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28 de febrero de 2012

La savia de los almendros





De camino al trabajo hay un joven almendro que desde hace unas semanas desafía al invierno mostrando sus hojas como escudos, sus yemas como lanzas y sus pétalos blancos como colmillos. Es posible incluso que esperara, gracias a una memoria atávica, la granizada que cayó el otro día e hizo que muchos vecinos se asomaran sorprendidos a ventanas y balcones. Es febrero y una parte de mí se complace de que las flores y el granizo sigan librando la antigua batalla.

Cuando éramos niños, en la escuela nos enseñaron que la primavera era la época más alegre del año, en la que las flores brotaban por doquier y los animales correteaban por el campo. Nos lo enseñaron así porque no recordaban lo que la primavera era. Pero al crecer supimos -al menos algunos-, que la primavera era sobrevivir al invierno, y que muchos no llegarían a conocer el verano. Que no era precisamente el tiempo del sol, sino un tiempo en el que se clamaba por su regreso bajo la amenaza de un cielo plomizo o el azote de un viento helado.

En consecuencia nos compadecíamos de la locura de los almendros, cuyas delicadas flores parecen abrirse antes de tiempo... Sin pensar que tal vez pudieran están ahí precisamente para enfrentar el invierno que debe  empezar a retirarse.

Los almendros son heraldos del regreso de Perséfone. La diosa asciende con el secreto de la semilla y la renovación desde las profundidades del Inframundo, y lo hace por el suave camino de los blancos pétalos que el granizo desbarató.  Los almendros no tienen miedo del frío, de la oscuridad o de la muerte, y a pesar de los fuertes vientos, la lluvia, el granizo o la nevada permanecen erguidos -sostenidos por unas raíces cada vez más profundas y alentados por ramas oscuras que se alargan buscando la luz-, y ofrecen sus flores con singular generosidad, sin preocuparles demasiado si habrán de convertirse en fruto o caer en tierra, porque florecen en abundancia.
 
Esto es así en todas las Primaveras: a pesar de la desigualdad de condiciones esas flores ligeras y blancas desafían la amenaza color de roca que se cierne sobre ellas. Lo hacen incluso sin saber que aún quedando deshechas por el suelo, son la prueba de que, tras un largo invierno, la savia de los almendros vuelve a circular.

2 comentarios:

Minerva dijo...

Precioso. Es como la musica de violin, por alguna razón hay cierta tristeza en ella. Casi me hace llorar...ok, quitale el casi ;)

Vaelia dijo...

Gracias, Minerva. Imagino que se trasladó un poco del estado de ánimo desde el que fue escrito. Un abrazo.