Páginas

18 de septiembre de 2013

Desde el umbral del otoño



Mis años empiezan al final del verano. Un día indeterminado de septiembre algo en el aire logra detener mi pensamiento, alejarlo por unos segundos del mundo atareado que lo circunda, como si pudiera mitigar mágicamente sus ruidos. Entonces sé que el momento ha llegado: la última celebración de la luz, el agradecimiento, la despedida, la vuelta a esa casa oscura que todos tenemos en el seno de la tierra. Sé que me voy a ralentizar, que me va a apetecer menos salir y que estaré menos disponible porque aunque mire fuera de mí, estaré viéndome por dentro. El equinoccio de otoño siempre es un umbral que cruzo sabiendo que algo debe quedar atrás para que lo desconocido pueda acercase hasta ser familiar.

Esta ocasión es especialmente significativa, acaso porque el trabajo de este año ha sido más intenso que el de los anteriores. Acostumbrada a dejar por escrito prácticamente cada paso en el camino, me estremezco al buscarme en el reflejo cobrizo de la memoria. Hace un año, mi vida entera empezaba a deshacerse sin pedir permiso, como una construcción cuyos materiales estuvieran condenados de antemano a sucumbir... Es natural que cuando algo así sucede, al menor movimiento todo empiece a temblar, y el derrumbe sea inevitable. Sin embargo, eso no nos ahorra el dolor de las heridas cuando todo cae encima, ni la rabia de no habernos dado cuenta a tiempo de lo que iba a suceder para al menos ponernos a resguardo.

Hay un camino muy largo - tan largo, que no corresponde medirlo en tiempo- desde que un mundo se cae hecho añicos, hasta que comprendemos que la vida no termina, que nuestra tarea sigue, que hay cosas tan buenas o mejores como las que ya vivimos esperando a que vayamos a por ellas. Pero hay que ser valientes, hay que dar un paso detrás de otro desde el centro mismo de la oscuridad, atrevernos a confiar en la vida y en nosotros mismos. Comprender que somos algo más que el dolor, por más que éste pueda volver a irrumpir en escena en cualquier momento. Hay que tener ganas o, al menos, dejar de resistirnos a esas fuerzas que desde nuestro interior tiran de nosotros constantemente hacia la luz.   
Budi Satria Kwan, Journey of a Thousand Miles


Hace un año mi vida, tal como yo la tenía en mente, terminó. Terminó del mismo modo en que las frutas se pudren, para que la semilla pueda desprenderse fácilmente, para que a la semilla no le falte alimento al germinar. Aquello que tenía apuntado en los cuadernos de trabajo, lo que era realmente importante para mí, - lo irreductible, es decir, la semilla-, siguió creciendo a pesar de mi incomprensión, abriéndose camino, encontrando maneras de realizarse que yo entonces no podía ni siquiera imaginar.

Mi mundo de entonces era demasiado pequeño y forzosamente debía quedar atrás, pero esto no significa que el proceso no fuera doloroso. Muchas veces estando frente al altar -donde recuperaba por unos minutos la paz perdida-, me lamentaba y a la vez pedía disculpas por la ignorancia que me impedía ver cómo todo aquello que estaba sucediendo podía ser algo bueno, y terminaba por agradecer lo desconocido que se abría camino hacia mí.
No ha sido fácil, porque acumulamos resistencias, pero he tenido la suerte de contar con quien me echara una mano en el momento preciso para evitar que cayera rodando colina abajo y todo el esfuerzo realizado fuera en vano. Sin esperarlo, lo mismo que al inicio del viaje era  desconocido, ha resultado hacerme descubrir, entre otras cosas aún más importantes, una felicidad como nunca antes la había vivido.

Este ciclo me ha permitido identificar y empezar a dejar atrás una enorme carga de pensamientos caducos que he arrastrado durante años, y que me han condicionado demasiado; a medida que los dejo ir la serenidad y la alegría vienen a ocupar su lugar. Es muy posible que aquellos que me conocen se pregunten "¿Pero de qué serenidad habla esta mujer?", a lo que sólo podré responder que antes era peor -y también que por segunda vez en mi vida tengo uñas-.
Por supuesto el proceso no termina aquí y siempre habrá aspectos que trabajar, simplemente se trata de hacer una pausa para agradecer las enseñanzas y experiencias que esta cosecha ha traído, y sobretodo la presencia de aquellos que me han acompañado en ellas, haciendo de mi universo un lugar mucho más valioso en el que habitar.

No hay comentarios: