Páginas

21 de diciembre de 2012

Dag, Daga y el troll, por Harald Österson

Una de las mejores cosas que tiene el invierno es poderse quedar una tarde en casa, junto al fuego (una estufa o un radiador en su defecto), encandilarse con las llamas, con las luces del árbol, con el vaho en las ventanas...  recordar historias y conocer otras nuevas. A pesar de que encontré el cuento sueco de Dag y Daga por casualidad, rápidamente se convirtió en uno de mis preferidos, una hermosa versión del relato del viaje al Inframundo, que va enumerando las pruebas que se presentan en el descenso, y la manera de superarlas. Espero que la disfrutéis tanto como yo.
Feliz Solsticio :)


Dag, Daga y el troll volador del Montecielo, por Harald Österson.



Cuando Dag y Daga se quedaron huérfanos, todo el mundo creyó, igual que ellos, que acabarían por perecer en la miseria. Pero después de los peores momentos del luto, se advirtió que los dos niños, que de forma tan inesperada se habían quedado solos en la aislada cabaña, tenían buena madera. Cuidaban muy bien de sus cabras, que les daban abundante leche, y también recogían frutas y setas que Dag cambiaba a veces por un poco de harina. 

Daga cocía polenta y hacía pan como una auténtica madre, aunque fuera tan pequeña, y Dag fue pronto tan hábil con el arco como lo había sido su padre. En aquella época a nadie le preocupaba que se matara a los animales del bosque; por el contrario, todo el mundo podía cazar cuanto quisiera. A veces llegaba Dag a casa con una liebre, y otras, con un urogallo. Alguna vez hasta había cazado un corzo, de forma que no pasaban hambre. Así vivían los dos hermanos año tras año, protegiéndose el uno al otro.

Una vez que Dag había salido de caza, tardó más de lo normal en regresar a casa. Daga se quedó toda la tarde y toda la noche esperando, pero él no volvió. Entonces salió a buscarle. Sospechaba más o menos hacia dónde podía haberse dirigido, pero en realidad empezó a buscarle a ciegas. 
A mediodía llegó a un lugar donde crecían muchas zarzas altas. De repente dio un grito de alegría. Su hermano tenía que estar allí dentro. Porque se veía sobresalir su gorro, con la pluma que ella misma le había puesto, por encima de las zarzas. Muy contenta se acercó rápidamente. Pero cuando estaba más cerca vio que se trataba únicamente del gorro, que estaba colgado de una de las ramas más altas. A un trecho de allí se podía ver también su aljaba de flechas y el arco. Pero no se veía ningún rastro del cazador. 
Las zarzas crecían tan espesas que era totalmente imposible acercarse a donde había dejado las cosas. -¿Cómo es posible que haya llegado hasta aquí? - se preguntaba Daga, después de haber intentado durante horas penetrar entre las zarzas-. No podré entrar si no voy por un hacha y corto las zarzas. Se dió prisa en hacerlo, y cuando por fin tenía en sus manos las pistas que había dejado el hermano tras de sí, ya era de noche.

Al día siguiente, al amanecer, ya estaba Daga levantada. Primero se preparó un poco de comida y la envolvió en un paquete. Después soltó a las cabras, para que se alimentaran lo mejor que pudieran, mientras ella estuviera fuera. Y luego cogió un bastón de paseo y salió andando en busca de su hermano. Los vecinos más próximos estaban muy lejos, y cuando por fin se encontró con ellos, no pudieron prestarle ninguna ayuda. 
- Si le ha pasado algo horrible, no podrás tú, que no eres más que una niña, encontrarle y salvarle -dijeron-. Será mejor que lo abandones a su destino y te pongas a trabajar aquí con nosotros. Porque de ese modo tendrás casa, hogar y pan todos los días, y no tendrás que pasar por situaciones peligrosas. Pero si sigues buscando a tu hermano, seguramente desaparecerás tú también. 

Daga comprendió que era muy peligroso lo que se proponía, pero no podía dejar a su hermano a la suerte del destino. Por eso dijo adiós, y continuó su camino. Anduvo por extensos bosques y atravesó altas montañas, y muchas veces se encontró tan cansada, tan cansada, que las piernas se le doblaban. Pero tan pronto como había descansado un poco, continuaba su camino. Con frecuencia se veía obligada a pasar la noche en el bosque tendida en una cama de musgo, bajo algún abeto. 
Entonces, con frecuencia, temía que la fueran a matar los animales salvajes. Pero no lo hicieron. ¿Y sabes por qué? Pues verás: Daga no estaba sola, aunque ella lo creyera. Si hubiera podido ver todo bien de verdad, se hubiera dado cuenta de que alguien la seguía desde que dejó la pequeña cabaña del bosque. Era un hombre pequeño, pequeño, con una cara tan arrugada que parecía enormemente viejo. Comprenderás, claro, que era el gnomo de la pequeña casa. Cuando ella se dormía, él se sentaba siempre al lado de su lecho, y si aparecía algún lobo u otro animal malo que la quería hacer algún daño, le miraba tan fijamente que éste se apresuraba a largarse enseguida.

Una mañana, cuando Daga había andado un par de horas, se sentó para descansar encima de una piedra cubierta de musgo. El bosque estaba tan hermoso y fresco de rocío, y en las copas de los pinos había tantos pinzones alegres, que si no hubiera sido porque llevaba una gran pena dentro de sí, podría haberse sentido enormemente feliz. De repente, se oyeron ladridos de perros y el son de una corneta y, al rato, apareció dirigiéndose hacia ella un espléndido príncipe vestido con un magnífico atuendo de caza. Cuando la vio, se quedó inmóvil por un momento y se limitó a contemplarla. Después se dirigió a sus acompañantes, que le habían dado alcance, y les dijo:
- ¡Mirad qué hermosa princesa del bosque! Ella va a ser mi esposa. Daos prisa en ir a buscar al palacio de caza una silla de manos y llevadla hasta allí.

Cuando la chica comprendió de qué se trataba se arrodilló delante del príncipe y le dijo:
-Dejadme marchar, querido señor, porque estoy buscando a mi hermano, que seguramente ha caído en manos de poderes malvados. No puedo ser tu esposa, porque no soy ninguna princesa del bosque, sino la hija de un pobre cazador.
Pero el príncipe contestó enseguida:
- Se hará lo que he ordenado. Mis sirvientes buscarán a tu hermano.
Después de un rato llegaron con la silla de manos, y Daga tuvo que acceder a ser llevada al palacio, lo quisiera o no. Allí la condujeron a uno de los salones y, por orden del príncipe, la vistieron las doncellas con un precioso vestido blanco. Después le puso el príncipe una corona de oro en su cabeza y pulseras doradas en los brazos.
-Esto -dijo- es mi regalo de bienvenida para ti, y te pertenece tanto si quieres ser mi esposa como si no. Dicho esto, la condujo a una magnífica sala, donde estaban reunidos muchas damas y caballeros nobles. Y durante toda la velada tuvo que estar sentada a su lado, y él se comportó con ella con la misma educación y atención que si hubiera sido una verdadera princesa.

Cuando la fiesta hubo terminado y ella se disponía a retirarse a su dormitorio, escuchó por casualidad una conversación entre dos de los sirvientes que estaban hablando en un pasillo oscuro.
-¿Tú puedes entender que siete amigos nuestros hayan sido mandados a buscar a un cazador, porque por lo que parece se ha perdido en el bosque? - dijo uno de ellos.
-Sí, lo sé -dijo el otro-, pero ellos dijeron que no iban a hacer caso. Solo se van a ausentar un par de días para divertirse y luego volverán diciendo que no lo han encontrado.
-¿Cómo podrían, además, encontrar a ese cazador? Seguramente habrá caído ya en poder de los trolls. Desgraciadamente, éstos abundan mucho últimamente por esta comarca -añadió un tercero.

Puedes imaginarte cómo se sintió Daga al oír esta conversación. Tan pronto hubo subido a su alcoba, se apresuró a recoger sus pertenencias. Las juntó todas haciendo un pequeño hatillo y salió del palacio, tan silenciosamente y con tanto cuidado, que nadie la vio. Anochecía ya, pero no podía quedarse tranquilamente en aquel hermoso dormitorio, sabiendo que nadie iba a hacer nada por ayudar a su hermano.
Con la corona de oro en la cabeza y vestida con el traje blanco, caminó por debajo de los abetos altos y lúgubres. Muy cerca, detrás de ella, iba el gnomo de la cabaña del bosque. Éste había sido muy bien recibido por el gnomo del palacio, que le había vestido con un traje de terciopelo y zapatos puntiagudos. Pero, claro, cuando Daga abandonó el palacio, también él tuvo que dejarlo.

Se hacía cada vez más de noche. Entonces vio Daga cómo dos grandes y horribles cabezas de troll, que estaban tumbados en tierra, se asomaban y brillaban rojizos como toronjas. Parecía como si sus manos gigantes quisieran arrastrar hacia sí todo lo que pudieran. Pero aunque casi se quedó tiesa de miedo, no quiso volver a la seguridad de palacio. Los trolls se acercaron cada vez más, pero de repente se pararon. Parecía que hubieran visto algo detrás de ella, algo que les asustaba.

Cuando empezaba a amanecer. Daga se sentó a descansar un poquito. Se encontraba ya tan alejada del palacio y tan bien escondida entre tupidas malezas, que estaba segura de que nadie la podía encontrar y llevarla de regreso. Ahora por fin tenía tiempo de quitarse la corona de oro, el traje blanco y los brazaletes dorados. Metió todo en su hatillo y, a continuación, se puso la ropa vieja.

Tras haber caminado hasta bien entrada la noche, se encontró con una niña pequeña y fea. No estaba segura de si se trataba de un troll o de una persona. Pero, puesto que tenía aspecto de persona, hizo lo que siempre hacía cuando se encontraba con alguien, y comenzó a hablar de su hermano desaparecido pidiendo consejo sobre la manera de dar con él.
-Si me das un vestido de princesa - dijo la pequeña y fea-, te diré quién ha raptado a tu hermano. Mientras decía esto, echó una mirada de desprecio a los harapos que llevaba Daga, como si hubiera querido decir: probablemente debes tener muchos vestidos como ése.
-¡Claro que te puedo dar un vestido de princesa! -dijo Daga, y sacó el vestido que le había regalado el príncipe. Se notó claramente que la pequeña feúcha no había contado con algo parecido. Ahora le hubiera gustado poder retirar su palabra, pero ya no podía.
-¡Ha sido el troll volador del Montecielo quien lo ha raptado! -exclamó con rabia-. ¡Y si vas allí, también te cogerá a ti!
Dicho esto arrancó el vestido de las manos de Daga y se marchó. - El troll volador del Montecielo - dijo Daga, y ya no pensó en otra cosa que en cómo llegar al Montecielo.

Después de haber andado durante siete semanas, vio por fin delante de sí el Montecielo, tan alto, empinado y terrible. Arriba, en la cima, se veían las torres y los pináculos de un lúgubre palacio. Durante tres días enteros estuvo la niña dando vueltas alrededor del pie de la montaña para buscar un sitio por el que trepar hacia la cima. Pero no lograba encontrar ningún camino. Toda la montaña era como una pared lisa. La tarde del tercer día se encontró con un pequeño y deforme enano.
-Buenas tardes, querido amigo - dijo-. ¿Usted me podría enseñar algún sitio por el que pueda subir a esta montaña?
- Sí, lo puedo hacer -dijo el enano con una risa malvada-, si me das por la molestia dos pesados anillos de oro - y empezó a reír de nuevo.
- Aquí los tienes - dijo la chica. Y dicho esto, sacó los brazaletes que le había regalado el príncipe. En ese instante acabaron las risas del enano, que se quedó tan sorprendido como enfadado. Pero tenía que cumplir su promesa, y condujo a la niña a un sitio donde había una grieta que subía en zig-zag por toda la pared de la montaña.
-Por aquí se puede subir si uno es muy fuerte, ágil y resistente y no siente vértigo con facilidad - dijo-. Pero lo más probable es que te caigas y te rompas el cuello. Con eso siguió su camino.

Tan pronto como hubo salido el sol a la mañana siguiente, empezó Daga a subir por la montaña. Se trataba de algo agotador, difícil y peligroso, porque la mayoría de las veces sólo había pequeños salientes para apoyar sus pies y sus manos. Sin embargo, había sitios donde la grieta era más profunda e iba más en línea recta, de forma que podía sentarse e incluso tumbarse para descansar un poco. Pero si hubiera tenido un descuido, por mínimo que fuera, se habría caído. Tuvo que tener también mucho cuidado en no mirar hacia abajo, para evitar el vértigo. Durante tres días multiplicados por tres continuó trepando por la montaña, hasta que por fin llegó arriba. El sendero que llegaba hasta el palacio troll pasaba por entre puntiagudas rocas y parecía como si los bloques salientes se fueran a desprender de un momento a otro.

Mientras caminaba a lo largo del sendero dejó escapar de repente un enorme grito. Había visto cómo se asomaba por entre una de las rocas la cabeza de su hermano. Su cara estaba pálida, pero se notaba que por lo menos aún estaba vivo. Y entonces él la vio.
-¡Huye, huye, hermana querida! -gritó.
-No he caminado por un bosque de cien millas y subido por una montaña tan alta como el cielo, para escapar cuando ya estoy tan cerca de la meta - contestó la hermana-. He venido para salvarte.
-No lo puedes hacer -dijo el hermano-. Aquí solamente te espera un horrible cautiverio. Después de que el troll me trajo volando hasta aquí, me puso a trabajar como un esclavo forjando oro con un martillo. Como no podía ni quería aprender, el troll me metió en esta roca por arte de magia. Todo mi cuerpo está metido en la montaña. Sólo puedo mover un poco la cabeza. 


Daga se echó las manos a la cara y lloró amargamente, pero luego se apresuró a llegar al palacio troll. Allí dentro estaba el terrible troll volador sentado en un alto y dorado trono, y a su alrededor había una multitud de enanitos martilleando y forjando. Cuando Daga entró, todos se quedaron tan sorprendidos, que soltaron lo que tenían en sus manos.
-¡Por favor, bondadoso troll volador! - dijo Daga-. ¡No dejes a mi hermano estar más tiempo metido en la roca, déjale venir conmigo a casa!
-¿Has venido trotando desde tan lejos hasta aquí creyendo que yo lo soltaría sólo porque tú me lo pidas? -dijo el troll-. Entonces eres verdaderamente tan tonta, que debes pagar por ello. Si eres capaz de conseguir una corona de reina de auténtico oro antes de que me dé tiempo de contar hasta tres, podréis tú y tu hermano salir de aquí en paz. Pero, si no lo puedes hacer, te lanzaré tan alto que no se te verá, y luego te dejaré caer exactamente frente a las narices de tu hermano.

Cuando el troll acabó de decir estas palabras empezaron a reírse con tales carcajadas él y los enanitos, que podría haberse metido por sus abominables bocas la mitad de un buey. Luego empezó el troll a contar, pero no le dio tiempo más de llegar hasta dos, porque Daga ya había sacado la corona de oro y la había tirado encima de su mano negra, que tenía garras en lugar de dedos. 



Deberías haber visto la cara de tonto que pusieron el troll y los enanitos. Pero el troll tuvo que cumplir su palabra, a pesar de su furia, y pronto estuvieron Dag y Daga felizmente de camino a casa. Entretanto, el príncipe alegre no había podido olvidar a la chica del bosque. Al fin se enteró por la doncella que había acompañado a Daga a su dormitorio, de la conversación que Daga había escuchado casualmente, y entonces comprendió por qué se había marchado. Los sirvientes mentirosos fueron severamente castigados, y luego salió él mismo en busca de Daga.

Cuando por fin la encontró, hacía ya mucho tiempo que ella y su hermano habían llegado a su vieja cabaña del bosque. Y ya no podía Daga continuar negándose, cuando el príncipe le pidió de nuevo que accediera a ser su esposa. Por supuesto, se enteró de la hermana tan fiel y valiente que era, y de todo lo que había hecho para liberar a su hermano. Y fueron muy felices. De este modo Daga no perdió nada cuando abandonó el seguro palacio de caza y se metió entre los trolls para salvar a su hermano.

Fuente original del texto: "Cuentos suecos" narrados por E. Beskow y otros. Ed.: Anaya. Madrid, 1986. Visto en el blog: Cuentos de Hadas 
Imágenes de John Bauer (1882-1918), Fuente: A Polar Bear's Tale.


19 de diciembre de 2012

Epitalamio dedicado a Afrodita, Safo

John William Godward, An offering to Venus, 1912


 Dedicado a Afrodita

¡Sal de Creta y ven a este templo
sagrado, en donde por ti esperan
un huerto riente de manzanos
y altares que huelen a incienso,
y donde el agua fresca arrulla
entre las ramas, y sombrean
rosales el lugar, y cae
sopor de las hojas que tiemblan;
y donde un prado en el que pacen
caballos, da flores del tiempo
de primavera, y donde el aire
sopla con dulzura...
ven aquí, Cipria, ...
y en estas copas de oro vierte,
graciosamente, adicionándolo a nuestro festival, el néctar.

Safo (Lesbos, 600 a.n.e.)
Epitalamios*.

*El epitalamio es un subgénero de la poesía lírica griega, un canto de boda, después continuado por los romanos. Se cantaba durante los rituales de boda por coros de jóvenes y doncellas acompañados de instrumentos musicales. 


16 de diciembre de 2012

Solsticio de invierno: Descenso hacia la luz


Fuente


Desde niños vemos sucederse las estaciones en el mundo que nos rodea; de celebración en celebración decoramos aún las escuelas y nuestras casas dando la bienvenida al tiempo de las flores, al del trigo dorado, al de las hojas caídas y al de la nieve. Sin importar cuál sea nuestra preferida, y al menos mientras somos niños, comprendemos que cada estación tiene su propia corte y nos colma de regalos que sólo ella puede dar.

A medida que acumulamos años, las estaciones empiezan a sucederse también en nuestras vidas. Sin embargo, desconectados de lo que en realidad somos, en lugar de dar la bienvenida a las primaveras, veranos, otoños e inviernos que se suceden en nuestro interior nos quejamos de las particulares  bendiciones que traen a nuestra existencia.

Se acerca el solsticio de invierno, la noche más larga del año, en la que un sólo fuego puede revivir la esperanza del retorno del sol. Para muchas personas es un tiempo lleno de recuerdos a veces alegres y dolorosos al mismo tiempo. Son días de dibujar en el vaho de las ventanas, de ralentizarse un poco al caminar por la calle para prestar atención al olor de alguna chimenea encendida o al brillo de las luces, tiempo de tomar chocolate caliente una mañana de domingo, de repartir abrazos, de aventurar proyectos futuros e incluso de pedir deseos...

Pero cuando el otoño ha pasado por nuestros corazones, llevándose todo cuánto podía ser llevado, cuando las hojas caídas, se han convertido en tierra que las lluvias arrastran, hemos descendido lejos de todo, y de todos, dejando atrás como una vieja piel, como una máscara rota, gran parte de aquello que creíamos ser.  
En la noche más larga, lo que queda de nosotros se hunde en la tierra, siguiendo las propias raíces hacia el Inframundo del que nace la realidad que habitamos en la vigilia. Una realidad que creamos con algún fin - aún cuando lo desconozcamos- y que, terminado su ciclo, se agota, palidece y debe ser renovada, volver a encenderse desde este centro sagrado, para mantenernos conectados a la Vida.

Así como la Osa trae al mundo a sus cachorros en el fondo de una cueva de la que no saldrán hasta la primavera, es posible que en el exterior pasen los meses sin ver aflorar los resultados de esta renovación; pero uno sabe que llegarán con la misma certeza que se tiene de que las semillas germinarán, que los brotes surgirán de la tierra y que, a su debido tiempo, el fruto maduro estará en nuestras manos.

Siempre a la Vida sigue más Vida, y tras cada Ciclo más que un descanso, hay un necesario acondicionamiento para lo que ha de venir. Siempre obtenemos aquello que en lo profundo deseamos, aún cuando esto nos lleve por senderos insospechados; y si hemos hecho bien nuestro trabajo, es posible que incluso obtengamos más, aunque no siempre nos sintamos preparados o dispuestos a aceptar esas bendiciones y las recibamos con alguna que otra lágrima entre nuestras alegrías. 


9 de diciembre de 2012

Habitación de otoño, Gabriel Ferrater


Robert Hurley, Reflect Puddle, sf



La persiana, no del todo cerrada, como
un espanto que se retiene de caer en tierra,
no nos separa del aire. Mira, se abren
treinta y siete horizontes rectos y delgados,
mas el corazón els oblida. Sin añoranza
se nos va muriendo la luz, que era color
de miel, y ahora es color de aroma a manzana.  
Que lento el mundo, que lento el mundo, que lenta
la pena  por las horas que se van
deprisa. ¿Di, te acordarás
de esta habitación?

"La quiero mucho.
Aquellas voces de obreros - ¿Qué son?"
Albañiles:
Falta una casa en la cuadra.
"Cantan,
Y hoy no los oigo. Gritan, rien,
Y hoy que callan se me hace raro".

Qué lentas
las hojas rojas de las voces, qué inciertas
cuando vienen a enterrarnos. Dormidas,
Las hojas de mis besos van cubriendo
Los rincones de tu cuerpo, y mientras olvidas
Las hojas altas del estío, los días
Abiertos y sin besos, muy en el fondo
El cuerpo recuerda: aún
tu piel es mitad de sol, mitad de  luna.
  Gabriel Ferrater



Fuente original: Selecció de poesía catalana.

 

5 de diciembre de 2012

Sorteo III Aniversario Ouróboros Webring



Este 21 de diciembre Ouróboros cumple tres años, y para agradecer a todos los que habéis confiado en este proyecto, hemos pensado algo especial. Hemos seleccionado tres libros, muy distintos entre sí pero todos tremendamente interesantes, que vamos a sortear entre todos los seguidores suscritos a nuestra página de Facebook que a partir de hoy y hasta el día 31 de este mes, publiquen en ella una frase, texto o imagen relacionados con el paganismo y/o la brujería (por supuesto, dando crédito a su autor).

El sorteo se realizará el 1 o 2 de enero de 2013, y en él puede participar cualquier persona desde cualquier lugar del mundo, siempre que cumpla los requisitos. Los tres afortunados tocados por el azar elegirán por orden qué libro prefieren que les enviemos:

-
Donde Reside la Brujería (Doreen Valiente): Reciente traducción al español del primer libro de Valiente, un clásico imprescindible. Más información en http://donderesidelabrujeria.com/

-El Héroe de las Mil Caras (Joseph Campbell): Campbell señala las coincidencias entre diversos mitos, pasajes religiosos, leyendas, tradiciones y sueños personales de diversas culturas y épocas alrededor del mundo, aplicando el estudio de los símbolos y los arquetipos propuestos por Carl Gustav Jung para presentar las mitologías como una manifestación de la mente humana encaminados a representar y resolver algunos dilemas de la especie.

-La Magia de la Tierra: Actividades mágicas en honor a la Tierra para padres e hijos (Cait Johnson y Maura D. Shaw): Actividades prácticas y fáciles de realizar, como hablar con los animales, hacer una almohada de sueños, preparar máscaras, vestidos y amuletos... que ayudan a recuperar las raíces espirituales en la vida cotidiana y crear rituales para introducir a los niños en las festividades estacionales.


Cómo suscribirse.
Para suscribirse, es necesario entrar a la página de Ouróboros en Facebook. Bajo la imagen principal, al lado del botón "Me gusta" se encuentra una ventana con un menú desplegable, en el que es necesario seleccionar la opción "Agregar a la lista de intereses". La diferencia entre la suscripción y el "me gusta" es que con la primera se reciben las actualizaciones de la página.



Cualquier duda o comentario podéis escribir a ouroboros.webring@gmail.com