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23 de febrero de 2013

Eterno resplandor de la mente inmaculada

Louis Hector Leroux, La vestale Tuccia (fragmento), 1877


How happy is the blameless vestal’s lot!
The world forgetting, by the world forgot.
Eternal sunshine of the spotless mind!
Each pray’r accepted, and each wish resign’d.


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¡Qué feliz es la suerte de la vestal sin tacha!
Olvidarse del mundo, por el mundo olvidada.
¡Eterno resplandor de la mente inmaculada!
Cada rezo aceptado, cada deseo vencido.
 
 Alexander Pope, Eloísa a Abelardo, 1717



22 de febrero de 2013

El "Mapa" de León Siminiani (y otras técnicas prosaicas)



Que sí. Que no. Te doy una hora y escribes lo que salga, a ver si se puede postear. Esta es la conversación que sostengo conmigo misma tratando de decidir si escribo (o no) acerca de la película que he visto en el cine esta tarde, "Mapa", de León Siminiani. 

A decir verdad, la historia comienza un puñado de días antes, cuando desde las hojas del periódico me llama la atención una breve sinopsis. Pienso que me gustaría verla, luego que ya debe haber salido de cartelera, no tengo tiempo para comprobarlo. La vuelvo a encontrar una semana después, en otro periódico, lo anterior debíó ser el preestreno. Coinciden fechas, coinciden horarios, finalmente me encuentro en la puerta del cine, aún sopesando la idea de entrar, espantada por los precios que aparecen en las taquillas. Pero el hecho de estar aquí es parte de un juego, de un experimento que estoy realizando, y no estaría nada bien darse la vuelta ahora. Un paso adelante y estoy dentro. 

Hace tiempo hablé de algo que me dió por llamar las "técnicas prosaicas"; cosas como usar la radio a modo de oráculo, o el Bejeweled como herramienta de meditación. Se trata del tipo de magia que adopta la forma de juegos absurdos, y que es tan común en los niños -no pisar las rayas al caminar por la calle, fijarse en la repetición de un número en la matrícula de los coches, pedir un deseo cuando soplamos sobre un diente de león... o una pestaña que se nos ha caído, etc-. Pero también incluyen el tipo de ritualización que tenemos incorporado y desarrollamos a través de nuestra propia creatividad en aquellos momentos en los que nos resulta tan necesario que muchas veces no nos damos cuenta de lo que estamos haciendo.

Cuando tenemos un conocimiento previo de las correspondencias y significados con los que se ha trabajado mágicamente a lo largo del tiempo, es relativamente fácil encontrar una explicación a los motivos que han podido llevar a otra persona a diseñar un ritual empleando unos elementos y técnicas determinados. Pero de vez en cuando vemos algo que nos obliga a ir más allá de estos límites, algo que rompe el círculo - a veces más que "tradicional", simplemente "repetitivo"- y adopta formas caprichosas a medida que se aleja, como rehuyendo de las fórmulas dadas, anhelando una existencia y un sentido propios. En ocasiones, en estas vueltas inesperadas se encuentra la magia en estado puro, cómoda entre aquellos que no se considerarían a sí mismos magos o brujos.

Ver la película de Siminiani forma parte de uno de mis experimentos mágicos. Uno de esos que no se basan en las propiedades de determinadas piedras, velas o efemérides astrológicas, sino en las consecuencias de salir a la calle o meterse dentro de uno; observar/hacer/mover algunas cosas, tratar de digerirlas; volver a salir, volver a entrar; buscar un orden, destrozarlo, volver a buscar un orden; encontrar formas, canales, conexiones...  Pocas cosas podían resultar más adecuadas en este contexto que dar con una película que no es otra cosa que el resultado de un experimento del tipo por parte de su director. Un experimento en el que en determinado momento se implica al espectador, - y que casi me arranca un "¡Sí!" en medio de la sala, porque no hay nada que me complazca más en este mundo que el hecho de que alguien que me cae bien me invite a ser su cómplice en el juego-   cuyas consecuencias hacen que me estremezca un poco al pensar cómo funcionan estas cosas, incluso cuando no se cree demasiado en ellas.

Lo cierto es que el autor de la sinopsis que en principio captó mi atención, debió pasar al menos media película fuera de la sala en la que se proyectaba, o escribiendo mensajitos, porque no acertó ni con el argumento de la película... La distribuidora lo resume así:
"Un joven director español es despedido de su trabajo en televisión.  Retomando su sueño de hacer cine, viaja a la India a “buscar” su primer largometraje para descubrir que su búsqueda real no está en India sino en Madrid: estaba huyendo. Sin embargo, a su vuelta a casa, las cosas no salen exactamente como había esperado... ".
Esto tal vez hubiera podido dar lugar a una buena película, sobretodo si pensamos en una película con guión y argumento elaborados a priori, pero creo que el trabajo/experimento cinematográfico de Siminiani es mejor. Se trata de transformar la propia vida a un lenguaje que resulte manejable, trabajar con dedicación hasta que adquiera las formas adecuadas para poder ser comunicada - aún cuando esto parezca imposible-, y finalmente dejar ir los resultados para que otros puedan completar la obra ( la obra siempre, siempre, es completada por otros).

Para vivir necesitamos contar y escuchar historias, algunos escribimos, otros hacen cine, pintan,  cocinan, coleccionan monedas antiguas... la lista es larga. Escuchar las historias de otros, cuando son buenas historias, nos enriquece. Y puede que nos enriquezca más cuanto más distintas sean, en forma, de las nuestras. En el fondo, nunca somos tan diferentes. Por otra parte, explicar la nuestra propia, cuando se ha trabajado como se debe en ella, además de enriquecernos, nos aclara, y ayuda a identificar y satisfacer nuestros aunténticos deseos y necesidades.
Construido sobre sus propias experiencias, el largometraje de Siminiani es una muestra de lo que puede suceder cuando la materia prima con la que trabajas no es otra que tu vida. Una vida que descubres que a pesar de los años que ha pasado contigo no puedes aún llamar "propia", una vida que debería ser tuya pero que se ha quedado en poca cosa a fuerza de dejarse mucho enredada en las zarzas del camino, una vida que en gran parte acecha aún en las sombras de lo desconocido, esperando permiso para salir a la luz. Coleccionamos recuerdos nímios y saltamos al vacío... No siempre entendemos las cosas a la primera, y a veces no las entendemos en absoluto; pero aún así tratamos de rellenar huecos, cruzar umbrales, pasear tranquilamente por lo absurdo, tratamos sobretodo de cosechar y sembrar. La vida no se acabará cuando el experimento de turno termine, pero habrá cambiado bastante para entonces, será ya un poco más "nuestra" y tendremos una historia que contar a otros, pero sobretodo algo que podremos contarnos a nosotros mismos.

20 de febrero de 2013

De vuelta a los foros

 
Rebecca Barker, Shells, sf.
 
 
Así como los blogs simplificaron mucho la tarea de ordenar la información en un espacio virtual, redes sociales como Facebook o Twitter han conseguido que la información, condensada, tenga una  difusión más rápida y amplia. A cambio, sin embargo, han caído en desuso aquellos espacios que fomentan una elaboración contrastada de la información compartida, como lo fueron las listas de correo, los foros de discusión e incluso, en ocasiones, los chats.

Leer, reflexionar y escribir dentro de estos sistemas requiere no sólo tiempo, sino también de tanto interés en compartir nuestros saberes, como valentía para exponer nuestra ignorancia. Implica aceptar que el conocimiento es una construcción colectiva en la que cada uno debería entregar y recibir cuánto le sea posible. 
 
Si alguien escribe un texto y otra persona realiza una crítica constructiva, sugiriendo una corrección, un matiz o un dato, el resultado redunda en beneficio común. Tanto aquel que escribe como sus lectores salen ganando, porque gracias a la discusión tienen acceso a una información que ha sido contrastada, pulida, que es la mejor versión posible, por el momento, de sí misma. La "discusión", así entendida, no es un enfrentamiento, sino un trabajo colectivo en el que cada participante aporta lo mejor de sí mismo, y recibe lo mismo de los demás. El objetivo último de estos sistemas, cuando funcionan correctamente, no es ver quién "tiene la razón" o quién "sabe más", sino compartir y trabajar la información que los foros, en conjunto, transmiten; comprenderla, enriquecerla, contrastarla, limpiarla de posibles errores y exageraciones.

Entiendo que es más cómodo escribir en nuestro blog, y esperar a que el visitante deje sus comentarios, pero si restringimos nuestra labor comunicativa a este medio corremos el riesgo de quedar encerrados en nuestro propio mundo, en aquellos temas en los que nos hemos especializado, y perdamos la posibilidad de que nuevas informaciones, o relaciones entre ideas en las que no habíamos reparado nos lleguen de la mano de otros autores, o de que nuestro trabajo haga lo mismo sobre aquellos que lleguen a leernos.

Los foros son, ante todo, un punto de reunión no sólo de información, sino de perspectivas. Sin importar el nivel de conocimiento que tengamos sobre áreas específicas de los temas que se traten, todas las personas que aprticipan tienen algo que aportar, incluyendo las dudas (que son un punto de partida excelente a la hora de elaborar un tema).

Pero claro, para que esto funcione se necesita crear un espacio tranquilo, en el que se vele por el respeto entre usuarios, el apego a la ética y la idea del beneficio común a la hora de tratar la información en las "discusiones". Al foro vamos a encontrarnos no sólo con el igual, sino sobretodo con el otro. Más allá de esto, es con nosotros con quien nos encontraremos al final, en contextos que no podemos imaginar porque dependen de la creatividad colectiva.

En los últimos meses yo he visto estas posibilidades en los foros de Pagan Federation International, y es allí donde -además de en los blogs-, me podréis encontrar y comentar los textos que van saliendo por aquí. Mi elección por este sistema de foros en concreto se debe por un lado a que el equipo y el proyecto que hay detrás tiene toda mi confianza, pero también a que estoy convencida de que en ellos se pueden reunir practicantes de distintas tradiciones y experiencias, dentro y fuera del ámbito hispanoparlante (por cierto, no es necesario se miembro de PFI para estar en los foros). Personalmente me apetece enterarme de cosas de las que no tengo ni idea, actualizarme en algunos aspectos,
leer puntos de vista que no tenía considerados, poder preguntar a especialistas en otras materias y recibir cuantas correcciones, sugerencias y comentarios sean posibles.

5 de febrero de 2013

Carta VIII, Primavera temprana


Robert Kingsley, Early Spring, 2007

De 1902 a 1908 el poeta alemán Rainer María Rilke (Praga, 1875- Val-Mont, 1926) mantuvo correspondencia con un joven Franz Xaver Kappus, quien inicialmente le escribió pidiéndole su opinión sobre algunos versos. Fueron publicadas en 1929, bajo el título "Cartas a un joven Poeta", yo las conocí por recomendación de un profesor y de una manera u otra me han acompañado hasta la fecha.

En la Carta VIII he visto siempre un paralelismo con esta época invernal en la que la primavera se anuncia, sí, pero como algo pendiente de confirmar. Un momento en el que la semilla debe desgarrar la piel o la cáscara que la cubre y abrirse paso hacia la luz, a través de la tierra, en un viaje largo y agotador, antes de tener siquiera la oportunidad de desplegar sus hojas. La primavera temprana puede ser muy dura y también triste, sin embargo encierra el secreto del crecimiento más hondo.


Carta VIII

 Borgeby Gard, Fladie (Suecia), 12 de agosto de 1904

(...) Usted ha tenido muchas y grandes tristezas, que ya pasaron, y me dice que incluso el paso de esas tristezas fue para usted duro y motivo de desazón. Pero yo le ruego que considere si ellas no han pasado más bien por en medio de su vida misma. Si en usted no se transformaron muchas cosas. Y si, mientras estaba triste, no cambió en alguna parte -en cualquier parte- de su ser. Malas y peligrosas son tan sólo aquellas tristezas que uno lleva entre la gente para sofocarlas. Cual enfermedades tratadas de manera superficial y torpe suelen eclipsarse para reaparecer tras breve pausa, y hacen erupción con mayor violencia. Se acumulan dentro del alma y son vida. Pero vida no vivida, despreciada, perdida, por cuya causa se puede llegar a morir.

Si nos fuese posible ver más allá de cuanto alcanza y abarca nuestro saber, y hasta un poco más allá de las avanzadillas de nuestro sentir, tal vez sobrellevaríamos entonces nuestras tristezas más confiadamente que nuestras alegrías. Pues son ésos los momentos en que algo nuevo, algo desconocido, entra en nosotros. Nuestros sentidos enmudecen, encogidos, espantados. Todo en nosotros se repliega. Surge una pausa llena de silencio, y lo nuevo, que nadie conoce, se alza en medio de todo ello y calla...

Yo creo que casi todas nuestras tristezas son momentos de tensión que experimentamos como si se tratara de una parálisis. Porque ya no percibimos el vivir de nuestros sentidos enajenados, y nos encontramos solos con lo extraño que ha penetrado en nosotros. Porque se nos arrebata por un instante todo cuanto nos es familiar, habitual. Y porque nos hallamos en medio de una transición, en la cual no podemos detenernos.

Por eso pasa la tristeza. Lo nuevo que está en nosotros, lo recién llegado, nos entra en el corazón, se desliza en su cámara más recóndita, y ya tampoco está allí: está en la sangre. Y no alcanzamos a saber lo que fue... Sería fácil hacernos creer que no sucedió nada. Sin embargo nos transformamos como se transforma una casa en la que ha entrado un huésped. No podemos decir quién ha llegado. Quizás nunca logremos saberlo. Pero muchos indicios nos revelan que el porvenir entra de ese modo en nuestra vida para transformarse en nosotros mucho antes de acontecer. Por esto es tan importante permanecer solitario y alerta cuando se está triste. Pues el instante aparentemente yerto y sin suceso en que el porvenir nos penetra, se halla mucho más cerca de la vida que aquel otro momento, ruidoso y accidental, en que el futuro nos acaece como si proviniese de fuera.

Cuanto más callados, cuanto más pacientes y sinceros sepamos ser en nuestras tristezas, tanto más profunda y resueltamente se adentra lo nuevo en nosotros. Tanto mejor lo hacemos nuestro, y con tanto mayor intensidad se convierte en nuestro propio destino. Así, cuando más tarde surge el día en que lo futuro "acontece" -es decir: cuando al brotar de dentro de nosotros pasa a los demás-, nos sentimos íntimamente más afines, más allegados a él. (...)

Volviendo a hablar de la soledad, aparece cada vez más claramente que ella no es en rigor, nada que se pueda tomar o dejar. Y es que somos solitarios. Uno puede querer engañarse a este respecto y obrar como si no fuese así; esto es todo. ¡Pero cuánto más vale reconocer que somos efectivamente solitarios, y hasta partir de esta base! Así, por cierto, ocurrirá que sintamos vértigo, pues nos vemos privados de todos los puntos de referencia en que solía descansar nuestra vista. Ya no hay nada cercano. Y todo lo que es lejano está infinitamente lejos. Quien fuera llevado, casi sin preparación ni transición alguna, desde su aposento a la cúspide de una gran montaña, tendría que experimentar algo semejante. Se sentiría casi anonadado por una inseguridad sin igual y por el verse abandonado al capricho de algo que no tiene nombre. Le parecería estar cayendo, o se creería lanzado al espacio, o bien estallando en mil pedazos. ¡Qué enorme mentira debería inventar entonces su cerebro para alcanzar a recuperar el anterior estado de sus sentidos y devolverles su serenidad! Así se transforman, para quien se vuelva solitario, todas las distancias, todas las medidas. Muchos de estos cambios se producen de un modo repentino, brusco. Y, al igual que en aquel hombre transportado a la cima de una montaña, surgen entonces aprensiones insólitas, sensaciones extrañas, que parecen rebasar todo lo humanamente soportable. Pero es necesario que también esto lo vivamos. Debemos aceptar y asumir nuestra existencia del modo más amplio posible. Todo, incluso lo inaudito, ha de ser viable en ella. Este es, en realidad, el único valor que se nos pide y exige: tener ánimo ante las cosas más extrañas, más portentosas y más inexplicables, que nos puedan acaecer.

(...) Sin embargo, ¡cuánto más humana es aquella inseguridad llena de peligros, que, en los cuentos de Poe, impulsa a los cautivos a palpar las formas de sus horribles mazmorras y a familiarizarse con los indecibles terrores de su estancia! Pero nosotros no somos presos. Ni trampas, ni redes, ni lazos, se hallan aparejados en torno nuestro. Ni hay nada que deba causarnos angustia o darnos tormento. Si hemos sido puestos en medio de la vida, es por ser éste el elemento al que mejor correspondemos, al que somos más adecuados. Además, por obra de una adaptación milenaria, nos hemos vuelto tan semejantes a esa vida, que cuando permanecemos inmóviles, apenas si -merced a un feliz mimetismo- se nos puede distinguir de cuanto nos rodea. Ninguna razón tenemos para recelar y desconfiar del mundo en que vivimos. Si entraña terrores, son nuestros terrores. Si contiene abismos, estos abismos nos pertenecen. Y si en él hay peligros, debemos procurar amarlos. Con tal que cuidemos de ordenar y ajustar nuestra vida conforme a ese principio que nos aconseja atenernos siempre a lo difícil, cuanto ahora nos parece ser lo más extraño acabara por sernos lo más familiar, lo mas fiel. ¿Cómo podríamos olvidarnos de aquellos mitos antiguos que presiden el origen de todos los pueblos, esos mitos de los dragones que en el momento supremo se transforman en princesas? Quizá sean todos los dragones de nuestra vida, princesas que sólo esperan vernos alguna vez resplandecientes de belleza y valor. Quizá todo lo terrible no sea, en realidad, nada sino algo indefenso y desvalido, que nos pide auxilio y amparo...

No debe, pues, azorarse, querido señor Kappus, cuando una tristeza se alce ante usted, tan grande como nunca vista. Ni cuando alguna inquietud pase cual reflejo de luz, o como sombra de nubes sobre sus manos y por sobre todo su proceder. Ha de pensar más bien que algo acontece en usted. Que la vida no le ha olvidado. Que ella le tiene entre sus manos y no lo dejará caer. ¿Por qué quiere excluir de su vida toda inquietud, toda pena, toda tristeza, ignorando -como lo ignora- cuánto laboran y obtan en usted tales estados de ánimo? ¿Por qué quiere perseguirse a sí mismo, preguntándose de dónde podrá venir todo eso y a dónde irá a parar? ¡Bien sabe usted que se halla en continua transición y que nada desearía tanto como transformarse! Si algo de lo que en usted sucede es enfermizo, tenga en cuenta que la enfermedad es el medio por el cual un organismo se libra de algo extraño. En tal caso, no hay más que ayudarle a estar enfermo. A poseer y dominar toda su enfermedad, facilitando su erupción, pues en ello consiste su progreso. ¡En usted, querido señor Kappus, suceden ahora tantas cosas!... Debe tener paciencia como un enfermo y confianza como un convaleciente. Pues quizá sea usted lo uno y lo otro a la vez. Aun más: es usted también el médico que ha de vigilarse a sí mismo. Pero hay en toda enfermedad muchos días en que el médico nada puede hacer sino esperar. Esto, sobre todo, es lo que usted debe hacer ahora, mientras actúe como su propio médico.

No se observe demasiado. Ni saque prematuras conclusiones de cuanto le suceda. Deje simplemente que todo acontezca como quiera. De otra suerte, harto fácilmente incurriría en considerar con ánimo lleno de reproches a su propio pasado; que, desde luego, tiene su parte en todo cuanto ahora le ocurra. Pero lo que sigue obrando en usted como herencia de los errores y anhelos de su mocedad, no es lo que ahora recuerda y condena. Las circunstancias anormales de una infancia solitaria y desamparada son tan difíciles, tan complejas, se hallan expuestas y abandonadas a tantas influencias y, al mismo tiempo, tan desprendidas de todos los verdaderos vínculos vitales, que cuando en tales condiciones se desliza un vicio, no se le debe llamar vicio sin más ni más. ¡Hay que ser de todos modos tan cauto, tan prudente, con los nombres! ¡Es tan frecuente que toda una vida se quiebre y quede rota por el mero nombre de un crimen! No por la acción misma, personal y sin nombre, que acaso respondiere a un determinado menester de esa vida, y hubiera podido ser admitida y absorbida por ella sin esfuerzo alguno. Si el consumir tantas energías le parece grande a usted, es sólo porque exagera el valor de la victoria. No está en ella lo grande que usted cree haber realizado, si bien tiene razón en su sentir. Lo grande está en que ahí ya existió algo que usted pudo poner en lugar de aquel artificioso fraude, algo real y verdadero. Sin esto, su victoria sólo habría resultado ser una reacción moral, sin importancia ni sentido, mientras que así ha llegado a formar parte de su vida. (...)

1 de febrero de 2013

Imbolg

Kathy Ostman-Magnusen, The Mask, sf



Regresar a la tierra, tan gris como el invierno. Hace un frío terrible, dentro y fuera; un aire de indiferencia, de vacío, sopla incluso en el corazón de las conversaciones y las risas, se extiende como una niebla detrás de las palabras y, bajo un manto de silencio, araña incansable recuerdos que deberían ser cálidos, ansiando arrebatarlos, hacerlos suyos, devorarlos para siempre.

Hay noches largas, mañanas después de esas noches y tardes después de esas mañanas en las que se podría llegar a dudar de la promesa de la primavera. Si no fuera porque la primavera siempre llega, salgamos o no a abrirle la puerta. Si no fuera porque hay primaveras que nunca se van por completo: primaveras que nos habitan y abren puertas a la luz, contradiciéndonos.