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4 de mayo de 2014

Notas sobre el Ascenso





...¡El mar, el mar, recomenzado siempre!
¡Oh recompensa, acallar la mente
y contemplar la calma de los dioses! 
¡Qué obra pura consume de destellos
plural diamante de la leve espuma,
y cuánta paz puede concebirse!
Cuando sobre el abismo un sol reposa
labores puras de una eterna causa,
titila el tiempo y es sueño la ciencia... 
Paul Valéry, Cementerio Marino


Hay temporadas en las que el camino no discurre precisamente por donde más nos apetecería ir... Hace unos meses mi paisaje interior mostraba de manera inequívoca un sendero escarpado y tortuoso que se perdía montaña arriba. Yo ya sabía lo que eso significaba y, como no podía ser de otro modo, algo en mí se resistía: "¿Qué es esto de Ascender ahora? Eso es cosa de monjes o de iluminados, dejadme ir abajo como todo el mundo. "  Pero cuando el camino hacia abajo ya ha sido recorrido varias y memorables veces, tal vez llega la hora de escuchar otro llamado. 

La Montaña, como el Árbol, puede tener raíces que se hundan en lo profundo de la tierra, y levantarse hasta rozar el cielo, pero es el mismo símbolo. Se debe recorrer el sendero de lo profundo a lo alto, de lo alto a lo profundo, para empezar a comprender su naturaleza de forma integral. Nuestra alma viaja de uno a otro extremo del mismo modo que las abejas acarrean el polen, y formamos parte de aquello que hace posible la unión de los aparentes contrarios.

Del mismo modo que el descenso es un dejarse ir, el ascenso es un esfuerzo; el descenso lleva a la calma tranquila de la oscuridad, de la unión y la disolución, el ascenso obliga a buscar la luz, emerger, pero también a separarse y convertirse en un blanco fácil. Los demonios de la Montaña dan tanto miedo como los del Inframundo, pues no dejan de ser su contraparte. Se escuchan las mismas voces espectrales, las mismas advertencias: era más seguro quedarse en casa, no habrá vuelta atrás. Pero paso a paso subiendo por el sendero rocoso y escarpado, del mismo modo que sucede al descender, cada movimiento resulta un poco menos difícil que el anterior. 

Si el Descenso permite el encuentro con la parte "oscura" de nuestro ser, ¿el Ascenso nos conecta con la "luminosa"?  En realidad aquello que nos hemos acostumbrado a llamar oscuro no es sino lo que nos resulta desconocido, aquello que si no estamos preparados para digerir, puede ser peligroso para nosotros y para los demás. Estos Dragones más allá de los límites de nuestros mapas mentales se encuentran tanto en el Descenso como en el Ascenso, pues ambos viajes implican una confrontación con hechos, ideas o potencias que el propio camino nos ha preparado para asumir, y ambos no terminan con éxito a menos que seamos capaces de volver al punto medio e integrar en él las verdades descubiertas o las fuerzas despertadas. 

Después de años de trabajo, la observación del paisaje interior suele darme pistas bastantes exactas acerca de lo que toca hacer a continuación. Lo que tocaba era aceptar ciertas peculiaridades en mi persona, en mi manera de trabajar y en mi enfoque a la hora de considerar la búsqueda espiritual y de conocimiento. Cuando, por fin, me encontré "como por casualidad" en la ladera de un monte físico,  muchas de las cosas que durante semanas y hasta aquél momento habían estado revoloteando por mi mente empezaron a encajar, y experimenté una sensación de comprensión y serenidad. No sólo supuso verme liberada de cargas innecesarias (algo tan necesario para bajar al Inframundo, como para ascender la Montaña), sino acallar la habitual discusión entre varias de las partes que insisten en estar en guerra en nuestro interior.

Un momento silencioso, bajo las olorosas ramas de los pinos, contemplando el mar y la luz del mediodía sobre los bosques. Tan cerca de los Dioses como lo estuve en los días de infancia en que se me permitía recorrer a mi aire los bosques, acompañada por los perros. Recordando a Horacio, y recordando a Valéry sin tener que considerarme extraña por ello; feliz de haber crecido en estas soleadas tierras a la orilla del Mediterráneo, pero también de haber vivido al otro lado de un océano y de haber regresado; consciente de que cada etapa en este periplo  respondía a una necesidad interna, tan viva, tan real, que debería avergonzarme cuando me sorprendo tratando de justificarlos.


La Montaña no me dió una revelación al uso, - ningún Dios apareció con voz atronadora para dictarme un decálogo, mis viejos principios nunca me han fallado-, pero me dió la perspectiva necesaria para entender que había un hilo que enhebraba los diferentes momentos de mi vida
como cuentas de un collar, y ese hilo, al que a pesar de las dificultades y las dudas había conseguido no perder, no era otro que el sentido que siempre he querido para mi vida.  Y de esta manera, en la Montaña,  el ser, mis circunstancias y yo quedamos en paz, al menos por un momento, antes de seguir nuestro camino.

Sospecho que si es cierto que venimos a este mundo para aprender, cuanto más pronto y más claras tengamos las cosas, más puntos acumulamos para que nuestra senda se tuerza de maneras insospechadas, pero volveremos al camino una y otra vez, por una suerte de pertenencia mútua.

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