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17 de marzo de 2014

Cuestiones de género




Mientras buscaba imágenes para conmemorar el 8 de marzo, Día de la Mujer, encontré por casualidad uno de los carteles del Congreso Internacional del Sufragio Femenino, celebrado en Budapest en 1913. En el cartel se puede ver a un Atlas encorvado bajo el peso del mundo, y a una mujer que empieza a rodear el globo terráqueo con sus manos, dispuesta a ayudarlo con la pesada carga. Personalmente creo que es la imagen más lúcida que he visto en relación a las cuestiones de género, debido a que no habla de derechos, sino de responsabilidades y no habla de lucha, sino de colaboración.

Creo que parte de ese espíritu que implicaba no sólo una mejora de las condiciones femeninas, sino una integración de la visión femenina en el mundo, se ha perdido en el camino. El Sistema patriarcal ha logrado reformularse y fortalecerse a cambio de la concesión de un puñado de migajas. Nos ha enredado, dándonos la razón como a los locos o a los tontos, ahogando las reivindicaciones en el océano turbio de la corrección política. Y esto es algo que podemos constatar cuando en una empresa se celebra el día de la mujer regalando un cactus de escritorio a empleadas, a las que se sigue despidiendo por quedarse embarazadas.

Vivimos en un sistema injusto, pero me parece una terrible hipocresía achacar toda la culpa al género masculino, a los hombres en general; cuando el género femenino, las mujeres, han colaborado en la construcción y mantenimiento del mismo tanto desde su pasividad, como desde sus restringidas áreas de poder. Olvidamos con frecuencia que el individuo masculino sufre también los abusos del sistema patriarcal y que el desmantelamiento de un sistema basado en el abuso favorecería a ambos géneros por igual. Olvidamos que buscar una alternativa viable, no es una cuestión "de la mujer", sino de la humanidad.

La llamada "guerra de sexos" que enfrenta a hombres y mujeres como históricos enemigos, es una herramienta  ideal para dispersar las fuerzas que posibiliten un cambio real,  un cambio que vaya más allá de las apariencias para modificar las estructuras que sostienen la sociedad. Tal como sucedía al hablar de la defensa del Medio Ambiente, nos encontramos con una oficialidad mediocre, que busca quedar bien antes que aportar verdaderas soluciones, que prefiere el maquillaje, antes que la  transformación. Que neutraliza en vez de potenciar. 

Pero para que pueda haber un cambio desde las instituciones, es necesario vencer la inercia del sistema a través de una renovación de valores. Pero hay que tener en cuenta que, debido a la educación que hemos recibido o a la cultura en la que hemos crecido, estos nuevos valores son en ocasiones difíciles de integrar ya en nuestra individualidad. Incluso en círculos de activismo por los derechos de la mujer, o en entornos femeninos supuestamente espirituales, podemos encontrar personas convencidas de que el fin justifica los medios, y no importa a quien se lleven por delante, a cambio de asegurar sus intereses. Por más que esto se maquille adoptando símbolos o discursos femeninos, en el fondo lo que encontramos es una aceptación y defensa de los valores del sistema patriarcal, que emplea a la imagen de la mujer como excusa, y que de esta manera se refuerza, como un virus que muta.

Algunas personas no se toman demasiado bien que hable de la inexistencia de un Matriarcado histórico tal como fue definido por los teóricos del siglo XIX. Creo que no han entendido aun lo que esto significa; que no se trata de volver a ningún pasado dorado, que posiblemente no existió, sino de hacer una verdadera aportación en nuestro turno, en el presente, y ayudar a construir una sociedad más humana para todos, como no la pudo haber antes. 
Por estos motivos no podemos permitirnos el lujo de caer en provocaciones que nos lleven a batallas estériles, pero tampoco el de conformarnos con cualquier premio que se nos dé para que dejemos de quejarnos, esto es, para silenciarnos; del mismo modo que algunos callan las quejas de los niños con un dulce. Será necesario mantenerse alerta y poder ver más allá de las apariencias si no queremos acabar reforzando aquello que quisiéramos transformar (o que decimos que queremos transformar), y también  ir tejiendo una alternativa a aquello que queremos derrumbar. 
Pero antes que nada, habrá que tener en cuenta que  absolutamente todo en este camino empieza desde dentro, desde nuestra individualidad. Tomando conciencia de qué actitudes premiamos o castigamos, en nosotros y en los demás, y comprobar si esta respuesta más o menos automática está en concordancia con nuestros valores.  

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Esta fue mi reflexión para la trilogía de Encrucijada Pagana dedicada a los movimientos de espiritualidad femenina. Podéis descargar los audios desde Ivoox.

5 de marzo de 2014

Lejos puede ser aquí mismo




Lejos puede ser aquí mismo, en el silencio. No en el silencio entendido como la ausencia completa de sonido, sino el silencio respetuoso de las palabras que enmudecen para mezclarse con el sonido del viento entre las hojas, para perderse en la textura rugosa del tronco y seguir los senderos ascendentes de las ramas, para sonreír en el verde de las yemas que asoman tempranas para saludar al sol de Primavera.
El silencio es, a veces, tiempo necesario para sumergirse de nuevo en el mundo y descubrirlo todo de nuevo, y recuperar el asombro y el agradecimiento. El silencio es, en ocasiones, una soledad compartida, un abrazo de punta a punta de la distancia, que nos une en lo más íntimo bajo un mismo cielo estrellado; porque en el fondo, en la raíz, somos lo mismo y nos buscamos al crecer siguiendo los caminos del viento.

Hace un puñado de meses empecé a acercarme a los árboles, algo que posiblemente no hacía con seriedad desde niña, cuando estas cosas resultaban mucho más sencillas. Creo que todo empezó a hacerse evidente con un joven almendro, en una esquina por lo demás anodina, del Distrito Federal. La vuelta al Mediterráneo no fue precisamente un acontecimiento alegre, y durante algún tiempo lo único que sabía hacer para acallar la desesperación era caminar y observar en silencio la naturaleza y sus colosales dimensiones envolviéndome como una mortaja, de la que meses después emergiría una nueva persona, aunque siguiera siendo "yo". 
Los veía y me veían, a su manera, los árboles. A fuerza de pasar repetidamente por algunos caminos, terminamos por saludarnos. No les he puesto nombres, pero cada uno de ellos es diferente a otro, cada uno tiene una voz única y silenciosa. Sólo con su presencia, algunos han logrado transformar mi visión sobre algunas cosas. El Granado que asoma en los límites de un campo cercano, que es como una anciana de dedos nudosos y cabellera enredada ofreciendo su fruto aunque nadie lo tome, más que los pájaros y los gusanos, y espera a reverdecer por más que  la impaciencia de los almendros y las mimosas haya ya florecido. Estos almendros y estas mimosas que insisten en sacar sus flores al sol, por más que haga a penas un puñado de días que una poda irreflexiva convirtiera sus ramas en recortados muñones, y a pesar de las heridas florecen, tercos, porque no se puede detener el impulso de su savia al despertar...

Entre todos,  uno me acogió con cierta condescendencia  bajo su majestuosa sombra. Al principio  nada fuera de lo común, a penas un breve saludo al pasar; pero con el paso de las semanas y meses, un día te das cuenta de que aquello es un amigo del que dolerá despedirse. Debo ya mucho al Roble de la encrucijada, entre otras cosas la evidencia de que el ritmo que traía conmigo no servía en aquella esfera y el ver elevarse como una ola sobre mí el miedo a perder los hilos de las mil cosas que intento manejar día con día; los proyectos, los compromisos, las expectativas, etc. Lógicamente a su entender en realidad esas cosas no importan demasiado. No me queda más remedio que admitir que tiene razón... Que a menudo las palabras, las mismas ideas, son como hojas que se secan, y que el viento pone a nuestros pies para nutrir las esperanzas y proyectos de un nuevo reverdecer.
Pero a veces necesito también abrazar, aunque sea con los ojos, las dimensiones gigantescas de una presencia que me recuerda las raíces y las ramas de mi propio ser, aquello de donde vengo, aquello hacia lo que crezco, en un impulso desde lo más profundo... Aquello que constituye la evolución de la semilla que yo misma soy. Y necesito acogerme en la protección de una paciencia infinita como la suya, y permanecer lejos, aunque esté aquí mismo, y reencontrar el sentido de las cosas. A veces necesito de esta soledad, que es en realidad la compañía de las cosas sutiles; el cultivo de una serie de delicados vínculos que me unen al mundo, de caminos que recorro en silencio, de historias que en ocasiones resultan difíciles de traducir.