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15 de mayo de 2012

Fragmento, Lafcadio Hearn



Shari Chandler, Quiet mist, sf.


Y a la hora del crepúsculo, llegaron al pie de la montaña. No había en el lugar señal de vida, ningún indicio de agua, ni rastro de plantas, ni sombra de aves veloces; nada sino soledades elevándose hacia soledades. Y la cumbre se perdía en el cielo.
Entonces el Bodhisattva dijo a su joven compañero:
-Lo que has pedido ver se te mostrará. Pero el lugar de la Visión está lejos; y el camino es agreste. Sígueme y no temas: se te dará fuerza.

La tarde oscureció sus pasos mientras ascendían. El camino estaba sin hollar, y no había marcas de ninguna visita humana anterior; discurría sobre un interminable montón de fragmentos caídos que rodaban o giraban bajo los pies. A veces una masa desprendida caía resonando en ecos sepulcrales; a veces la sustancia pisoteada reventaba como una concha vacía... se perfilaban y estremecían las estrellas; y la oscuridad se hacía más profunda.
- No temas, hijo - dijo el Bodhisattva, guiando-: ningún peligro hay, aunque el camino sea horrible.
Ascendieron bajo las estrellas - deprisa, deprisa-, subiendo con la ayuda de un poder sobrehumano. Atravesaron altas zonas de niebla; y vieron bajo ellas, siempre extendiéndose mientras ascendían, una sorda inundación de nubes, como la corriente de un lechoso mar.

Hora tras horas ascendieron; y formas invisibles cedían a su paso con apagados y suaves chasquidos; y fuegos tenues y fríos brillaban y morían con cada rotura.
Y una vez el joven peregrino puso la mano en algo terso que no era piedra, y lo alzó, y confusamente entrevió la mueca sin mejillas de la muerte.
-¡No te demores, hijo! - urgió la voz del maestro-. ¡La cumbre que hemos de alcanzar está muy lejos aún!

A través de la oscuridad ascendieron, y sentían continuamente tras ellos las suaves y extrañas roturas, y vieron los fuegos helados arrastrarse y morir; hasta que el borde de la noche se tornó gris, y las estrellas empezaron a desfallecer, y el este empezó a brillar.
Sin embargo, aún seguían ascendiendo - deprisa, deprisa-, subiendo con la ayuda de un poder sobrehumano. A su alrededor había ahora gelidez de muerte, y silencio tremendo... Una llama dorada se encendió en el este.
Entonces fue cuando, a la vista del peregrino, las pendientes revelaron su desnudez; y un temblor se apoderó de él, y un miedo horrible. Pues no había tierra - ni debajo, ni alrededor, ni en lo alto-, sino solamente un montón, monstruoso y desmedido, de calaveras y fragmentos de calaveras y polvo y hueso, con un resplandor de dientes desprendidos, esparcidos por la pila, como el resplandor de pedazos de concha en los restos que lleva la marea.
¡No temas hijo! - exclamó la voz del Bodhisattva-. ¡Sólo el fuerte de corazón puede alcanzar el sitio de la Visión!

El mundo se había desvanecido tras ellos. Nada quedaba sino las nubes abajo, y el firmamento arriba, y el montón de calaveras en medio, sesgándose y elevándose hasta perderse de vista.
Entonces el sol ascendió con los que ascendían; y no había calidez en su luz, sino la frialdad de una afilada espada. Y el horror de la asombrosa profundidad, y el terror del silencio, crecieron y crecieron, e inquietaron al peregrino, y detuvieron sus pasos; así que repentinamente todo poder se alejó de él, y gimió como un durmiente en sus sueños.

¡Apresúrate, apresúrate, hijo! - exclamó el Bodhisattva -: El día es breve, y la cumbre está muy lejos.
Pero el peregrino chilló:
¡Tengo miedo! ¡Un miedo indecible! ¡Y el poder me ha abandonado!
- El poder volverá, hijo - repuso el Bodhisattva-. Ahora mira debajo de ti, y por encima de ti y a tu alrededor, y dime qué ves.
-No puedo - exclamó el peregrino, temblando y aferrándose al maestro-. ¡No me atrevo a mirar abajo! Delante de mí y a mi alrededor no hay sino calaveras de hombres.
-Y, sin embargo, hijo - dijo el Bodhisattva, riendo suavemente-; y, sin embargo, ignoras de qué está hecha esta montaña.
El otro, estremeciéndose, repitió:
¡Tengo miedo! ¡Un miedo inexplicable! ... Nada hay sino calaveras de hombres!
- Es una montaña de calaveras - respondió el Bodhisattva-. Pero sabe, hijo, que todas ellas ¡SON LA TUYA! Cada una ha sido en algún tiempo el nido de tus sueños e ilusiones y deseos. Ni una sola de estas calaveras pertenece a otro ser. Todas (todas sin excepción) han sido tuyas, en los billones de tus vidas pasadas.


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