Páginas

25 de septiembre de 2013

No hay una fórmula única



En más de una ocasión, escuchando una advertencia o un consejo, he tenido la sensación de que me hablaban cómo si en mi vida hubiera un enorme vacío y fuera necesario apresurarse a llenarlo de cosas o abarrotarlo con una decoración monotemática. Los consejos y las advertencias suelen darse desde la mejor de las intenciones, pero lo que funciona para unos no tiene porqué ser bueno para otros. Sencillamente, no existe una fórmula única, de modo que avanzamos por la vida probando las fórmulas de los demás, o bien tratando de elaborar una propia. Pero tanto si nos ha ido muy bien como si vamos cargados de dudas propias y ajenas, cuando damos un consejo corremos el riesgo de tratar de reafirmar la opción que nosotros hemos tomado, y olvidar que estamos dirigiéndonos a otra persona, con necesidades y prioridades distintas. Que el otro es alguien con quien podemos compartir mucho, pero que vive dentro de su propia piel.

El pasado domingo, fui a caminar un rato por los campos a las afueras del pueblo. Hacía tiempo que no me podía permitir algo así, y lo disfruté mucho. En un momento, sentada simplemente observando el cielo, muchas cosas cobraron un nuevo sentido, como piezas que encajan en un rompecabezas. Es algo que ha pasado con relativa frecuencia en las últimas semanas, pero que no deja de ser especial cada vez. Cada una de estas revelaciones mínimas me lleva a soltar en vez de acumular, a dejar de tratar de controlarlo todo, por difícil que me resulte. Y cada una me acerca más a la convicción de que es muy poco lo que en realidad necesitamos, que hay herramientas y trabajo de sobra para empezar a limpiar y a ordenar (otros dirían "sanar") tanto dentro como fuera de nosotros mismos. De hecho, las tareas por hacer son tan variadas, que es absurdo juzgar si una es más importante o significativa que las otras... En serio, la que escojas estará bien.

Sé por experiencia que un buen consejo ajeno puede hacer más daño que un error propio, simplemente porque nadie avanza demasiado cuando va en contra de sí mismo. Pero también sé que es injusto culpar a otros, cuando al fin y al cabo somos nosotros quienes decidimos si seguirlo o no. La única manera que se me ocurre de saber si lo estamos haciendo bien es ser capaces de detenernos en cualquier momento, ya sea que pasemos una buena o una mala época, y al preguntarnos si preferiríamos ser otra persona, respondamos que no. Si me detengo ahora mismo, incluso bajo la sombra de una montaña de incertidumbre por la que aún ronda alguna que otra hiena hambrienta, sé que no me gustaría estar en otra piel, que éste es mi lugar, que desde aquí seguiré creciendo y dando frutos. Tal vez tendré que renunciar a muchas cosas, tal vez tenga que lidiar con la oposición activa o pasiva de otros, e incluso con algún arrebato de autocastigo, pero el hecho es que no quiero vivir la vida de otro. 

El problema aquí es que estamos tan acostumbrados a hacerlo todo de puertas para afuera que hacerse   preguntas del tipo ¿Es esto lo que realmente quiero hacer? ¿Tiene esto sentido para mí ahora? suena excentrico o incluso egoísta. Se nos ha acostumbrado a determinar nuestros objetivos fijándonos en modelos externos, y a validar nuestras impresiones en la colectividad. Algo que no me acaba de convencer pasa a ser maravilloso si muchas de las personas que me rodean así lo definen; luego asumiré que algo es felicidad simplemente porque muchos otros le dan ese nombre, incluso aunque mi experiencia al respecto ni siquiera sea positiva. La historia narrada en El traje nuevo del emperador tiene muchos más años que la versión de los Grimm. Es fácil de entender, pero no tan sencillo de aplicar, y no es extraño que nos amarguemos la vida porque no podemos alcanzar algo que creemos que nos hará felices, cuando de hecho podríamos ser felices si sencillamente no nos dejáramos amargar...  Vivimos en un mundo de sombras y reflejos, cerrados a nuestros sentidos internos, tal vez porque éstos tengan demasiado que reclamarnos. Pero si no trabajamos esta parte de nosotros en la que estamos a solas y nos obligamos a ser sinceros con nosotros mismos, nuestro tiempo puede agotarse sin que hayamos hecho nada de lo que realmente nos hubiera gustado hacer con él.

Hace tiempo que tengo una lista de cosas que realmente me apetece hacer, muchas de ellas las he escrito sin saber cuándo podría hacerlas, porque escribir cuesta bien poco. Pero cuando las condiciones apropiadas se dan -y es increíble si me paro a pensar cómo las oportunidades se abren camino- las cosas se hacen,  se disfrutan, y luego se dejan ir. Hay mucho más que hacer, que conocer, que sentir. Alcanzar un objetivo no es lo que me hace feliz, lo que me hace feliz es ir dejando atrás las viejas metas sabiendo que eso es el Camino. Sé que en realidad no voy a ningún lado más que a la muerte y que allí se encontrarán, tarde o temprano, todos los senderos; pero siempre que tengo ocasión me gusta escoger la ruta y la compañía y, por supuesto, el ritmo al que avanzar. Así soy más consciente de la vida, y sólo así puedo celebrarla. Entiendo perfectamente que pueden haber otras fórmulas, que funcionen, que den resultados, que hagan felices a otras personas y las respeto, pero no me gusta que se enarbolen como si fueran el único camino posible, y mucho menos, que se traten de imponer como una solución única. Al parecer ser incómodo es parte del trabajo que escogí realizar en mi paso por este mundo.



2 comentarios:

Unknown dijo...

Gran post, es un placer leerte y sentirme identificado y servir de ejemplo todas estas palabras.

Gracias.

Bruane dijo...

"Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar"...