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17 de mayo de 2012

Raíces y semillas

Witold Pruszkowski, Spring, 1887

La raíz es lo primero que crece al germinar la semilla; se hunde rápidamente en la tierra en la que ha ido a caer y busca su alimento en ella, extrayendo los nutrientes necesarios para desarrollar brotes, tallos, flores, y frutos. El reino vegetal entrega generosamente al resto de la naturaleza estos frutos, que no son sino el ropaje carnoso del que la semilla debe despojarse para poder despertar.

La función de nuestras raíces no es mantenernos atados a un pedazo de territorio, porque las raíces son aquello que nos conecta con la tierra y nos empuja siempre a crecer buscando la luz. Las semillas contienen el espíritu del árbol que las originó, un espíritu que se aligera y desprende en incontables ocasiones, para viajar llevado por el viento, por el agua o por los animales que recorren la tierra y los cielos. 

La semilla que parte lleva en sí toda la información que precisa para completar su desarrollo, y no piensa con añoranza en lo que deja atrás, porque su memoria está en la tierra, y volverá al hundir en ella sus raíces, nuevas y viejas a un mismo tiempo.

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Esto pensando en las múltiples maneras que hay de contar una historia: en las personas que usan aquello que tienen al alcance para construir puentes, y aquellas que tratan de derrumbarlos. 
Pienso en el miedo que se esparce en el aire, ese veneno lento que ingerimos al respirar, acaso más peligroso que la misma contaminación física, pero también en la fuerza que puede transmitirnos la sonrisa o la mirada cómplice de un extraño con el que nos cruzamos en la calle. 

Pienso en un gris que se derrama ahogando colores, y en el resurgimiento de éstos, a su debido tiempo, estallando alegres aquí y allá, cuando ya nadie los esperaba.

Con un poco de suerte, el paso de los años contribuye a erosionar lo categórico de nuestros juicios juveniles, esa terrible necesidad de etiquetarlo todo incluso en nosotros mismos, de buscarle un lugar  y tirarlo al fondo del sótano oscuro cuando no hay donde colocarlo. Nos ayuda también a comprender la naturaleza ilusoria de las fronteras que nos separan del resto de la humanidad y a plantearnos cuál es nuestra función en este escenario efímero que transitamos, al que llamamos "nuestra" vida.

A pesar de las capas de condicionamiento que se han ido depositando, una tras otra, sobre nuestras cabezas, el impulso de la semilla donde quiera que llega a caer es buscar en lo profundo, elevarse a la luz y entregar sus frutos al resto de la naturaleza.  

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