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24 de febrero de 2015

¿Cuántas vidas tiene una bruja?

Mooncat, Denise Warren, sf

Hace ya muchos años alguien me advirtió acerca de un momento del camino en el que se hacía necesario romper un bloqueo provocado por el temor a las consecuencias inesperadas de nuestros actos, mágicos o no. Quedar estancado aquí significaba que, en adelante, podrías compartir con otros aquello que habías aprendido hasta la fecha, pero no había más aprendizaje para ti. Algo así como permitir que el miedo, el exceso de prudencia o la falta de compromiso te calcificara en vida.

Por aquel entonces aquella era la peor perspectiva que podía imaginar, y quizá precisamente por eso sonaba como los cuentos que los padres narran a sus hijos para que se vayan a dormir pronto. Desde luego uno no cree al iniciar la búsqueda que la ilusión se pueda apagar como una vela que se consume o que parte de ese sendero anhelado pueda hacerse cojeando bajo la lluvia en busca de un refugio. Cada individuo es un universo, y las vicisitudes no tienen porque ser vividas por todos, ni de la misma manera, pero ahí están. Largas sombras que nos acompañan mucho después de cruzar aquel bosque en cuyas zarzas dejamos algo más que la piel, aquel episodio que no olvidamos, pero del que tampoco tenemos muy claro cómo sobrevivimos.

Como los gatos, algunas brujas han acumulado muchas vidas en un mismo camino, salvándose por muy poco de los peligros de caer en un pozo, ser envenenadas o recibir los tiros de algún paleto aburrido. No tiene nada que ver con que sean más o menos inteligentes, más o menos habilidosas en lo suyo, sino con el hecho de ser humanas, tener deseos y necesidades revueltos. También en muchas ocasiones - como sucede con los gatos- con ser curiosas y querer asomarse a ver qué hay detrás de ese límite que se planta ante la mirada como un reto, como un horizonte o una frontera que promete otra aventura, un suculento pedazo de vida de esos que otros sólo viven a medias. Y se salta. Y a veces se cae, en un rotundo punto final.

Pero si la curiosidad "mató" al gato, tal vez fuera porque no había otra manera de hacerle entender que aún le quedaban muchas vidas por vivir.

Recorremos el camino pensando que cada experiencia será amortizada en un aprendizaje que resultará útil más adelante: consideramos tonto tropezar dos o más veces con la misma piedra, y se supone que el gato escaldado debe huír del agua fría. Nos resistimos a creer que tal vez cada paso del camino, que cada experiencia sea válida en ella misma y no sea necesario sacar lecciones de todo, como quien insistiera en cargar con una despensa demasiado surtida por miedo a no estar preparado para lo que pueda venir. Como si diera cierto miedo pensar que la vida pueda estar ahí para vivirla y poco se puede preveer al respecto.

Desisto de comprender por qué sucede, pero me queda claro que las cosas regresan, que cada uno tiene sus patrones que se repiten, como una cuenta a pagar o un acertijo existencial a resolver. Sin embargo, parafraseando a Heráclito "Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos", de modo que tal vez la mejor opción sea sencillamente perderle el miedo al agua, fría o caliente. Perder el miedo al daño que el pasado nos hizo y a las sombras que aún proyecta sobre nuestro devenir, revelarse contra esa descripción del mundo que dicta el viejo mapa errático de nuestras cicatrices y recuperar el territorio que en efecto vivimos, el tiempo y lugar en el que podemos decidir qué queremos hacer respecto a cada situación, nueva o familiar, que se nos presente.

La sabiduría no consiste en ir acumulando conocimientos y construir con ellos una torre de títulos, libros o experiencias en la que encerrarnos, desde la que exigir respeto y considerarnos con autoridad para decir a los demás lo que tienen que hacer. Eso es calcificarse en vida, dejar que el miedo a perder cualquier cosa nos devore desde dentro. La sabiduría no acumula nada, toma lo que necesita en el momento y deja ir alegremente el resto, incluidos los aprendizajes que por suerte o desgracia nunca se amortizaron.
 A veces lo sabio es perder el miedo a equivocarnos (nuevamente), al "qué dirán" (nuevamente), a ser engañados (nuevamente), a ser heridos (nuevamente)... A veces lo sabio es dejar que el espíritu del Loco  nos lleve bailando a reemprender la aventura como si no supiéramos que podemos perder la vida en ella o, más exactamente, como si nos diera igual.

Una bruja puede haber pasado por pocas o muchas vidas, pero siempre le quedarán las que sean necesarias.


1 comentario:

Odessa C. dijo...

Hola Vae! Soberbio, como siempre. Gracias por devolvernos la esperanza