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3 de enero de 2012

Las Batallas Nocturnas



Witch chasing away a demon (?), 1528

En su extenso estudio Historia Nocturna, Carlo Ginzburg da a conocer un cúmulo de prácticas  de tipo extático que se repitieron con algunas variaciones, a lo largo de la geografía europea desde la antigüedad hasta principios de la época moderna. Muchos de ellos se consideraban buenos cristianos – por más que las autoridades eclesiásticas de la época no opinaran lo mismo- pero, al mismo tiempo, su vínculo con la Tierra y su desempeño en los cultos agrarios fueron más significativos que los que se atribuyen, en la mayoría de casos, al paganismo actual. 
El autor reúne una serie de protagonistas de ritos agrarios que escapan de los esquemas preconcebidos de la Inquisición, para cumplir con la siguiente secuencia: Librar, de forma periódica, batallas por la fertilidad de los campos en determinados momentos del año. Estas batallas se llevaban a cabo en estado de éxtasis, en ocasiones en el Inframundo, o en otros mundos. Para asomarnos a su realidad -separada ya de la nuestra- , será necesario despojarnos de prejuicios y adentrarnos en la niebla, a veces muy densa, en la que cobran forma los relatos que han llegado hasta nuestros días.

Tal vez el caso más conocido de estas "batallas nocturnas", popularizado por el mismo Ginzburg,  sea el de los benandanti. Con este término con se designaba, en la región de Friul (noreste de Italia), entre los siglos XVI y XVII, a quienes afirmaban asistir periódicamente a las procesiones de las ánimas, pero también a quienes declaraban combatir por la fertilidad de los campos contra malandanti, asimilados por ellos como brujos/as. Según su propio relato, el espíritu abandonaba temporalmente el cuerpo caído en letargo, a veces en forma de animal, a veces montando uno, para dirigirse a las procesiones de muertos o a las batallas que se producían durante las cuatro témporas de la liturgia cristiana, es decir, a principios y finales de cada estación.

Un esquema muy parecido seguían, en Livonia y territorios aledaños, los licántropos. El caso más conocido, tratado tanto por Ginzburg como por Claude Lecouteux, es el de un anciano octogenario llamado Thiess, juzgado por la Inquisición en el año 1692. Según su declaración los licántropos de Livonia, Alemania, Rusia… descendían al infierno tres veces al año (las noches de Santa Lucía, San Juan y Pentecostés) para luchar contra los demonios y sus brujos, quienes robaban los granos germinados. Los licántropos debían recuperar el grano para impedir la carestía de sus tierras.  
La imagen del licántropo como protector de las cosechas no es común en la actualidad, sin embargo, según Ginzburg, la idea de un licántropo agresivo no empieza a cristalizar hasta mediados del s. XV, al mismo tiempo que la imagen hostil de la bruja. En cambio, el lobo ha sido asociado desde la antigüedad al mundo de los muertos, y el periodo en que los licántropos realizaban sus actividades en los países germánicos, bálticos y eslavos – las doce noches entre Navidad y la Epifanía- coincide con el periodo en el que, en dichas culturas, se considera que vagan las ánimas.

En Istria, Eslovenia, Croacia y a lo largo de la costa Dálmata hasta Montenenegro existe una serie de creencias equiparables a la de los benandanti. El kresnik en Istria y Eslovenia, llamado en Croacia krsnik, corresponde en la Croacia septentrional al mogut, en Dalmacia al negromanat y en Bosnia, Hercegovina y Montenegro al zduhać; casi siempre se trata de un hombre y su nacimiento está señalado por alguna singularidad. Estos individuos están destinados a combatir, a veces en periodos establecidos como la Noche de Navidad o las témporas, contra brujos y vampiros para deshacer maleficios y asegurar las cosechas venideras. Los combates se llevaban a cabo en espíritu, que salía del cuerpo cataléptico y para adoptar forma de animales como cerdos, perros, caballos, bueyes, etc. 

En el folklore húngaro existe la figura análoga del táltos, nombre con el que se designaba a hombres y mujeres procesados por brujería desde finales del siglo XVI. Una vez más, los táltos rechazaban las acusaciones que desde los inquisidores se vertían sobre ellos, considerándose, como Thiess, al servicio de Dios. También se distinguian por alguna particularidad en el nacimiento, y llegados a cierta edad un táltos mayor se les aparecía, en forma de animal, para retarlos. En algunas ocasiones, con anterioridad a este hecho, el futuro táltos soñaba que  era despedazado, o debía superar otro tipo de pruebas iniciáticas. Cada cierto tiempo, tras caer en una suerte de trance, luchaban “en las nubes”, generalmente contra otros táltos, pero también contra brujas y extranjeros: El éxito en la batalla aseguraba la cosecha para los suyos. Por este motivo, en tiempos de sequía, los campesinos les llevaban dinero y comida para que procuraran lluvia, pero los táltos, que podían curar a los malditos e identificar a las brujas, eran personajes ambiguos, que podían también amenazar a sus vecinos con la posibilidad de desencadenar tormentas.

En el  Cáucaso septentrional se encuentran los osetios, lejanos descendientes de los escitas. A principios del s. XIX el orientalista Julius Klaproth reseñaba sus costumbres y creencias, mezcla de cristianismo y tradiciones antiguas, con una devoción singular hacia el profeta Elías: 
Entre ellos hay también viejos y viejas que en la Noche de San Silvestre caen en una especie de éxtasis y se quedan en el suelo inmóviles, como si durmieran. Cuando se despiertan, dicen que han visto las ánimas de los muertos, unas veces en un gran pantano, otras cabalgando sobre cerdos, perros o machos cabríos. Si ven un ánima que recoge el grano en el campo y lo lleva al pueblo, lo consideran el auspicio de una cosecha abundante. 
Otros folkloristas rusos contribuyeron a confirmar y ampliar este testimonio. En el periodo comprendido entre Navidad y la noche de San Silvestre, algunos individuos abandonaban sus cuerpos para viajar en espíritu, cabalgando sobre animales u objetos,  al reino de los muertos. En este reino ultraterreno se hallaba un vasto prado con flores, frutos y granos. Los espíritus viajeros debían llevar consigo las semillas de cereal y árboles frutales de las futuras cosechas, sin dejarse seducir por los aromas y colores de algunas flores que  producían enfermedades. Cuando los viajeros regresaban con el tesoro, eran perseguidos por los muertos, que les lanzaban unas flechas no producían heridas, pero que, sin embargo, podían matar a aquel a quien alcanzaban como una maldición. 

Ginzburg afirma que existe una clara conexión entre el chamanismo euroasiático (los pueblos samis, samoyedos y tunguses) y las prácticas extáticas rituales agrarias europeas, aún cuando se trate de  sociedades muy distintas entre sí. 
En las poblaciones de pastores nómadas los chamanes caen en éxtasis, abandonan el cuerpo y viajan transformados en animales o montados sobre uno hacia otros mundos para obtener renos, mientras que sus análogos pertenecientes a comunidades agrícolas hacen lo mismo para obtener buenas cosechas. La mayor diferencia es que los chamanes llevan a cabo su tarea de un modo público, mientras que en el ámbito agrario la catalepsia se produce siempre de un modo privado. Sin embargo, en ambos casos, estos individuos encarnan una conexión entre los mundos, y actúan como una suerte de mediadores entre vivos y muertos.


Fuente: Carlo Ginzburg, Historia Nocturna, Barcelona, Ediciones Península, 2003.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por esta informacion!

Max.