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15 de mayo de 2014

Atenea, la lechuza y la serpiente.

Atenea brandiendo una serpiente de la égida contra un gigante,
Antiguo templo de Atenea en Acropolis, Acropolis Museum, Barbara McManus, 1980


Acabábamos de visitar la exposición "Mediterraneo, del mito a la razón" en Caixa Forum con PFI, y llevaba días pensando en lo infravalorada que está la cultura, especialmente la académica, en nuestros tiempos. En nuestra ruta, volví a pasar por delante de una estatua de Atenea que tenemos en Barcelona, cerca de Montjuïc. Me di cuenta de que para muchos esa imagen maltrecha, capaz sin embargo de inspirar algún respeto, podría representar el academicismo del viejo mundo y la cultura occidental.

La imagen que nos ha llegado de la Atenea se considera a menudo un arquetipo "incompleto", una casi estéril "hija del padre", cuya contraparte simbólicamente asumida es la monstruosa Medusa, a la que ella misma castigó. Aquí Atena es la razón "fría", calculadora, la razón "de estado"; que si bien desdeña la belicosidad y la violencia visceral de Ares, no tiene remilgos en otorgar  poder al más astuto, lo cual - comprobado está- no es precisamente sinónimo de hacer un mundo más justo o siquiera más habitable. Del otro lado observa Medusa, Górgona con cabellera de serpientes, la capacidad no expresada o el poder censurado, que sólo se desata con ferocidad destructora. 
Parece que la solución moderna al aparente conflicto entre ambos modelos ha sido optar por una exaltación del rol de Medusa (o de cualquier sombra) hiperemocional y fuera de control, cómo si este arquetipo no estuviera, a su vez, tan incompleto y cegado como el de la Atena hiperracional, como si la Górgona monstruosa no fuera, a su vez, hija de la misma herida original. Cuando hablamos de arquetipos, recordemos, podemos referirnos tanto a un individuo como a una cultura o sociedad.

Escribí hace poco acerca de la necesidad, para el buscador, de realizar ambos caminos; el que desciende hacia el Inframundo y el que asciende hacia las Alturas. No basta con descender a la búsqueda de nuestra sombra, hay que ser capaz de incorporar a nuestro mundo lo que hayamos aprendido en este viaje. Esto, a su vez, nos pondrá en camino de una nueva búsqueda sobre tierra y hacia las alturas, pues es dudoso que haya existido una cultura capaz de desdeñar a los cielos.
A menudo los animales asociados a los Dioses y Diosas constituyen una fuente icongráfica de información adicional sobre sus funciones. En el caso de Atenea encontramos dos animales clave, la lechuza y la serpiente; ambos símbolos femeninos y de sabiduría ambos; una del cielo, y la otra de la tierra. Y es este vínculo con la noche y la tierra, con lo oculto e íntimo, el que se ha perdido en la imagen blanca e irreal que creamos para representar la antigüedad clásica (irreal, porque, para empezar, las estatuas mismas estuvieron originalmente policromadas y no precisamente de forma discreta).

Como esas casas llenas de estantes con libros que nadie ha leído ni leerá jamás, la familiaridad con el academicismo es algo que parece mencionarse más a menudo con la finalidad de mejorar las apariencias, que disfrutarse como una auténtica vía de crecimiento personal...  Creo que hubo un tiempo en el que el academicismo representó la esperanza de encontrar soluciones a los problemas que aquejaban al mundo, una voluntad de superación, de crecimiento conjunto de la humanidad. Y aunque los errores cometidos en este camino son practicamente incontables, aún hay herramientas que deberían rescatarse como aportaciones al bien común, y que incluso podrían resultar útiles a la hora de traer nuestras potencialidades pendientes a la luz.

Por poner un ejemplo, durante los primeros años de la licenciatura en historia nos enseñaron los "trucos" del oficio, aquellas trampas - sesgos de información, omisiones, reinterpretaciones,...-, faltas a la verdad que algo más tarde veríamos cometer a más de un profesor en la misma facultad, y de formas aún más descaradas fuera de ella. En un mundo narrado por los medios de comunicación, encargados de ponernos en escena y dictar los papeles que cada uno de nosotros deberá ocupar en ella, esta situación se dispara. Vivimos en una sociedad hábilmente dirigida por expertos en manipulación emocional, y lo único que podemos hacer al respecto es mantenernos sereno, y tratar de acostumbrar la vista a los hilos con los que pretenden irnos conduciendo. En una situación como la descrita, la capacidades como la observación "objetiva", el análisis, la contrargumentación, etc. debería ayudarnos a conservar cosas tan importantes como nuestra libertad personal y favorecer una correcta gestión de nuestras emociones.

Será necesario recuperar, tal vez, la Atena que enseña las artes y los oficios, benefectora de la humanidad que - en algunas versiones- incluso da el fuego a los mortales. Los ojos de la lechuza son penetrantes, y dirigen su atención calma más allá de lo aparente, sin temor a adentrarse en el mundo de las sombras propias o ajenas. La serpiente, a su vez, además de conocer los reinos ocultos y sus tesoros, es símbolo de la conexión con la tierra, con los ciclos de la naturaleza (los procesos de crecimiento, pero también de caducidad, muerte, desprendimiento y renovación) a cuya influencia nosotros mismos estamos sometidos. La lechuza y la serpiente no nos hablan de la técnica o el razonamiento ciegos o estériles, sino de la sabiduría necesaria para completar el ciclo que unifica los tres mundos; los cielos, la tierra y el inframundo, o tres partes de nuestro ser que solemos trabajar por separado. De este modo el análisis, no sólo capaz de detectar las trampas sino también de desactivarlas, se convierte en discernimiento y la búsqueda de conocimiento deviene un acto desinteresado por el bien común, cuya culminación no es otrs que reintegrar los tesoros obtenidos en cada viaje en el mundo medio, y quedar vacíos para volver a empezar.

Los bienes culturales, tangibles o intangibles, incluyendo por supuesto aquellos que proceden del ámbito académico, forman parte de nuestra herencia, guardan la memoria tanto de nuestros contemporáneos como de aquellos que vivieron antes que nosotros, de sus propuestas para entender este mundo, de sus errores y sus aciertos. El modo en como recibimos y tratamos esta herencia es también la manera en la que dialogamos con nuestro pasado, pero también con el mundo que nos rodea. No podemos abordarlos dejando de lado por completo de lado nuestras emociones, pero tampoco podemos hacerlo dejando de lado nuestras capacidades intelectivas para gestionarlas.
Del mismo modo que sucede cuando nos reencontramos con la naturaleza (la propia, o la que nos rodea), no siempre es sencillo abrir los ojos a un mundo que, precisamente por estar a nuestro alcance, no ha obtenido toda la atención que merecía. Así como la naturaleza debe vivirse y comprenderse desde la experiencia, también la cultura (tanto en la vertiende de investigación, cómo en el arte) debe ser en algún momento rescatada del mundo de las apariencias para volverse a descubrir de primera mano y de forma vivencial, implicándonos con ella. Cuando lo hacemos, hallamos la combinación que abre la puerta a una nueva forma de vivir en este mundo y relacionarnos con sus habitantes presentes, pasados o incluso futuros.

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