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1 de julio de 2012

A favor de lo "pagano"


Jules Bastien-Lepage, At harvest time, 1880


Es evidente que las palabras cambian a medida que cambian las ideas de la comunidad que las emplea: ganan nuevos significados y se desprenden de los que han caído en desuso, adquieren  matices que subrayan lo nuevo, lo obsoleto o lo recuperado, y se las orienta para restringir definiciones o ampliar conceptos.  Hace algún tiempo empecé a leer críticas al uso de la palabra "pagano", por la que siento un especial aprecio. Sin pretender llevar la contraria a nadie, me apetecía explicar porqué a mí sí me gusta esta denominación - aunque tal vez después de la lectura, es posible que más de uno prefiera dejar de ser llamado así -. 

Como se habrá leído ya mucho la palabra pagano deriva del latín paganus (aldeano). Señala al respecto el historiador Peter Brown
A finales del siglo IV empezó a circular entre los cristianos el término paganus, “pagano”, para subrayar el carácter marginal del politeísmo. Originariamente la palabra paganus significaba “personaje de segunda clase”, designando por ejemplo al paisano frente al soldado regular, o al suboficial frente al oficial de alto rango. Un sacerdote hispano, Orosio, que escribió Historia contra los paganos por encargo de san Agustín en 416, añadiría un nuevo elemento a este sentido denigratorio y excluyente. Hacía saber a los politeístas cultos, a los notables de las ciudades e incluso a los miembros del Senado romano, que la religión que profesaban era propia de las gentes del campo, de los habitantes del pagus, de los paysans o paesanos, es decir, una religión propia únicamente de un obstinado grupo de campesinos que no se habían visto afectados por los tremendos cambios que habían puesto patas arriba las ciudades del Imperio romano. [1]
De modo que la palabra "pagano" era ya empleada para desacreditar a otros incluso antes de que el cristianismo la blandiera como un arma mediática, que más tarde serviría para definir a cualquier creyente no cristiano. El término pagano ha sido usado para referirse a religiones politeístas como el hinduismo, a creencias como el animismo, a los cultos afroamericanos, o al chamanismo. Sería difícil hallar entre estas tradiciones, unas estructuras de pensamiento y práctica básicos comunes tan frecuentes como los que encontramos entre aquellas tradiciones que, al menos a ojos externos, forman parte del paganismo occidental

El hecho de que la palabra "pagano" surgiera como un insulto no es más relevante que el resto de los significados y matices que la palabra ha adquirido con el paso de los siglos. Aún hoy, la mayoría de significados recogidos en el diccionario de la Real Academia Española para las palabra "brujo" y "bruja" son peyorativos y bastante inexactos si se consideran desde la realidad de las personas que en la actualidad se consideran a sí mismos brujos y brujas. Sin embargo, la mayoría de practicantes que se sienten cómodos con la palabra, han priorizado la asociación entre "pagano" y "campestre".

En este contexto, palabras pagano o paganismo tienen significados amplios e incluyentes, y requieren a menudo de añadidos para la creación de definiciones capaces de identificar en detalle sólo una entre la miríada de corrientes de pensamiento, tradiciones o prácticas que se pueden englobar bajo el término generalista.  Podríamos aventurar que precisamente paganismo es lo que hay detrás de estas diferencias, y es también el término que conserva la memoria de lo que fueron y el testigo de su supervivencia hasta la actualidad. La palabra pagano no ha dado un salto desde la Antigüedad tardía hasta el siglo XX, sino que ha serpenteado de línea en línea y de susurro en susurro a lo largo de generaciones que no conviene descuidar (al menos, desde la perspectiva historiográfica).

En un rango mucho más estrecho podríamos encontrar un paralelismo con la expresión musulmana "gentes del libro" empleada entre las principales religiones y cultos monoteístas para distinguirse como grupo - a pesar de sus diferencias internas - frente al politeísmo y la "idolatría". Subrayo lo de  "mucho más estrecho", porque entiendo que las palabras pagano y paganismo no deberían restringirse al ámbito religioso, y mucho menos al de las religiones establecidas.

Considero que la asociación entre "pagano" y "rural" no es precisamente trivial, sino que es lo que ha justificado el éxito de la palabra en el s.XX y -al menos- parte del XXI. Es "el campo" lo que encontramos al remontar hacia los orígenes de lo que posteriormente vamos a identificar como pagano.  Independientemente de la variedad de creencias y formas de culto, las prácticas paganas, que siguen los ciclos de los cultivos y del ganado, están estrechamente ligadas al terrible cambio de mentalidad que supuso la neolitización de los territorios en las que surgieron, incluyendo la resignificación de elementos precedentes, propios de sociedades pre-agrícolas.

En este aspecto, el paganismo moderno ha crecido y proliferado especialmente en núcleos urbanos, dando lugar a nuevas religiones; pero no sería justo ignorar el paganismo reticente que ha subsistido, unas veces escondido, y otras no, en el seno de las comunidades cristianas. Viejas creencias, estructuras y prácticas que pueden o no tener relación con los dioses, genios o espíritus rescatados y pulcramente diferenciados en las últimas décadas, pero que sin duda la tienen con las cosechas y el ganado, con  el paso de las estaciones y su efecto pocas veces controlable sobre el medio de subsistencia, el límite entre el territorio cultivado y lo salvaje, entre la extensión conocida, habitable, y lo desconocido que la circunda, donde el hombre queda a merced de fuerzas superiores que aún no ha sido capaz de dominar.

La cuestión es que, al hablar de paganismo, podemos remitirnos más que a una serie de religiones y cultos, a una serie de aprendizajes y técnicas (también de índole espiritual y mágica, pero no exclusivamente) derivados de la  experiencia y la observación de realidades concretas, de las que durante siglos ha dependido nuestra subsistencia y que han moldeado nuestras culturas. No se trata de un estancamiento en la añoranza estéril de otros tiempos -que, a decir verdad, no fueron mejores-, sino de la conciencia adquirida de que muchos de estos aprendizajes pretéritos, convenientemente revisados y aplicados, podrían constituir soluciones eficientes para gran cantidad de problemas que nos agobian en la actualidad. 

A pesar de los cambios que ha impuesto la industrialización en nuestro modelo de consumo, seguimos dependiendo de la tierra y sus frutos; aunque el argumento pueda parecer en exceso materialista, este vínculo está anclado en nuestro fondo y es sagrado porque en última instancia de él dependen nuestras vidas. Desde el momento en que no entendemos este vínculo como sagrado y le prestamos la debida atención, perdemos gran parte del conocimiento y comprensión que nos está reservado como humanos. A menudo también dañamos a otros y a nosotros mismos a causa de nuestra ignorancia al respecto, individual o colectiva. No vamos a ganar la conciencia de un día para el otro, simplemente apunto que hay suficiente trabajo por hacer como para no tomarse este asunto demasiado a la ligera.

Aunque respeto a sus seguidores, no deja de sorprenderme la insistencia de muchas religiones de competir entre ellas e instaurar órdenes y límites artificiales, muchas veces innecesarios, que terminan en la reafirmación de un ego grupal y dificultan el vínculo con la divinidad que sus practicantes pretenden desarrollar.  Una de las cosas que me gusta del término paganismo, así, en genérico, es que es un término del que difícilmente podría adueñarse una tradición en concreto, sino que su significado se construye a partir de realidades muy distintas entre sí, y deja espacio para todos. Sin embargo, esto no significa que todos los paganos deban "hermanarse", ni mucho menos tratar de eliminar las particularidades de cada tradición o grupo. Simplemente se trata del reconocimiento de un referente común y, lo que es más importante, vivo. 

Incluso si no existieran libros al alcance, podríamos acudir "al campo" y aprender por nuestra propia disposición lo mismo que otros han escrito - y aún lo que han tratado de escribir, porque es difícil de expresar en palabras-, y usar este conocimiento para explicarnos el mundo en el que vivimos, ayudarnos a otros y a nosotros mismos. De nuestra experiencia como criaturas agrícolas y ganaderas adquirimos las pautas que marcan nuestras festividades, supimos que existen buenas y malas cosechas, conocimos el valor del trabajo y también que, en ocasiones, el resultado final no depende por completo de nosotros. Del campo aprendimos el recorrido que va desde la semilla en lo profundo de la tierra hasta fruto, y su vuelta a la tierra a través de la descomposición;  la frontera con lo desconocido insondable, un nuevo paso entre los mundos. 

Uno de los peligros de la práctica espiritual, o incluso filosófica, es caer en la trampa de la abstracción excesiva, y terminar pensando o imaginando más que experimentando la vida. A pesar de que muchos vivimos alejados del entorno rural, el vínculo con la tierra permanece de tal modo que, cuando volvemos nuestra atención hacia estos principios, y en mayor medida cuanto más los convertimos en una experiencia consciente en nuestras vidas, recuperamos parte de la calma, la orientación y el conocimiento que nos permiten recuperar nuestro sendero entre el tumulto de mensajes publicitarios, modelos artificiales y soluciones engañosas con los que día a día se nos atormenta. 

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[1] Peter Brown, El primer milenio de la cristiandad occidental, Barcelona, ed. Crítica, 1997. Publicamos este fragmento y algunos otros que ayudan a hacernos una idea del contexto histórico referido en "El nacimiento del paganismo" Ouróboros.

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