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24 de septiembre de 2015

Otra vez



The goat of Vence, Marc Chagall

El equinoccio de otoño llega como un viejo amigo que no esperamos, pero un día toca a la puerta, y al abrazarlo nos damos cuenta de lo mucho que lo hemos extrañado; de la falta que nos hacía… Cada otoño es, en cierto modo, un regreso a casa, un retorno por el camino de cabras a esta solitaria cabaña desde la que yo escribo con ánimo de apaciguar los demonios que pueblan mi mente. No quisiera librarme de ellos por miedo a perder también la compañía de sus relatos, que brillan y danzan como las llamas del fuego en estas noches cada vez más frías y largas.

Años atrás, y aún hoy de vez en cuando, se oye hablar de aquellos que escuchan en algún momento “la llamada”, como un susurro que tira de nosotros el otro lado de los límites establecidos por nuestra cotidianidad, una necesidad que irrumpe para empujarnos a la búsqueda de algo que a penas intuimos con algún sentido recién descubierto. Cruzamos un umbral sin nombre, para andar el serpenteante camino que no lleva a otro lugar que a nosotros mismos, una y otra vez. 

Mi búsqueda personal me ha aportado más dudas que certezas, y tal vez incluso más decepciones que alegrías, pero no renuncio a ella. Algunos entenderán por qué seguimos buscando por tierra, mar y cielo, entre lo que reluce bajo el sol y lo que se oculta en las sombras. Algunos entenderán que al final sólo queda la búsqueda, y todo lo demás en derredor se apaga consumido de las llamas, imágenes y nombres que pierden el sentido cuando revelan lo que ocultaban… Y cuando abrimos de nuevo los ojos hay que dar demasiadas explicaciones – ya no a los demás, sino a nosotros mismos. 

Muchas de esas explicaciones resultan bastante insatisfactorias, pero aquí estamos. Escribiendo para apaciguar demonios, dejando un rastro de pesadas letras en el camino hacia el otro lado del espejo.

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