarpado y tortuoso que se perdía montaña arriba. Yo ya sabía lo que eso significaba y, como no podía ser de otro modo, algo en mí se resistía: "¿Qué es esto de Ascender ahora? Eso es cosa de monjes o de iluminados, dejadme ir abajo como todo el mundo. "  Pero cuando el camino hacia abajo ya ha sido recorrido varias y memorables veces, tal vez llega la hora de escuchar otro llamado. 

La Montaña, como el Árbol, puede tener raíces que se hundan en lo profundo de la tierra, y levantarse hasta rozar el cielo, pero es el mismo símbolo. Se debe recorrer el sendero de lo profundo a lo alto, de lo alto a lo profundo, para empezar a comprender su naturaleza de forma integral. Nuestra alma viaja de uno a otro extremo del mismo modo que las abejas acarrean el polen, y formamos parte de aquello que hace posible la unión de los aparentes contrarios.

Del mismo modo que el descenso es un dejarse ir, el ascenso es un esfuerzo; el descenso lleva a la calma tranquila de la oscuridad, de la unión y la disolución, el ascenso obliga a buscar la luz, emerger, pero también a separarse y convertirse en un blanco fácil. Los demonios de la Montaña dan tanto miedo como los del Inframundo, pues no dejan de ser su contraparte. Se escuchan las mismas voces espectrales, las mismas advertencias: era más seguro quedarse en casa, no habrá vuelta atrás. Pero paso a paso subiendo por el sendero rocoso y escarpado, del mismo modo que sucede al descender, cada movimiento resulta un poco menos difícil que el anterior. 

Si el Descenso permite el encuentro con la parte "oscura" de nuestro ser, ¿el Ascenso nos conecta con la "luminosa"?  En realidad aquello que nos hemos acostumbrado a llamar oscuro no es sino lo que nos resulta desconocido, aquello que si no estamos preparados para digerir, puede ser peligroso para nosotros y para los demás. Estos Dragones más allá de los límites de nuestros mapas mentales se encuentran tanto en el Descenso como en el Ascenso, pues ambos viajes implican una confrontación con hechos, ideas o potencias que el propio camino nos ha preparado para asumir, y ambos no terminan con éxito a menos que seamos capaces de volver al punto medio e integrar en él las verdades descubiertas o las fuerzas despertadas. 

Después de años de trabajo, la observación del paisaje interior suele darme pistas bastantes exactas acerca de lo que toca hacer a continuación. Lo que tocaba era aceptar ciertas peculiaridades en mi persona, en mi manera de trabajar y en mi enfoque a la hora de considerar la búsqueda espiritual y de conocimiento. Cuando, por fin, me encontré "como por casualidad" en la ladera de un monte físico,  muchas de las cosas que durante semanas y hasta aquél momento habían estado revoloteando por mi mente empezaron a encajar, y experimenté una sensación de comprensión y serenidad. No sólo supuso verme liberada de cargas innecesarias (algo tan necesario para bajar al Inframundo, como para ascender la Montaña), sino acallar la habitual discusión entre varias de las partes que insisten en estar en guerra en nuestro interior.

Un momento silencioso, bajo las olorosas ramas de los pinos, contemplando el mar y la luz del mediodía sobre los bosques. Tan cerca de los Dioses como lo estuve en los días de infancia en que se me permitía recorrer a mi aire los bosques, acompañada por los perros. Recordando a Horacio, y recordando a Valéry sin tener que considerarme extraña por ello; feliz de haber crecido en estas soleadas tierras a la orilla del Mediterráneo, pero también de haber vivido al otro lado de un océano y de haber regresado; consciente de que cada etapa en este periplo  respondía a una necesidad interna, tan viva, tan real, que debería avergonzarme cuando me sorprendo tratando de justificarlos.


La Montaña no me dió una revelación al uso, - ningún Dios apareció con voz atronadora para dictarme un decálogo, mis viejos principios nunca me han fallado-, pero me dió la perspectiva necesaria para entender que había un hilo que enhebraba los diferentes momentos de mi vida
como cuentas de un collar, y ese hilo, al que a pesar de las dificultades y las dudas había conseguido no perder, no era otro que el sentido que siempre he querido para mi vida.  Y de esta manera, en la Montaña,  el ser, mis circunstancias y yo quedamos en paz, al menos por un momento, antes de seguir nuestro camino.

Sospecho que si es cierto que venimos a este mundo para aprender, cuanto más pronto y más claras tengamos las cosas, más puntos acumulamos para que nuestra senda se tuerza de maneras insospechadas, pero volveremos al camino una y otra vez, por una suerte de pertenencia mútua.

3 de abril de 2014

El Monstruo se queda



Todos tenemos épocas difíciles en nuestras vidas, semanas en las que todo parece venir junto, momentos en los que no vemos salida, y cerrando los ojos nos gustaría simplemente volver al barro original, y que el agua de la lluvia nos arrastrara hasta hacernos desaparecer. 
Luego nos sobreponemos, y seguimos.
Obviamente no hablo por aquellos que deciden revolcarse en sus desgracias y recitar en el relato interminable de quejas ensayadas antes que hacer nada... Hablo de las personas que mientras otros hacen esto, se levantan cada dia y luchan, y desde el fondo del pozo en el que se encuentran arañan las paredes buscando una salida, y se quedan sin uñas antes que sin fuerza, pero ahí siguen, mientras los días del plazo indescifrable pasan lentos.

En  una sucesión de acontecimientos que ha caído como una lluvia de piedras, puedo decir que en las últimas semanas me ha pasado prácticamente de todo, y no demasiado bueno, a todos los niveles: relaciones, proyectos, trabajo, salud...  El tipo de confluencias que, además de dejarnos temblando, nos da que pensar.  Una vez pasada la tormenta, no nos vamos a quedar en el dolor, simplemente empezamos de cero, y desde menos que cero si es necesario. Cuando pienso que he estado tantas veces en este punto que casi se ha convertido en mi medio natural, el miedo se esfuma y llega una especie de agradecimiento que no termina de ser una rendición.

Si algo tiene cada uno de los sismos que sacuden nuestras vidas derrumbando la mitad de lo que creíamos certero por los suelos, es que nos ayudan a hacer limpieza de todo aquello que  sobra en nuestras vidas, revelando a nuestra olvidadiza conciencia, la resplandeciente belleza de aquello que es esencial y permanece intacto cuando todo lo demás se agrieta y cae. Desde la perspectiva privilegiada de aquel que se halla entre ruinas podemos entender muchas cosas, y liberarnos ya sin pesar  de las mentiras (o medias verdades) con las que  hasta el momento velábamos nuestros ojos.
Cada vez que nuestro mundo se derrumba, una parte de nosotros muere con él y queda para siempre atrás. Eso significa también que podemos elegir hacia dónde orientaremos nuestro cambio, en el siguiente paso a dar.  Después de años de volver una y otra vez a este punto, puedo decir que la vida es algo que construimos dialogando con la existencia, más que planeando... Aunque tener un plan, ser capaz de entregarse a algo, siempre ayuda.  

Durante todos estos años el Monstruo me ha acompañado, como una sombra que me habita y, a veces, me hace daño. El Monstruo que permanece al fondo de la conciencia, mirando con escepticismo mis intentos de actuar de forma ética incluso cuando ando entre tramposos y cobardes. El Monstruo que, atado, se agita con furia, cada vez que tengo que tolerar una salida de tono, o incluso una falta de respeto de alguien que no cree necesario pensar antes de hablar, o no le importa. El monstruo que me araña por dentro cuando lo contengo sabiendo que alguien está tratando de mentirme o manipularme,  pero no hago nada, porque no está bien acusar sin pruebas ( aunque cuando las tienes, el daño ya está hecho, y ya no importa).

Casi puedo contar con las manos las ocasiones en las que el Monstruo ha escapado de mi control, provocándome una vergüenza terrible, porque gran parte de mi formación la pasé en una pseudoescuela en la que el dolor, la rabia o el enojo, deberían haber sido comprendidos, gestionados y trascendidos, pero como es algo que en realidad cuesta mucho esfuerzo y dedicación, más a menudo eran simplemente criticados, reprimídos y castigados.
Lo llamé Monstruo al ver como individuos que creían que podían seguir con sus experimentos sobre mi persona se asustaban al verlo aparecer... Lo llamé Monstruo porque por su culpa perdí cosas que amaba, o al menos, según los estándares de la época, creía amar. 
Sólo con el tiempo he podido ver que el Monstruo conserva todos los mecanismos de autodefensa que mi conciencia en algún momento trató de suprimir en busca de aprobación ajena, y  por mucho daño que me haya hecho, nunca será mayor que el que me ha ayudado a evitar. A fin de cuentas, el Monstruo ha hecho por mí más que muchos de aquellos que en algún tiempo consideré mis compañeros, o incluso hermanos.  Por no hablar de lo mucho que me ha ayudado a seleccionar  en quienes puedo confiar, algo que curiosamente poco tiene que ver con lo cerca o lejos que tienes a otra persona, o con el tiempo que haga que la conozcas, sino más bien con su manera de reaccionar cuando en el momento más inesperado nuestro Monstruo -  supongo que cada uno tendrá el suyo-  hace su aparición estelar.

Bien... Aquí sentada de nuevo sobre una montaña de piezas rotas y descartables, acaricio el lomo peludo del Monstruo que siempre me ha sido leal. Conversamos acerca de cómo deberíamos abordar el siguiente tramo de nuestras vidas y qué nos apetece construir ahora. Él sabe que hay principios a los que pase lo que pase no pienso renunciar,  y yo sé que puedo contar con que acuda en mi ayuda cuando alguien con las cartas marcadas pretenda hacerme entrar en su juego. Contemplando cómo han cambiado las cosas en los últimos cinco, diez o quince años, no puedo estar más que contenta de haber pasado por tantas muertes y renacimientos, y despertar aquí, ahora, de nuevo. Abrir los ojos después del hundimiento, y comprobar que el Monstruo y yo, no estamos tan solos como solíamos estarlo en estas ocasiones...  
Los Dioses me habrán negado muchas cosas en esta vida, pero me han concedido lo que más me importaba, sin lo cual, nada de lo demás tendría sentido. Así que, feliz y agradecida después de todo, volveré a este punto las veces que haga falta.

17 de marzo de 2014

Cuestiones de género




Mientras buscaba imágenes para conmemorar el 8 de marzo, Día de la Mujer, encontré por casualidad uno de los carteles del Congreso Internacional del Sufragio Femenino, celebrado en Budapest en 1913. En el cartel se puede ver a un Atlas encorvado bajo el peso del mundo, y a una mujer que empieza a rodear el globo terráqueo con sus manos, dispuesta a ayudarlo con la pesada carga. Personalmente creo que es la imagen más lúcida que he visto en relación a las cuestiones de género, debido a que no habla de derechos, sino de responsabilidades y no habla de lucha, sino de colaboración.

Creo que parte de ese espíritu que implicaba no sólo una mejora de las condiciones femeninas, sino una integración de la visión femenina en el mundo, se ha perdido en el camino. El Sistema patriarcal ha logrado reformularse y fortalecerse a cambio de la concesión de un puñado de migajas. Nos ha enredado, dándonos la razón como a los locos o a los tontos, ahogando las reivindicaciones en el océano turbio de la corrección política. Y esto es algo que podemos constatar cuando en una empresa se celebra el día de la mujer regalando un cactus de escritorio a empleadas, a las que se sigue despidiendo por quedarse embarazadas.

Vivimos en un sistema injusto, pero me parece una terrible hipocresía achacar toda la culpa al género masculino, a los hombres en general; cuando el género femenino, las mujeres, han colaborado en la construcción y mantenimiento del mismo tanto desde su pasividad, como desde sus restringidas áreas de poder. Olvidamos con frecuencia que el individuo masculino sufre también los abusos del sistema patriarcal y que el desmantelamiento de un sistema basado en el abuso favorecería a ambos géneros por igual. Olvidamos que buscar una alternativa viable, no es una cuestión "de la mujer", sino de la humanidad.

La llamada "guerra de sexos" que enfrenta a hombres y mujeres como históricos enemigos, es una herramienta  ideal para dispersar las fuerzas que posibiliten un cambio real,  un cambio que vaya más allá de las apariencias para modificar las estructuras que sostienen la sociedad. Tal como sucedía al hablar de la defensa del Medio Ambiente, nos encontramos con una oficialidad mediocre, que busca quedar bien antes que aportar verdaderas soluciones, que prefiere el maquillaje, antes que la  transformación. Que neutraliza en vez de potenciar. 

Pero para que pueda haber un cambio desde las instituciones, es necesario vencer la inercia del sistema a través de una renovación de valores. Pero hay que tener en cuenta que, debido a la educación que hemos recibido o a la cultura en la que hemos crecido, estos nuevos valores son en ocasiones difíciles de integrar ya en nuestra individualidad. Incluso en círculos de activismo por los derechos de la mujer, o en entornos femeninos supuestamente espirituales, podemos encontrar personas convencidas de que el fin justifica los medios, y no importa a quien se lleven por delante, a cambio de asegurar sus intereses. Por más que esto se maquille adoptando símbolos o discursos femeninos, en el fondo lo que encontramos es una aceptación y defensa de los valores del sistema patriarcal, que emplea a la imagen de la mujer como excusa, y que de esta manera se refuerza, como un virus que muta.

Algunas personas no se toman demasiado bien que hable de la inexistencia de un Matriarcado histórico tal como fue definido por los teóricos del siglo XIX. Creo que no han entendido aun lo que esto significa; que no se trata de volver a ningún pasado dorado, que posiblemente no existió, sino de hacer una verdadera aportación en nuestro turno, en el presente, y ayudar a construir una sociedad más humana para todos, como no la pudo haber antes. 
Por estos motivos no podemos permitirnos el lujo de caer en provocaciones que nos lleven a batallas estériles, pero tampoco el de conformarnos con cualquier premio que se nos dé para que dejemos de quejarnos, esto es, para silenciarnos; del mismo modo que algunos callan las quejas de los niños con un dulce. Será necesario mantenerse alerta y poder ver más allá de las apariencias si no queremos acabar reforzando aquello que quisiéramos transformar (o que decimos que queremos transformar), y también  ir tejiendo una alternativa a aquello que queremos derrumbar. 
Pero antes que nada, habrá que tener en cuenta que  absolutamente todo en este camino empieza desde dentro, desde nuestra individualidad. Tomando conciencia de qué actitudes premiamos o castigamos, en nosotros y en los demás, y comprobar si esta respuesta más o menos automática está en concordancia con nuestros valores.  

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Esta fue mi reflexión para la trilogía de Encrucijada Pagana dedicada a los movimientos de espiritualidad femenina. Podéis descargar los audios desde Ivoox.