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27 de julio de 2014

El maravilloso poder del "No"


Wenceslas Hollar, El basilisco y la comadreja, s.XVII

A mí me hubiera gustado titular este post "The AMAZING power of NO", así, en inglés, como alguno de esos libros newageros cuyo color de portada salta directo a los ojos al pasar por delante en una librería o área de servicio de gasolinera. Los mismos que constantemente hablan de la importancia de ser positivos, y rara vez nos advierten de las maravillas de saber - o atreverse-  a decir NO.
En realidad este post debería formar parte de una trilogía, pero vamos con calma. El NO parece ser algo tan incómodo para la mayor parte de la población que casi siempre se intenta suavizar con excusas, por más torpes que sean, en vez de atenerse a las razones que lo justifican. A algunas personas el NO les da miedo, un miedo que puede llegar a paralizarles en el momento menos adecuado... A otras les duele más que cualquier herida física y, sin duda, el NO es la vía más rápida que conozco de convertir a un supuesto ser humano un basilisco o, visto de otro modo, de descubrir la verdadera naturaleza de aquellos con quienes nos relacionamos.

Desde luego el "NO" está muy demonizado, especialmente gracias a la Programación Neurolingüística (PNL), y es triste que no se acabe de entender que se trata de algo más que un juego de palabras. Aprender a decir "NO" desde dentro, con actitudes y resoluciones es la manera menos traumática que conozco, por poner un ejemplo, de dejar de fumar, sin nisiquiera tener que emplear la fuerza de voluntad: simplemente teniendo claro que aquello no sólo es innecesario, sino que no nos aporta nada. Y, desde luego, si alguien agrede a un niño por la calle, agradeceremos sin duda que la negativa al acto de violencia por parte de terceros que puedan deter aquello sea inmediata y completa, no que se queden mirando un rato mientras meditan qué grado de violencia sería adecuado tolerar, o visualizando que la agresión se convierte de súbito en una serie de muestras de respeto.

Saber decir NO es tan importante - a veces, incluso más- como perder el miedo a decir que sí, porque también a través de aquello a lo que nos negamos definimos nuestros propios valores y prioridades. Poco tiene que ver con el nivel de extroversión de la persona, o la importancia que de a lo que los demás piensen de ella; hay personas a las que no importa enzarzarse en discusiones violentísimas pero que sin embargo resultan incapaces de mantener la coherencia entre aquello que dicen no aceptar y lo que acaban por dejar entrar a sus vidas, e incluso acaban apoyando de la forma más vehemente, sin pensar en las consecuencias que esto pueda ocasionarles.  Negarnos a algo es una elección nuestra que manifestamos con palabras, hechos y actitudes. 

Sin embargo, debido a que el NO (la negativa, hablada o expresada con acciones) es molesto, muchas veces sólo lo enunciamos cuando una situación o una persona nos están poniendo entre la espada y la pared, y muy a nuestro pesar, porque sabemos lo que vendrá después: Ese "NO" nos convertirá en los malos (o al menos los antipáticos) de la película. En ocasiones, tenemos tanto miedo a ser mal comprendidos/mal vistos que por no decir un NO a tiempo, acabamos causando un mal mayor que aquél que queríamos evitar, a veces incluso dañando a aquellos que confiaban en nosotros.

Soy de natural pacífica e introvertida, escribo en blogs y de vez en cuando colaboro u organizo algún proyecto adicional. He aprendido a dar mis opiniones de manera bastante comedida donde se supone que se pueden dar, siempre puedo documentar en qué están basadas, y de hecho agradezco poderlas contrastar con puntos de vista distintos... No es precisamente la vida de un corsario, y sin embargo hay gente en este mundo que ha albergado odios vodevileros hacia mi persona a causa de ello. Bien, pues cada una de esas historias empieza con un simple NO por mi parte. A juzgar por lo que he visto en mis treinta y dos años de vida, casi estoy segura que algunos míticos imperios debieron tener su origen en algún NO mal encajado... Por compensar, o algo.

A veces es verdad aquello de que "nadie sabe para quien trabaja", pero posiblemente lo único que importa al respecto es qué hace cuando lo descubre. A veces la única opción honorable es decir que NO. Si alguien tiene el descaro de pretender utilizar lo que estamos haciendo de buena fe para sus propios fines, y además estos son contrarios a nuestros principios o a nuestra ética, tenemos todo el derecho de decir que NO, que por ahí NO pasamos. Es necesario entender, para nuestra paz de espíritu, que somos libres y cuando decimos que NO a algo o a alguien estamos expresando nuestros valores, no quitándole nada a nadie (a menos que estemos faltando a un compromiso en el que la otra parte no hubiera fallado, claro).

Pero no hay que engañarse: Incluso el NO más educado y bienintencionado del mundo puede bastar para despertar el basilisco interior de la persona o personas que hasta esa negativa nuestra parecían razonables e incluso dulces y cariñosos. Esto cuando uno es muy joven puede asustar mucho, sin embargo es un miedo que hay que superar si pretendemos desarrollarnos como individuos capaces de pensar por sí mismos y actuar en consecuencia. No significa que una vez decidamos algo no podamos cambiar de opinión, simplemente cuando nuestros principios tiran de nosotros en dirección contraria a la que otros nos piden (o incluso exigen) que avancemos, no es una cuestión de saber o no saber, sino de tener o no el coraje necesario para ser consecuentes con nuestros principios, o simplemente con aquello que queremos que sean nuestras vidas.
Por supuesto cada NO tiene consecuencias, si formas parte del grupo de trabajo equivocado, permanecer en él puede convertirse en un infierno debido a la presión del colectivo, si estás en una red de conocidos pueden empezar las difamaciones, etc. Los niveles de violencia implícita, chantaje y acoso que se pueden desarrollar en el seno de una comunidad autodenominada "espiritual" son simplemente fantásticos: nadie que no lo haya vivido puede imaginarlos por completo y aún viviéndolos son difíciles de aceptar. Pero cuando dejamos de escuchar justificaciones y eufemismos para  empezar a analizar hechos, actitudes y estrategias nos damos cuenta de lo fácil que es convertirse en aquello que en teoría estamos combatiendo (o "intentando sanar").  No nos equivoquemos tampoco, esto sucede por igual en sectas minoritarias que en una oficina completamente anodina... El círculo se va estrechando entorno a la voz disidente: "Sólo tienes que bajar la cabeza y decir que sí y esta tortura terminará". 

Pues NO.

Creo que Alex Rovira es acertadísimo cuando escribe que puedes obligar a que te oigan, a que te aplaudan, a que te besen, a que te cuenten un secreto o a que te sirvan; pero no puedes obligar a que te escuchen, que se emocionen, que te deseen, que confíen en tí o que te amen. Algunas personas seguirán tratándose de imponer y tal vez llegue un momento en el que ya no importe lo bajo que caigan en el proceso... Pero el NO inicial seguirá ahí. Con un poco de suerte, los motivos que nos llevaron a enunciar ese NO se hagan cada vez más evidentes. Por desgracia en algunos casos, sobretodo cuando hemos sido prudentes y discretos, esto no sucede así. Aún en esos casos no hay que olvidar que todo lo que se logra con engaños o malas artes (y no me refiero sólo a la magia oscura) siempre crea un vacío aún mayor que el que se intenta llenar.

Nuestro NO original sigue ahí, intacto, porque las cosas que importan no se pueden forzar.
Y podemos irnos a la cama tranquilos.

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