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20 de abril de 2013

Porque has venido han florecido las lilas...



He reencontrado hoy, subiendo la cuesta de la estación, un aroma familiar que venía a buscarme. Al levantar la vista racimos de flores lilas parecían sonreír, cómplices, desde lo alto de una verja. He recordado al instante los días en que camino al instituto mis pasos se negaban a cruzar aquellas puertas, e insistían en seguir a su propio ritmo más allá de las vías del tren, hasta llegar a la playa, desnudarse y enterrarse en la arena mientras el aire salado me alborotaba el cabello. 

Lo cierto es que no he logrado jamás reunir una brizna de arrepentimiento por aquellas fugas... Brillaba el sol de primavera anticipando la generosidad del verano, resplandeciendo sobre el mar, iluminando los callejones alrededor del viejo mercado. Las flores de la glicina y su fragancia anunciaban la proximidad de la víspera de mayo. Y en las clases a las que mi propia rebeldía no hubiera renunciado leíamos, entre otras joyas, el Poema de la rosa als llavis, de Salvat-Papasseit. 
Mientras camino, como una canción infantil o como un hechizo antiguo, vuelven a mí fragmentos de aquellos versos tras una ausencia prolongada en demasía: "Porque has venido han florecido las lilas y han proclamado su gozo envidioso a las rosas (...) Porque has venido ahora vuelvo a querer: diré tu nombre y lo cantará la alondra."   

La primavera ha regresado con una fiereza que mi memoria había descuidado. 
No hay lugar al que mi vista pretenda dirigirse que no haya sido conquistado ya por las flores; sus pétalos se mecen jugando con el viento desde los balcones y ventanas, silvestres en los campos y en las orillas de los caminos. El aire, suave, parece a menudo encantado y veo más colores entre el cielo y la tierra de los que puedo identificar, como si algún dios se hubiera dado a la tarea de devolver al mundo un esplendor arcano, desconocido incluso por las generaciones que nos precedieron.

Y se hace muy extraño pensar en el tiempo que hacía que no sentía posarse sobre mi piel una luz como la de estas tardes. Darme cuenta de cómo la he llegado a añorar, sin sospecharlo siquiera, sin reconocer la sensación ni contar con palabras capaces de describirla. 
Ahora sólo queda agradecer.


En la Tierra la primavera es una danza en la que todo parece volverse ligero y abundan, como las flores y las aves, los juegos. Perséfone regresa del Inframundo retomando con infantil felicidad los caminos que ya le pertenecían mucho antes del tenebroso descenso. Siempre es ella y la otra al mismo tiempo, y está bien que así sea. Sólo bajo la sombra perenne de pestañas empapadas en luto podía iluminarse una mirada capaz de despertar a la naturaleza entera del sueño de la muerte

13 de abril de 2013

El derecho al precipicio


Rockwell Kent, Girl on cliff, ca. 1930

Ya no puedo acercarme a su casa como en aquellos días grises, casi felices, en los que fuimos vecinos. Estoy lejos y su dolor me duele. Pero aprovecharé ese tono tan cercano que únicamente las distancias permiten para hacer un poco de magia y pedirle que imagine, Maese, que ahora que nadie puede ofenderse ya por ello, tomo confianzudamente sus manos entre las mías y lo miro directo a los ojos. 

Imagine también que en tal momento me atrevo a recordarle -así quedito y entre nos-, que aquí los presentes vivimos la vida que escogimos vivir, entre las muchas que teníamos al alcance y hubieran podido ser. Una vida que venía danzando de la mano con todas sus posibles consecuencias; y que son las mismas posibilidades que en su día cortejamos con atrevimiento las que hoy vienen a tocar a nuestra puerta.
Y después de esto dígame si puede seguir enojado con quienes -antes por torpeza que por auténtica maldad- nos han dañado alguna vez. Si realmente puede creer aún que les dejamos otra opción.

Sabe que en los cuartos oscuros de nuestro oficio no sólo tejemos la narración de los hechos del mundo, sino de nuestra propia existencia. Sabe, en el fondo, cuán responsables podemos llegar a ser, con todos nuestros trucos, del aspecto final que luzcan las cosas; con cuánta incuestionada naturalidad puede presentarse la más elaborada de nuestras creaciones.
Sabe que, por inconfesable que resulte, esto tiene un poco de teatro, también. Que si caemos al fondo de nuestra desilusión con todo el peso de la experiencia, es sólo para darnos el tremendo lujo de levantarnos después como criaturas a las que el sol sonríe por vez primera.

Si entonces, cuando aún estábamos a tiempo, algún insensato hubiera tratado de disuadirnos de nuestra elección hubiéramos defendido a sangre y fuego nuestro derecho al precipicio. Porque eso es precisamente lo que nuestra alma anhela: El precipicio al que llegan a disolverse los límites que solos nos impusimos, y el instante trágico en el que ella puede al fin desplegarse en sus verdaderas dimensiones. Y, con ello, ver renacer la esperanza de que esta vez no fallaremos a la hora de honrarlas.

No crea que es tan fácil de disimular un espíritu tan grande por más que lo vista en apariencias discretas. No crea que no observamos, por los resquicios que quedan entre las líneas que escribe aquí y allá, que ha sido usted mucho más que un rebelde: un hombre valiente - ambos sabemos las razones-. No crea que la vida, su vida escogida, pueda pasar esto por alto. Recuerde que cuando nuestro ánimo ejerce la alquimia precisa, cada pérdida deviene un reencuentro más jubiloso.

Hace días que me agota la idea de animar a las palabras como quien sopla, aburrido, sobre un puñado de pedacitos de papel... Sé sin embargo que volvería mil veces al llamado de alguno de los nuestros. Como una corriente exaltada la vida me empuja lejos de lo que solía ser, dejando atrás una piel demasiado vieja y pesada que habrá de convertirse en arena de la orilla abandonada al emprender una nueva aventura. 

Discurre la vida siempre hacia lo nuevo e inexplorado, pero no nos conviene resistirnos a su terrible abrazo, en ocasiones incomprensible pero siempre más sabio que nuestras reticentes conciencias. De vez en cuando, hay que dejarse sorprender por la resplandeciente desnudez de los hechos, tal como son, y entregarse sin reservas a la exuberante belleza que se esconde entre los pliegues secretos de la más común de las existencias.