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16 de diciembre de 2012

Solsticio de invierno: Descenso hacia la luz


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Desde niños vemos sucederse las estaciones en el mundo que nos rodea; de celebración en celebración decoramos aún las escuelas y nuestras casas dando la bienvenida al tiempo de las flores, al del trigo dorado, al de las hojas caídas y al de la nieve. Sin importar cuál sea nuestra preferida, y al menos mientras somos niños, comprendemos que cada estación tiene su propia corte y nos colma de regalos que sólo ella puede dar.

A medida que acumulamos años, las estaciones empiezan a sucederse también en nuestras vidas. Sin embargo, desconectados de lo que en realidad somos, en lugar de dar la bienvenida a las primaveras, veranos, otoños e inviernos que se suceden en nuestro interior nos quejamos de las particulares  bendiciones que traen a nuestra existencia.

Se acerca el solsticio de invierno, la noche más larga del año, en la que un sólo fuego puede revivir la esperanza del retorno del sol. Para muchas personas es un tiempo lleno de recuerdos a veces alegres y dolorosos al mismo tiempo. Son días de dibujar en el vaho de las ventanas, de ralentizarse un poco al caminar por la calle para prestar atención al olor de alguna chimenea encendida o al brillo de las luces, tiempo de tomar chocolate caliente una mañana de domingo, de repartir abrazos, de aventurar proyectos futuros e incluso de pedir deseos...

Pero cuando el otoño ha pasado por nuestros corazones, llevándose todo cuánto podía ser llevado, cuando las hojas caídas, se han convertido en tierra que las lluvias arrastran, hemos descendido lejos de todo, y de todos, dejando atrás como una vieja piel, como una máscara rota, gran parte de aquello que creíamos ser.  
En la noche más larga, lo que queda de nosotros se hunde en la tierra, siguiendo las propias raíces hacia el Inframundo del que nace la realidad que habitamos en la vigilia. Una realidad que creamos con algún fin - aún cuando lo desconozcamos- y que, terminado su ciclo, se agota, palidece y debe ser renovada, volver a encenderse desde este centro sagrado, para mantenernos conectados a la Vida.

Así como la Osa trae al mundo a sus cachorros en el fondo de una cueva de la que no saldrán hasta la primavera, es posible que en el exterior pasen los meses sin ver aflorar los resultados de esta renovación; pero uno sabe que llegarán con la misma certeza que se tiene de que las semillas germinarán, que los brotes surgirán de la tierra y que, a su debido tiempo, el fruto maduro estará en nuestras manos.

Siempre a la Vida sigue más Vida, y tras cada Ciclo más que un descanso, hay un necesario acondicionamiento para lo que ha de venir. Siempre obtenemos aquello que en lo profundo deseamos, aún cuando esto nos lleve por senderos insospechados; y si hemos hecho bien nuestro trabajo, es posible que incluso obtengamos más, aunque no siempre nos sintamos preparados o dispuestos a aceptar esas bendiciones y las recibamos con alguna que otra lágrima entre nuestras alegrías. 


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