He reencontrado hoy, subiendo la cuesta de la estación, un aroma familiar que venía a buscarme. Al levantar la vista racimos de flores lilas parecían sonreír, cómplices, desde lo alto de una verja. He recordado al instante los días en que camino al instituto mis pasos se negaban a cruzar aquellas puertas, e insistían en seguir a su propio ritmo más allá de las vías del tren, hasta llegar a la playa, desnudarse y enterrarse en la arena mientras el aire salado me alborotaba el cabello.
Lo cierto es que no he logrado jamás reunir una brizna de arrepentimiento por aquellas fugas... Brillaba el sol de primavera anticipando la generosidad del verano, resplandeciendo sobre el mar, iluminando los callejones alrededor del viejo mercado. Las flores de la glicina y su fragancia anunciaban la proximidad de la víspera de mayo. Y en las clases a las que mi propia rebeldía no hubiera renunciado leíamos, entre otras joyas, el Poema de la rosa als llavis, de Salvat-Papasseit.
Lo cierto es que no he logrado jamás reunir una brizna de arrepentimiento por aquellas fugas... Brillaba el sol de primavera anticipando la generosidad del verano, resplandeciendo sobre el mar, iluminando los callejones alrededor del viejo mercado. Las flores de la glicina y su fragancia anunciaban la proximidad de la víspera de mayo. Y en las clases a las que mi propia rebeldía no hubiera renunciado leíamos, entre otras joyas, el Poema de la rosa als llavis, de Salvat-Papasseit.
Mientras camino, como una canción infantil o como un hechizo antiguo, vuelven a mí fragmentos de aquellos versos tras una ausencia prolongada en demasía: "Porque has venido han florecido las lilas y han proclamado su gozo envidioso a las rosas (...) Porque has venido ahora vuelvo a querer: diré tu nombre y lo cantará la alondra."
La primavera ha regresado con una fiereza que mi memoria había descuidado.
No hay lugar al que mi vista pretenda dirigirse que no haya sido conquistado ya por las flores; sus pétalos se mecen jugando con el viento desde los balcones y ventanas, silvestres en los campos y en las orillas de los caminos. El aire, suave, parece a menudo encantado y veo más colores entre el cielo y la tierra de los que puedo identificar, como si algún dios se hubiera dado a la tarea de devolver al mundo un esplendor arcano, desconocido incluso por las generaciones que nos precedieron.
Y se hace muy extraño pensar en el tiempo que hacía que no sentía posarse sobre mi piel una luz como la de estas tardes. Darme cuenta de cómo la he llegado a añorar, sin sospecharlo siquiera, sin reconocer la sensación ni contar con palabras capaces de describirla.
Ahora sólo queda agradecer.
En la Tierra la primavera es una danza en la que todo parece volverse ligero y abundan, como las flores y las aves, los juegos. Perséfone regresa del Inframundo retomando con infantil felicidad los caminos que ya le pertenecían mucho antes del tenebroso descenso. Siempre es ella y la otra al mismo tiempo, y está bien que así sea. Sólo bajo la sombra perenne de pestañas empapadas en luto podía iluminarse una mirada capaz de despertar a la naturaleza entera del sueño de la muerte.