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10 de enero de 2015

La fe del buscador

Tiffani Gyatso, "Mother and son", 2012


La imagen sobre estas líneas es una obra de Tiffani Gyatso que lleva por título "Madre e hijo", la artista acompaña la imagen de breve texto: " El hijo es más pequeño que la madre y, protegiéndolo, ella genera protección. Lo que es más, se vuelve más fuerte". Como sucede con ciertos libros, algunas imágenes aparecen en nuestras vidas y permanecen sin llamar demasiado la atención, el día en que tenemos otros ojos para verlas, y descubrimos en ellas un significado inesperado, una respuesta, o un umbral que hasta aquel momento pasaba perfectamente desapercibido. 

Las imágenes, o la música, tienen el poder de transmitir sensaciones, de provocar estos momentos de esclarecimiento para los que en muchas ocasiones las palabras se quedan cortas. Un tipo de magia en la que nos encontramos con notros mismos, con el universo o con los dioses que nos habitan y reforzamos el vínculo con el destino que, condensado como una semilla en nuestras entrañas, espera ser desplegado en el tiempo que nos ha sido dado para vivir sobre esta tierra.

Todo buscador sincero sabe que en el camino hay cimas pedregosas, hondonadas sombrías, noches largas y amaneceres helados a recorrer en una soledad que es reflejo de la inmensidad del cielo sobre nuestras cabezas. Y aunque a veces es difícil seguir, no olvida tampoco que tarde o temprano encontrará también bosques cantores, campos en los que el trigo ondea como un mar de oro, y noches cálidas en compañía de otros que, como él mismo, recogen y trenzan historias. 
Tanto lo uno como lo otro, son parte del aprendizaje y del camino, y son un regalo que sólo requiere ser aceptado, y por eso algo por dentro lo empuja suavemente a dar otro paso, a cruzar otro horizonte, y seguir ese llamado que no viene si no de dentro.

Todo buscardor sincero sabe del precio que se paga por seguir adelante; lo que se deja atrás. Las decisiones que tomamos en cada encrucijada de nuestras vidas son una oportunidad para ser sinceros con nosotros mismos y con los demás, respecto a lo que realmente queremos, respecto a lo que realmente somos y podemos dar. No significa que sea fácil, como la noche oscura simplemente es algo que está ahí y no se puede eludir, aunque se pueda fallar.
El buscador es un loco, tal vez, un enamorado cuyo amor, sin embargo, no se agota con los años o flaquea ante las dificultades, ni cae tampoco en las garras del hastío. Aún cuando en ocasiones pueda verse como un solitario extremo, su amor último es el mundo mismo, al que pretende abrazar por completo, al que insiste en llevar dentro de sí aunque el crecimiento necesario para ello suponga romperse una y otra vez; morir una y otra vez, vivir una y otra vez para dar una mínima parte de lo que se ha recibido.

Cerca de casa hay un granado que queda como seco y muerto después de que los frutos caigan al suelo, sin nadie que los recoja. En su generosa naturaleza está el dar, y así como se abandona incluso a sí mismo en este gesto, puede confiar en que volverán las hojas verdes y las rojas granadas a emerger de las mismas ramas que incluso cuando otros árboles despiertan permanecen como muertas. Uno no puede sino dar de lo que tiene, pero puede darse por completo... Y si en este gesto a veces nos dejamos la piel, no es sino una piel vieja que dará paso a una nueva forma de ser, más fuerte, más compasiva o más consciente.

Podemos perderlo todo, menos el fuego en nuestras entrañas, el que nos mueve, el que nos hace sentir vivos. Como una semilla que sobrevive tras un incendio o una inundación, lo que llevamos dentro sólo espera con paciencia las condiciones necesarias para volver a brotar, echar hojas y dar frutos. Podemos deshechar la carcasa, lo transitorio, y de hecho con frecuencia esto es necesario para poder crecer y levantar una versión mejorada de nosotros mismos, en vez de quedar atrapados en lo caduco, ahogándonos en limitaciones autoimpuestas, bien por ser propias, bien por aceptarlas cuando vienen de los demás.

Pero esa semilla, esa primera chispa de un fuego que contiene el hálito de un universo, es más pequeña que nosotros y nos obliga a ser fuertes por ella, a seguir adelante cuando quisiéramos abandonar. No aparece precisamente como un salvador o un poderoso aliado que barrerá los obstáculos de nuestro camino; sino que permanece en el fondo como  promesa de lo que puede llegar a ser si trabajamos por ello, si con paciencia vamos barriendo los obstáculos del camino, si nos movemos a un terreno más fértil, si tenemos la constancia de cuidarla... Si , en fin, esa semilla que en lugar de un beneficio inmediato supone una lista de tareas, es lo último que dejamos ir aún cuando todo lo demás amenaza con perderse. 

Para el tipo de buscador del que hablo, la fe no está en ningún nuevo amanecer,  ni tampoco en lo que ha de encontrarse en el camino, sino en la magia de ese puñado de semillas que sostiene sonriendo como aquel idiota del cuento que cambió su última posesión práctica por ellas y acabó trepando al cielo con sus manos.