La popularización del paganismo/brujería nos ha permitido acceder a información que hace años era muy difícil de conseguir, y nos ha dado nuevos espacios de convivencia, pero también ha generado un ruido del que a veces es necesario separarse, para volver a preguntarse por las cosas que de verdad importan. Cuando empecé este camino aún era niña, y como todos los niños tenía algunas ideas muy claras acerca de los requisitos mínimos que debían cumplirse para poder considerarse un iniciado/a. Tras años de búsqueda, me encuentro un panorama en el que a menudo se da por buena prácticamente cualquier cosa que se nos cruza en el camino, o por el contrario, se produce un ataque igualmente indiscriminado, cuasi fúrico, hacia cualquier cosa que salga de nuestros propios esquemas.
Posiblemente mis cuotas de autoexigencia han sido enfermizas, tanto pensar en los "debería" me ha impedido a menudo apreciar el valor que había en lo que ya era, y darme cuenta de que desde allí, sin más, podía ir avanzando tranquilamente por el camino que escogí.
La verdad es que ahora veo a nuevos paganos/brujos/sacerdotes felicísimos de ostentar un título o certificado obtenido en un curso de varios meses, semanas, o incluso días y aunque de entrada es algo que de verdad me parece excesivo, (y de vez en cuando hasta me parece un poco falso), algo en mi también me recuerda que no todo el mundo necesita las mismas cosas, y que mientras no se engañe a nadie, aquello tampoco está del todo mal.
Creo que los enormes rodeos que mi camino ha dibujado en el tiempo formaban parte de un aprendizaje que a penas empiezo a digerir... Dadas las fechas creo que no es casual que esté pensando en la claridad de aquellos principios y en como, si lo descuidamos, el paso del tiempo puede apagar nuestro brillo. A pesar de que algunos consideren Imbolg un festival inocentemente alegre, otros lo trabajamos como uno de los momentos más duros del ciclo anual, y un momento crítico en el paralelo del desarrollo individual. En el que lo más viejo en nosotros lleva de la mano a lo más joven hasta los límites de sus dominios, para que esa nueva etapa pueda crecer y dar los frutos que volverán una y otra vez a alimentar la tierra de la que surgieron.
Así como morir puede ser un dejarse ir y no requiere de esfuerzo alguno, nacer es esforzarse por llegar a la otra orilla en un camino que muchos no son capaces de completar. Contamos para esta travesía desde las profundidades, con la luz que hemos recogido, como una semilla, en el fondo del abismo invernal. Pero antes de que pueda incluso empezar a germinar, algunos la sueltan a medio camino, porque se les hace demasiado largo, o la cambian por otra cosa porque no la consideran suficientemente valiosa.
De este pequeño drama encontraremos ecos a lo largo de toda nuestra vida, épocas en las que la luz se pierde, o se ahoga entre otras cosas. Muchas veces, creyendo hacer lo correcto (y esto sucede a menudo cuando sentimos grandes miedos) nos enmarañamos en palabras y acciones que, de hecho, van en contra de lo que en principio pretendíamos defender. La buena noticia es que, con la debida purificación y el debido esfuerzo, la llama puede encenderse de nuevo, y nuestra Vida recuperar su dosis inmensa de maravilla.
A veces puede ser útil recuperar nuestros ojos de niño (lo que en vez de "hacer el tonto", como muchos parecen haber entendido, significaría más bien "dejarse de tonterías") para dar una segunda mirada sobre los problemas o situaciones que nos abruman. Pero puede ser incluso más útil, sencillamente, volver a lo esencial y preguntarnos por aquello que nos importa en realidad: ¿Por qué empezamos este camino que recorremos, cada uno a su manera? ¿Qué ha cambiado desde entonces? ¿Qué cosas amamos y respetamos? ¿De qué manera podemos mostrar este amor y este respeto? ¿Lo estamos haciendo?
Hace unos días encontré por casualidad una canción que cantábamos en los campamentos de verano, que me recordó lo real que es la posibilidad de acabar traicionando nuestros principios en un mundo dominado por la perversión del lenguaje propagandístico, capaz de dar la vuelta a prácticamente cualquier cosa, capaz de perpetuar estructuras y actitudes dañinas simplemente cambiando un poco el vocabulario empleado para tirar de nuestras emociones más básicas.
Puede ser que tanto bosque, tanto libro, tanta noche estrellada, tanta canción y tanta hoguera hicieran de mí una hippie de lo peor... Muchos ni siquiera lo sospechan, porque esta parte de mí ha sido bastante maltratada por las sombras de turno, ya fueran internas o externas. A mí misma me sorprendió encontrarla de pie después de tantos golpes y desprecios, mirándome desafiante, preguntándome qué pensaba hacer ahora.
Decidí que había llegado el momento de honrarla. Porque, bien pensado, posiblemente sea lo mejor de mí.
Entonces volví a sentir lo que se siente cuando se cruza un umbral... Como iluminado por una nueva luz, el mundo de cada día se mostraba profundo y lleno misterio, y yo recuperaba una antigua felicidad, casi olvidada, en medio de estos días grises, y no precisamente por las nubes que cubren nuestros cielos. Cada uno de los momentos en los que experimentamos cosas así es una iniciación, sin necesidad de tradiciones o certificados que la avalen. Y a cada uno le llegará el turno, si no le ha llegado ya, de darse cuenta. Una iniciación no es más que una nueva Bienvenida.
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